¿Qué lleva a un exactor millennial educado en una escuela católica nacido en Scottsdale, Arizona, a dedicar siete años a una película sobre las tribulaciones de un arquitecto judío-húngaro exiliado en la posguerra?Esta es la pregunta que más ronda por mi cabeza cuando me reúno con Brady Corbet, de 36 años, en un día gris como el cemento en la suite de un hotel en el centro de Londres. Me saluda con calidez y habla con amplitud, pero sus lentes oscuros y su beanie siguen puestos, dando la impresión de ser alguien accesible y a la vez un poco cauteloso, un libro abierto que está fuera de mi alcance.Sin duda, el currículum de Corbet sugiere un enigma. Después de sus primeras apariciones como actor infantil angelical en series y comedias de televisión, sus créditos cinematográficos entre 2007 y 2014 se parecen a los autores europeos más intransigentes: Lars von Trier, Michael Haneke, Ruben Östlund, Bertrand Bonello. Esta exposición en el cine de arte y ensayo claramente influyó en el joven actor. Comenzó a escribir, hizo un cortometraje y en 2015 presentó su primer largometraje como director.¿Una película independiente estadunidense ligera y extravagante del estilo de Sundance? No para Corbet. En cambio, fue un relato furioso de los años de formación de un protofascista ficticio en Europa del periodo entreguerras. Rezumaba “grandeza a la vez clásica, o imitadora de la clásica, y feroz”, como dijo Nigel Andrews del Financial Times.Las instituciones cinematográficas más augustas de Europa se dieron por enterado. El Festival de Cine de Venecia le otorgó el premio León del Futuro y lo invitó a volver en 2018 para presentar Vox Lux: El precio de la fama, que mezcló de una poderosa manera a Natalie Portman como una diva pop al estilo de Gaga, un ataque terrorista en la playa y un tiroteo en la escuela.La nueva película de Corbet, El Brutalista, candidata al Oscar, también es una buena historia; su título no solo es una alusión al estilo arquitectónico que presenta su protagonista, sino un doble sentido. Todo en la película es grande, desde su duración de tres horas y media y el formato maximalista VistaVision hasta su eje cronológico, que abarca décadas y su amargo cuestionamiento del sueño estadunidense. Sin embargo, su presupuesto fue del monto extremadamente modesto de 9.6 millones de dólares (mdd) y se filmó sin el apoyo de un estudio en solo 34 días. Se le compara con Petróleo Sangriento y Ciudadano Kane y, a principios de este mes, su estatus como favorita de los Premios de la Academia se consolidó con tres importantes victorias en los Globos de Oro.Empiezo preguntándole a Corbet: ¿por qué arquitectura? “Por lo similar que es el proceso de hacer una película al de construir un edificio”, dice. “Se necesita la misma cantidad de personal, aproximadamente unas 250 personas para hacer una película y otras 250 para construir un edificio de escala. Mi tío es arquitecto y, siempre que hablamos, tenemos muchas de las mismas quejas y experiencias...así que esta fue una forma en que mi esposa (la cineasta noruega Mona Fastvold) y yo escribimos algo con lo que estábamos extremadamente familiarizados”.Adrien Brody interpreta a László Tóth, un sobreviviente del Holocausto que huye de Hungría, devastada por la guerra, hacia Estados Unidos (EU) en 1947, estableciéndose al principio en Filadelfia. Su historia comparte detalles biográficos con eminencias de la vida real como Marcel Breuer y László Moholy-Nagy, pero Tóth es una figura ficticia. Al igual que con las películas anteriores de Corbet, El Brutalista es una historia que surge de la imaginación de sus autores.“Creo que es un contrato un poco más honesto con el espectador”, explica. “Tengo problemas con las películas biográficas porque cuando tienes a dos personajes hablando en la cama, sabes que nadie estaba presente en esa conversación. Una vez que empiezas a escribir, todo se convierte en ficción. Así que es una forma de evocar historias, personas y sucesos reales, pero no queda envuelto en: ¿es esto preciso?”.Al ver a Brody encarnar a un superviviente del Holocausto con talento artístico, es imposible no transportarse de nuevo a El pianista de Roman Polanski, película por la que Brody ganó el Oscar al mejor actor en 2003. Corbet insiste en que esto no fue un factor a la hora de elegir a Brody, aunque sí ayudó a dar forma a su actuación. “Adrien dice que pasó tanto tiempo con supervivientes (del Holocausto) cuando se estaba preparando para El pianista que le resultó fácil inspirarse en esa experiencia”.La conexión de Brody con el material era profunda. Su madre, Sylvia Plachy, nacida en Budapest y una reconocida fotógrafa, huyó de la revolución húngara de 1956 cuando era adolescente. “Adrien, en particular, fue capaz de incorporar muchos gestos de su abuelo”, dice Corbet. “Y una especie de terquedad centroeuropea, cosas que supo aprovechar con buen humor y afecto”.Los dos hombres estaban decididos a no hacer de esto un retrato más del sufrimiento de los santificados inmigrantes. “Al personaje de László Tóth lo presentan un poco como un cabrón”, dice Corbet. “Pensé que era importante no ser condescendiente al tratar la experiencia de los inmigrantes. Muchos dramas