David Lynch era un misterio expuesto en mitad de Hollywood Boulevard . Un autor convertido en una marca propia, personalísimo y reconocible en su efigie pero indescifrable y críptico en su obra. Reducirlo a lo surrealista de sus películas, a lo inefable de su mirada, a la capacidad para llevar el surrealismo a la industria más masiva del arte es minimizar a un autor que hizo de todo y más. Más que director de cine, Lynch era un creador salvaje. Alguien con la capacidad inherente de expresarse ya fuera con películas, fotografías, pintura o con música. Hizo más videoclips que largometrajes y varias docenas de cortometrajes donde profundizaba en su estilo y jugaba con los recursos. Y cuando quería (o...
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