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Январь
2025

El 'experto en mercados regulados' que decía que, en la Argentina, "todo lo exitoso es sospechoso"

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"No sé si se escucha...", dijo, con la voz suave pero firme que ostentan quienes encaran las últimas batallas con la seguridad que dan la decenas ya ganadas.

 Estaba sentado, sobre el escenario. Bajo el reflector, por primera vez, desde que su apellido había empezado a estar en boca de todos. Hasta entonces, apenas un año antes, Enrique Eskenazi podía saborear un café en el Tabac, tranquilo de que su presencia era intrascendente para el resto de los parroquianos. Pero, a fines de 2007, Petersen, el grupo que fundó, había dado el gran golpe: comprometió u$s 2235 millones para comprarle a Repsol el 14,99% de YPF (con opción a otro 10%), asegurándose el control de la petrolera y la generosidad de sus ibéricos vendedores, que aceptaron financiar cerca de la mitad de la operación con los dividendos que la empresa generara a futuro.

Había finalizado el mandato de Néstor Kirchner y, previsores, en Madrid, creían que les sería más beneficioso juntarse con un "experto en mercados regulados", como definieron al nuevo accionista en el comunicado oficial de la operación.

Eskenazi había sido, hasta ese momento, un próspero banquero, beneficiado por las privatizaciones que encararon algunos gobernadores -entre ellos, Kirchner- en los '90. Alguno, tal vez, supiera que era ingeniero químico de profesión (Universidad Nacional del Litoral), especializado en alimentos en los Estados Unidos. O que había hecho sus primeras armas como ejecutivo de Bunge & Born.

Pero la fama le había golpeado la puerta a los 81 años. Y, en ese septiembre de 2008, sobre el escenario del auditorio principal de La Rural, hizo su "presentación en público", durante el Encuentro de los Líderes que, cada año, organiza este diario.  Sorprendió. Mostró un Eskenazi distinto. Un Eskenazi íntimo.

Se reconoció como parte de "una generación terminada; una que llevó a nuestro país a la mediocridad,  nos hizo perder rango internacional y nuestro propio respeto".

Continúo con su relato, narrado "con todo dolor", confesó. "Mi generación abrió la Caja de Pandora argentina. Lo primero que salió fue la ideología, que llenó a toda la sociedad. Después, la cultura de la sospecha: todo lo que es exitoso en la Argentina, aparentemente, es sospechoso", disparó. Criticó, también, el "sentido de anticompetencia" que imperó en la cultura dirigencial del país.

Para él, dijo, la felicidad, la tristeza o la alegría estaban en el camino, no en los objetivos. Como se sentía en la etapa final de ese sendero, veía las cosas desde otro lugar. "Cuando uno toma un vaso de vino, los mejores sorbos, los de mayor perfume y más gusto, son los dos o tres últimos", comparó.

Recordó un discurso que había dado 30 años antes, como presidente de la Copal, la cámara de la industria alimenticia. Dijo, en aquel discurso, que el rol sindical "tiene que superar le Manifiesto Comunista y reemplazar la lucha de clases por el diálogo permanente". También, que el del empresario es "crear riquezas, dentro de la Ley y con responsabilidad social".

"En nuestra sociedad, la figura del empresario está denigrada; no es objetivo de imitación", afirmó, son sonoro énfasis. Contó que, cuando llegó a La Rural, la había saludado una de sus nietas. "Pero si le preguntan 'qué es tu abuelo', dirá 'ingeniero'. Jamás que es 'empresario'", penó.

Planteó que, en ese momento, la Argentina enfrentaba dos alternativas: "Nos alejamos y seguimos atrasándonos frente al mundo, o nos sumergimos en la globalización, que nos obligará a ser competitivos y eso hará que empecemos a valorar el éxito, lo que destruirá esa cultura de sospecha que tanto mal le hizo a la sociedad". 

Remarcó la necesidad de que la Democracia dé un salto a República. También, la de unión entre los empresarios. "La única diferencia entre los del campo y los de la ciudad es que los del campo son tremendamente eficientes y los industriales tendremos que seguir recibiendo la colaboración del Estado para poder crcer pero con eficiencia", planteó cuando todavía estaba fresca, bastante, la herida de la 125.

Vapuleó el escepticismo pesimista que, dijo, tiene el argentino medio. "Siempre estamos pensando que todo se derrumba", afirmó. "Es como cuando uno lava los platos: los rompen quienes los lavan, no los que miran y critican. Necesitamos gente que lave los platos: que se equivoque, que sufra, que tenga angustia, como los empresarios cuando inician nuevos negocios".

Contó que la adquisición de YPF exigió dos años de reuniones continuas en España y Buenos Aires. "Mientras tanto, muchos medios hablaban y nos herían", se quejó. "Si hubiera fracasado, habríamos tanado cualquier cantidad de almuerzos y cenas gratis de los bancos que nos iban a prestar la plata y nos querían conocer", bromeó. Se puso serio: "Confiaron en nosotros, nos prestaron la plata y el resto lo pusimos nosotros: rompimos todos los chanchitos que teníamos".

Los créditos bancarios cubrirían u$s 1018 millones de los u$s 2235 millones de la compra. "No estamos para ser socios. Ya no es más Repsol: es YPF. EL CEO es mi hijo, un argentino. Lo ayuda otro hijo mío, un argentino. Pusimos a nuestro equipo, del Grupo Petersen. El grueso de la dirección hoy es argentina", celebró.

Por eso, definió a la compra de YPF como un aporte a su momento histórico. "De energía conozco muy poco", aclaró, con tono ingenuo pero no inocente. Es que, hombre negocios, a fin de cuentas, hasta el altruismo tiene afán de lucro. "Cuando al multimillonario Paul Getty le preguntaron cuál fue su plan para triunfar, contestó: levantarse muy temprano, trabajar hasta muy tarde y tener un pozo petrolero muy reduitable", ironizó, sin siquiera sospechar que, menos de cuatro años más tarde, podía fallar: la estatización de YPF truncó ese business plan.

Pero esa expropiación -que, en rigor de verdad, fue a Repsol; Petersen cedió las sociedades con las acciones sus bancos acreedores, que las presentaron en quiebra- la decidió Cristina Fernández. La relación con la viuda había sido bastante distinta a la que tuvo con su marido, fallecido el 27 de octubre de 2010.

En su charla, Eskenazi se remontó a mediados de los '90, cuando tomó el control del Banco de Santa Cruz. La Provincia conservó el 49%. "En el acto de entrega, le prometí que, si no había interferencias del Gobierno, en dos años, sería auditado por una compañía internacional y alcanzaría el nivel A. Saldamos todas las deudas y, a los 25 meses, lo llamé para decirle que habíamos cumplido con el compromiso. Del otro lado, me contestó: 'Gracias. Yo también cumplí. Buenas tardes'. Y cortó", contó, como si fuera un intento de refutación a las teorías sobre su cercanía con el patagónico.

Pero, antes de develar la anécdota, se había atajado: "Después, me va a agarrar el Doctor Kirchner en el teléfonoy vaya a saber lo que me diga...".

Este lunes, el grupo Petersen informó el fallecimiento de Eskenazi. Sus hijos Esteban, Ezequiel, Sebastián, Matías y Valeria, sus 14 nietos y sus nueve bisnietos lo despidieron en una ceremonia íntima. Sus restos descansan junto a los de su esposa, Hazel Sylvia Toni Storey. Había nacido el 4 de agosto de 1925. Tenía 99 años.




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