El presidente Trump y la cuestión palestina
La semana pasada, el presidente Trump sorprendió a tirios y troyanos con sus declaraciones sobre el futuro de la Franja de Gaza. El primer mandatario estadounidense declaró su intención de encargarse de la reconstrucción de Gaza y transformarla en una riviera mediterránea; como quien dice, en un Mónaco medio oriental.
Estados Unidos “adquiriría” la Franja y se encargaría de la planeación del proyecto inmobiliario, mientras que la limpieza de los escombros y la ejecución del proyecto propiamente dicha estarían a cargo de compañías constructoras de orígenes variados. La pacificación estaría a cargo del Ejército israelí.
Sería, por supuesto, necesario despoblar la Franja y encontrarles un lugar de destino a los cerca de dos millones de palestinos que allí viven.
Trump propuso que Egipto y Jordania los albergaran ofreciéndoles lugares bonitos y acogedores donde vivir con el fin de incentivarlos a dejar sus hogares destruidos por las bombas israelíes. También en Israel se ha contemplado más recientemente a Somalilandia como tierra de acogida. Somalilandia es un territorio del Cuerno del África que hizo secesión de Somalia en 1991 y que no tiene reconocimiento internacional.
No es de extrañar que la propuesta del presidente republicano ocupara las primeras planas de todos los periódicos del mundo. La pregunta generalizada fue: ¿Es en serio o se trata solo una ocurrencia de Trump? Es una pregunta que todavía nos estamos haciendo tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
Algunos analistas creyeron que la declaración de intención era una táctica de negociación usada por el mandatario republicano dentro del marco de su estrategia de política exterior, basada en la estrategia militar de dominio rápido (“shock and awe”). Se trataría de poner sobre la mesa un objetivo inalcanzable con el fin de llegar a acuerdos menos ambiciosos.
La portavoz de la Casa Blanca ha aclarado que no se enviarán tropas estadounidenses, y que tampoco Washington asumirá los gastos del faraónico proyecto. El secretario de Estado, Marco Rubio, ha dicho que se trata de una propuesta muy generosa, mientras que Michael Waltz, el consejero para la Seguridad Nacional ha declarado que de lo que se trata en realidad es de pensar de manera creativa y obligar a los países de la región a buscar sus propias soluciones.
Otros adujeron que la explosiva declaración obedecía a la estrategia de comunicación del presidente conocida como de “anegar el campo” (“flood the zone”). Se trata de contaminar el ecosistema informativo con falsas verdades, exageraciones y contradicciones con el fin de paralizar las opiniones críticas sobre otros temas.
Un tercer grupo pensó que podría ser una luz verde dirigida hacia los sectores israelíes más radicales, señalando que la expulsión de palestinos es una opción viable. Y, es más, que Washington no se opondría a una ocupación de Judea y Samaria –lo que el mundo conoce como Cisjordania–. También sería un guiño hacia sus fans de la comunidad evangélica, profundamente pro-sionista.
Ahora bien, pasan los días y la propuesta de Trump sigue estando en la palestra. Los países árabes en su conjunto han condenado el plan y han reiterado su apoyo a la idea de dos Estados nacionales. Egipto y Jordania han rechazado ad portas la idea de aceptar refugiados palestinos en su territorio. Recibir a cantidades ingentes de refugiados palestinos sería un factor tremendamente desestabilizador para ambos países que ya albergan comunidades palestinas numerosas.
Aunque sea Hamás la entidad política que ha gobernado Gaza en los últimos años, la Franja continúa siendo parte del territorio del Estado palestino, miembro observador de Naciones Unidas y reconocido por más de 100 países, incluyendo Costa Rica. Aun Estados Unidos, que no reconoce al Estado, sí acepta la validez de los pasaportes emitidos por la Autoridad Palestina.
Si EE. UU. quiere realmente adueñarse de la Franja de Gaza, es con esta última con la que tendría que negociar la adquisición del territorio. En el caso contrario, no tendría más remedio que tomarlo por la fuerza en un acto de colonialismo puro. La Autoridad Palestina no entregaría la mitad del territorio de su Estado ni a cambio de todo el dinero del mundo.
Naciones Unidas le ha recordado al presidente Trump que la limpieza étnica que significaría aún el desalojo voluntario de los gazatíes es un delito de lesa humanidad prohibido tanto por el derecho internacional como por el derecho humanitario internacional. La expulsión compulsiva conllevaría altos niveles de violencia por extensos períodos de tiempo. Sería, ni más ni menos, que una segunda “nakba”.
La propuesta, muy obviamente, no fue consultada con ninguno de los involucrados, empezando por la Autoridad Palestina, y menos aun con Hamás, considerada organización terrorista. Pero tampoco se consultó con los Gobiernos de Egipto y Jordania. Las ideas de soberanía y de autodeterminación parecen serle ajenas al presidente republicano.
Desafortunadamente, es muy temprano para sacar conclusiones. La situación es tremendamente fluida y las voces –en Estados Unidos y en Israel– que están pronunciándose al respecto son diversas y a menudo contradictorias.
Dos cosas están claras: 1) que los países árabes se oponen rotundamente a este proyecto y han hablado claro, incluyendo a Arabia Saudita, uno de los líderes regionales y mejor amigo de la familia Trump. y 2) que las declaraciones del magnate inmobiliario han enviado a calendas griegas cualquier intento de solución negociada de la cuestión palestina.
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Cristina Eguizabal Mendoza es politóloga.