de posguerra y del Holocausto son inadvertidamente deshumanizantes al retratar a las víctimas de traumas extremos como si fueran ángeles…László es testarudo. Ama a su esposa, pero también es un poco mujeriego. Todas estas cosas lo hacen mucho más humano. Para mí, es una representación más digna de un inmigrante”.Para Brody y Felicity Jones, que interpreta a Erzsébet, la esposa de László, físicamente en peligro pero inquebrantable, la película presentó un desafío lingüístico considerable, además de uno actoral. Ambos hablan con un marcado acento y pronuncian largos pasajes en húngaro, un idioma particularmente difícil de dominar. Incluso Guy Pearce, que interpreta al aristócrata industrial Harrison Van Buren, que se convierte en el exigente mecenas de Tóth, no salió bien librado.“Sí, el monólogo de Guy en la fiesta de Navidad tiene 11 páginas o algo así”, señala Corbet con cierto deleite.¿Le gusta torturar a sus actores? “Definitivamente no”, se ríe el director. “Pero ¿sabes lo que me encanta? Cuando empiezas el día y parece que no hay forma de que podamos caer de pie. Y luego, cuando lo haces, es una experiencia muy gratificante”.Cita una escena culminante en la que Erzsébet se enfrenta al resto del clan Van Buren durante la cena. “Eso se llevó todo un compartimiento de película. Filmábamos desde la nariz hasta los pies cada vez que hacíamos una toma. Había tanto diálogo y una acrobacia en medio de la toma. Hay mil y una cosas que pueden salir mal y salieron mal, con frecuencia. Pero cuando de repente todas las piezas de dominó caen, es una sensación realmente gratificante para todos”.Esos momentos de triunfo eran necesarios durante un rodaje inusualmente exigente en Hungría e Italia con engorrosas cámaras VistaVision de la década de 1950. Para Corbet, que pasó siete años desarrollando y haciendo la película, claramente fue un trabajo hecho con amor.Pero ¿por qué? ¿Por qué un estadunidense se sintió tan obligado a contar esta difícil historia de lucha europea? “He pasado casi tanto tiempo de mi vida en Europa como en EU”, dice. “Mi esposa es noruega, tuvimos a nuestra hija en Oslo. He vivido en Francia, Noruega, Hungría, Bélgica…en todos lados. Y de niño me mudé tantas veces que realmente no siento que pertenezca a ningún lugar”.¿Tiene alguna ascendencia judía? “Ashkenazi muy lejano. Pero crecí yendo a una escuela católica en Colorado. El lado de mi madre es una mezcla de católicos de Europa del Este e irlandeses. De lado de mi padre, no lo sé. No tengo una relación con él. Así que esa es otra cosa de no sentirme como si fuera de algúnlugar”.El lugar más cercano de sentir como mi hogar es Nueva York: “Al menos tengo una conexión allí desde que tenía 17 años”. Él, Fastvold y su hija de 10 años ahora viven en Brooklyn. Sin embargo, el orgullo nacional “no es algo con lo que me identifique para nada”.El orgullo nacional puede ser aún más difícil de reunir últimamente para alguien sensible a la difícil situación de los inmigrantes, dada la promesa de la nueva administración de EU por “la mayor operación de deportación en la historia estadunidense”. ¿Qué piensa del segundo mandato de Trump?“Me gustaría poder decir que me sorprendieron los resultados de las elecciones (presidenciales de EU)”, dice. “Pero también estuve en Francia este verano cuando el Rassemblement National (de extrema derecha) lideraba las encuestas y avanzó mucho. Perdieron la batalla, pero probablemente no la guerra. Así que estoy preocupado por EU, estoy preocupado por Europa occidental, estoy preocupado por el mundo. No esperaba ver que una retórica neofascista tan descarada se normalizara hasta el grado en que lo ha hecho”.Pero añade que los estadunidenses de izquierda “tienen que hacer un verdadero examen de conciencia”. Y aquí se incluye a sí mismo como cineasta. “Tenemos un problema de representación del que nadie habla realmente...no puedo pensar en una sola representación de un personaje que sea un votante/pensador de extrema derecha que sea de alguna manera una representación digna, y eso es bastante inquietante”.¿Se ve a sí mismo haciendo una película sobre un derechista comprensivo? “Por supuesto que puedo. Creo que sería muy difícil, pero realmente lo tengo en mente”.Un paso en esa dirección podría ser Ann Lee, una película sobre cristianos conservadores que él y Fastvold escribieron para que ella la dirija. “Trata sobre el origen de los Shakers, que emigraron de Manchester al norte del estado de Nueva York en el siglo XVIII”, dice. ¿El giro? Es un musical. “La gente piensa que los Shakers son como los Amish, pero lo que es tan fascinante es que rezan a través de bailes y canciones extáticas...así que pensamos: tiene que ser un musical”.También se está embarcando en su próximo proyecto como director, “sobre la historia del complejo industrial del vino en California”. Parece seguro apostar a que no será un paseo dulce por los viñedos del Valle de Napa.Me pregunto si alguna vez sueña con hacer películas independientes pequeñas y poco ambiciosas. “No, en realidad no”, se encoge de hombros. “Porque es muy doloroso y difícil hacer cualquier película, incluso una mala. Así que al menos es mejor esforzarse por hacer una buena”.OMM