Valladolid - Real Madrid (0-3): Mbappé se multiplica
Para los puristas de la lengua española, «hat-trick» suena a rayos. Pero es ya una palabra común en el mundo del fútbol y, por tanto (al igual que Pucela, por cierto), una palabra que se ha instalado en la conversación cotidiana. Es más corto decir «hat-trick» que contar que un futbolista ha marcado tres goles. Es más sencillo decirla que, por supuesto, marcarlos. A Mbappé le ha costado más de treinta partidos, un caminar breve pero intenso por el desierto y una reflexión acerca de su juego, pero ya lo ha logrado. Sus tres tantos contra el Valladolid son la confirmación de lo que ya sabíamos: Kylian ya está aquí.
Y con él, paso a paso, como el herido que se va recuperando sin prisa pero cada vez con más entusiasmo, el Real Madrid va abriendo camino desde la parte alta de la clasificación de LaLiga. Va asentándose el equipo de Ancelotti, con un esquema ya decidido, recuperando futbolistas como Alaba, maximizando a otros como Asensio, cambiando jerarquías como Ceballos y sacando, por fin, oro de quien tiene que ser el jugador diferencial: Mbappé. El francés ha cogido ya ritmo, y sus compañeros y aficionados disfrutan de su pleno rendimiento. Ya van dentro las que iban fuera y ya parte desde el centímetro adecuado para evitar el fuera de juego. Kylian marcó los tres goles al Valladolid y solventó un partido poco brillante, pero sin ningún riesgo para el líder. El Atlético había empatado antes, el Barcelona juega mañana, así que el Real Madrid, el equipo vapuleado hace unos días, el que ha dudado tanto, que quería y no podía, manda en la tabla con decisión y solventa sus partidos con seguridad y sin miedo.
Porque los rivales ya vuelven a tenerle mucho respeto. Le sucedió al Salzburgo en la Champions y al Valladolid, el colista de LaLiga. La historia de los dos encuentros fue parecida: salen con cierto ánimo, intentan alguna jugada de ataque y piensan que si duermen el partido suficiente, podrían sacar algo positivo. Luego reciben un gol, y es como darse de bruces contra la tozuda realidad: su impotencia ante un rival muy superior y que ya va teniendo claro cómo se ganan los partidos.
No fue un Madrid muy brillante porque el Valladolid apenas le dejó correr. Era la primera regla del equipo local y tenía razón: la única vez que el Madrid tuvo campo abierto para volar, marcó el segundo tanto del partido.
Esa lección la hizo bien el Valladolid. Tan bien que casi dio la impresión de que no le importaba tanto ganar como evitar que el Madrid jugase. Fue un equipo muy plano, muy consciente de su debilidad. Otros de su mismo nivel han intentado hacer más daño al Madrid; el Valladolid quiso acabar el partido con los menos goles posibles en contra. La derrota, más o menos, la daba por hecha.
Lo cierto es que al Real Madrid le costó hacer daño al rival porque no encontraba la manera de entrar. Con Asencio como lateral derecho, todo el ataque del equipo se volcó por la banda izquierda de una manera tan exagerada que Brahim, tan resolutivo otros días, pasó por el choque sin llamar la atención en ataque, pero con mucha profesionalidad en defensa. Por la izquierda subía Fran García, estaba Rodrygo, caía Bellingham y aparecía Mbappé. Entre los tres construyeron un gol de precisión y velocidad. Acabó con una pared entre Kylian y Jude, dos futbolistas que hablan el mismo idioma.
Con ese tanto, el Valladolid y el Madrid ya supieron que sólo importaba el número de goles que iban a caer. Sólo fueron dos más porque el Madrid no tuvo ninguna prisa ni urgencia. Lo vio tan claro, se sintió tan poco amenazado que sólo tuvo que esperar su oportunidad y encontrar a Mbappé. Lo hizo en una contra rápida y después en un penalti, que otra vez volvió a tirar él: con el interior, como sólo los tira quien ya ha dejado de pensar en cómo tirarlos.