Suelo buscar alguna taberna silenciosa donde pueda conversar con mis amigos. Ya algunas veces me he lamentado en estas páginas de que la mayoría de los bares tengan pantallas con su respectivo ruido. En cambio, celebro las pantallas silenciosas de los aviones. Nunca veo ninguna de las películas. Ni siquiera solicito los audífonos. Pero me parece bien que emboben al desconocido pasajero de al lado con frivolidades joligudenses para que no tenga la tentación de sacarme plática.Sin embargo, ¡ay mísero de mí y ay infelice!, de vez en cuando alguno se quita los audífonos, voltea hacia mí y me suelta cualquier variación de esta pregunta: “¿Qué está leyendo?” Adiós tranquilidad. Schöne Welt, wo bist du? Al aburrido pasajero no le interesa saber qué estoy leyendo. Lo que en verdad desea es hablar de sí mismo. “Una novela”, le digo. Y como toda persona que no lee, hace la misma pregunta: “¿Qué tipo de novela?” Nunca he sabido responder a eso.“Yo no leo”, dice. “Es que no tengo tiempo”. Entonces cambia la estrategia y me pregunta: “¿De dónde eres?” Y se arranca hablando. Que una vez visitó Monterrey, que tiene un sobrino estudiando allá, que si Tigres o Rayados, que no le gusta el cabrito… Y por más monosilábico que yo me muestre él no alcanza a captar que me tiene sin cuidado su conversación. Me habla de su cuñado o de cuánto vendió la empresa en la que trabaja o me explica por qué cambió de celular.Yo miro ansioso el rastreador de vuelo y veo que aún faltan nueve horas y media para llegar al destino. Me pregunto si hay una forma cortés de decirle que quiero volver a mi libro.Trato de ocultar que soy escritor, pero a veces he de responder. “¿A qué te dedicas” “Soy escritor”. “Ah, bonito hobby. ¿Y qué escribes?” “Novela”. Y llega la pregunta: “¿Qué tipo de novela?”Esos pasajeros que no leen suelen tener una madre escritora. “A mi mamá también le gusta escribir”- Y con el orgullo de un hijo de Nobel me cuenta que escribe “pensamientos”. Y me cuenta uno de esos pensamientos sobre los seres humanos que podemos ser orugas o mariposas. “¿No te parece bello?” Faltan nueve horas con veintidós minutos para el destino.Peor que quienes no leen nada, son los que leen muy poco. “A mí también me gusta leer”, dicen, y me preguntan si ya leí Caldo de pollo para el alma o los Nosécuántos hábitos de los triunfadores.No me gusta interrumpir a los colegas. Una vez viajé a Nueva York al lado de una mujer. Al aterrizar le dije: “Eres escritora, ¿verdad?” “¿Cómo lo sabes?” Por el libro que venía leyendo, las notas que tomaba en una Moleskine y su mirada inteligente. Era neoyorkina, y aún no tenía editor. La puse en contacto con un amigo escritor de allá y tuvieron un romance.De vez en cuando pienso en los escritores que fueron encarcelados y ejecutados en la Unión Soviética por tener un bonito hobby.AQ
