Begoña y la inteligencia artificial de su marido
Día de estreno. He comprado un nuevo móvil que me filtró mi amigo Alvarito que lo sacaban ya a la venta y que, asegura, es la leche, así que fui corriendo a por él a Chamberí, único sitio donde se puede encontrar y desde el que estoy escribiendo estas líneas. Es el mismo modelo que el de García Ortiz. Lo último de lo último. Lo enciendo, tiene un logo que mola mazo y un «software» muy especial, ya que ha sido diseñado por una tal Begoña con la inteligencia artificial de su marido. Lo primero que tengo que hacer es reunirme para estudiar qué compañía telefónica me convence más.
A diferencia de Siri y Alexa, este cuenta con la inestimable ayuda de Lastra que, a modo de agenda, te recuerda lo que has olvidado. Es como un Pepito Grillo. Cuando te hace un recordatorio puedes ignorarlo dándole al cuadratín de «Eso ahora no importa» y además borra mensajes sin necesidad de darle a ningún botón. Y, si quieres recuperarlos, olvídalo, en este modelo no existe tal opción. Tienes que llamar directamente a WhatsApp para que, con suerte, te los devuelva.
En la caja venían también unas gafas de realidad desvirtuada con una primera película gratis: «Pepi, Luci y Errejón y otras chicas del montón». Y, como todo lo vintage está tan de moda, se han recuperado los dos rombos. La gran novedad del «aparato» es que el filme se puede disfrutar en dos versiones. La ultra feminista y la machirula. Al principio lo puse con sonido, pero tuve que deshabilitarlo. Eran las tres de la tarde, la hora de los informativos, y había menores pululando. Los subtítulos fueron aún peores, pueden dañarte la vista, y no volver a recuperarte nunca. Los protagonistas, un pelín sobreactuados, pero el secundario no tiene desperdicio, con un guion propio del gran Ozores. «Dice que se sacó el miembro viril. ¿Sabe usted para qué?». Pienso en Pajares y Esteso. Al principio me planteé dejar de verla, pero es adictiva. Termina. Necesito relajar los sentidos y me pongo a escuchar el «Para Elisa».
Retomo, pero empiezo a pelearme con el teclado, que a veces va al dictado, no sé por qué. Me suena el móvil. El tono es el que viene de serie, producido por el conservatorio de David Sánchez «Azagra». Es un poco aburrido para mí, soso, un tanto insulso, así que tendré que buscar otra melodía. La conversación es privada.
También voy a tener que instalar otro buscador. El que viene por defecto no me convence. Escribo: «¿Qué es la Oficina de Artes Escénicas?». Y la respuesta me deja anonada: «No sé, la que se encarga de las artes escénicas...». Me desespero y vuelvo a intentarlo: pero «¿por qué nadie sabe explicarme qué es la Oficina de Artes Escénicas?». Me tiro de los pelos, voy a hacerme con ellos un abrigo.
En uno de mis ratos de asueto me pongo a bichear como todo principiante por las distintas aplicaciones. Uy, esta pinta bien: es una de rutas por pubs de carretera. Está patrocinada por la Agencia Koldo y hay buenas ofertas, pero hay que leerse bien la letra pequeña porque cobran comisiones. Además de las habitaciones compartidas, se ofrece servicio de lavandería, esencial para dejarlo todo bien blanqueado y, en su versión «premium», hasta acompañamiento en las noches más frías. No sé si me llegará el hidrocarburo de mi coche para completar tanto trayecto.
Ahora me toca trasladar la agenda laboral de mi antiguo dispositivo a este. Al hacerlo emerge una alerta: «¿Está seguro? Consultar antes con Puigdemont». Ya estamos. ¿Pero es que este señor que es como el villano Doctor Claw del Inspector Gadget sentado en su sillón con orejeras y que acaricia gatos puede regir mi destino? Esto lo voy a dejar hasta final de año. Venga, haré un último intento con mi agenda social. Nada, tampoco. Y me pasa lo mismo cuando quiero utilizar la calculadora para mi presupuesto general. No hay forma de negociar con mi teléfono para que pueda hacer algo productivo. Ni instalando otro programa popular.
Como mi dispositivo está en mi contra opto por pasarme al portátil. Lo busco y lo rebusco y no lo encuentro. ¿Me lo habrán robado y estará camino de Marruecos? Le pregunto a Alvarito si lo tiene él y me responde: «Yo también he perdido mi móvil o, a lo mejor, me lo han hurtado». No le ha durado nada. Pero no es problema. Él, como buen español, tiene un cajón repleto de teléfonos usados.