Los visitantes regresan poco a poco a Palmira, la "Perla del desierto" sirio
Después de años alejados de sus impresionantes ruinas grecorromanas, y pese a las cicatrices de la guerra en Siria, los habitantes de Palmira han regresado a la "Perla del Desierto" para pasear entre sus monumentos, beber té y fumar narguilé.
Después de expulsar a los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) en 2017, el gobierno del depuesto presidente Bashar al Asad y sus aliados rusos e iraníes desplegaron instalaciones militares cerca de este lugar, catalogado como Patrimonio Mundial de la Unesco, y prohibieron el acceso a los visitantes.
Ahora que las ruinas están abiertas al público, Yaser al Mahmud puede volver a apreciar, como tantos otros, estos monumentos de dos milenios de antigüedad, marcados por los estigmas de casi 14 años de guerra civil y los daños infligidos por los yihadistas.
"Veníamos aquí todos los viernes", dice evocando los tiempos previos al conflicto, iniciado en marzo de 2011, mientras vierte un té recién hecho en unas tazas colocadas sobre la base de una columna.
"Ahora estamos de regreso y podemos reconectar con nuestros recuerdos", añade junto a su mujer y sus hijos.
Entre las ruinas, otras familias preparan también el té, y unos jóvenes fuman narguilé.
"Hemos echado mucho de menos los sitios antiguos. No veníamos aquí desde 2015", cuando los yihadistas del Estado Islámico se adueñaron del lugar, cuenta Mahmud, de 54 años.
Este hombre espera reabrir su tienda de recuerdos en Palmira, que antes de la guerra atraía a más de 150.000 turistas al año.
Cerca de él, dos enormes columnas se mantienen en pie, formando un arco cuadrado. Alrededor, un mar de escombros. Es todo lo que queda del templo de Baal, destruido por los yihadistas.
- Destrucciones y ejecuciones -
Situada en medio del desierto, en el centro del país y a más de 200 km de Damasco, Palmira albergaba algunos de los monumentos mejor preservados de Oriente Medio.
Pero tras apoderarse del lugar, el grupo Estado Islámico lanzó una campaña de destrucción, y utilizó el teatro antiguo como lugar de ejecuciones públicas.
Allí fue donde los yihadistas asesinaron al que fuera el jefe de las antigüedades de Palmira, de 82 años de edad.
Los yihadistas hicieron explotar el célebre santuario de Baalshamin, destruyeron el templo de Baal, dinamitaron un arco de triunfo, saquearon el museo y dañaron estatuas y sarcófagos.
Palmira, con ruinas de más de 2.000 años de antigüedad, tuvo su apogeo en el siglo III, bajo el reinado de Zenobia, que desafió el poderío del Imperio romano.
El director general de antigüedades y museos de Siria, Nazir Awad, declaró a AFP que le preocupan las excavaciones ilegales en el sitio, y que pese a la presencia de guardias suceden a gran escala.
Los saqueadores, según sostiene, no se privan de utilizar máquinas pesadas y detectores de metales que causan daños importantes.
- "Lloré" -
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), los exaliados de Asad establecieron posiciones militares en Palmira, en las zonas arqueológicas y en los hoteles.
El pasado noviembre, unos bombardeos israelíes alcanzaron la ciudad, y mataron a 106 combatientes proiraníes, según esta ONG con sede en Reino Unido y dotada de una amplia red de informantes en Siria.
Jaldun al Rubaa, un excombatiente rebelde de 32 años, recuerda que Palmira se había convertido en "zona militar".
Antes de la guerra trabajaba en los sitios antiguos de Palmira, proponiendo a los turistas paseos en camello. Como para muchos otros habitantes, el turismo era su principal fuente de ingresos.
Ahora que ha vuelto a casa espera trocar sus armas por un camello.
"Palmira y sus ruinas han visto horrores. Por aquí han pasado el Estado Islámico, Irán, los rusos, todas las milicias posibles e imaginables", enumera.
Tras 12 años de ausencia, Jaled al Shelil, que tiene ahora 57, no ha podido instalarse aún en su casa, destruida en un ataque israelí. Actualmente trabaja como taxista en la ciudad.
"A mi regreso, me puse de rodillas y lloré de alegría, pese a que mi casa estaba destruida".
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