Cuando Tania Libertad musicalizó la poesía de Mario Benedetti
Eduardo González Viaña*
Hace un par de semanas, en la mitad de camino de Pacasmayo a Chiclayo, entré en una ciudad fantasma. Se trataba de Zaña.
Fundada en 1563, se la llamó a veces “La Sevilla del Perú”, y estaba pensada para ser capital del país por su grandeza de entonces. Sin embargo, un saqueo de piratas y luego el fenómeno de El Niño, la redujeron a escombros.
Al llegar a Zaña, me pareció que una voz dulce emergía de los aires. “Es Tania Libertad”, dije, y le expliqué a Marisa, mi compañera de viaje, que la famosa cantante nació allí y que, incluso, el año pasado llegó al Perú para realizar un concierto dedicado a su pueblo.
A Tania Libertad la conocemos y la queremos desde que surgió, en los años 70, como extraordinaria cantante. La suya era una de las voces que se juntaban en nuestro continente a Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui, entre otros.
Éramos sus fans, no únicamente por la calidad de su sonido vocal, de un timbre cristalino que semeja una cascada, sino también por el encanto que desprendía su presencia sobre el escenario y por la firmeza de sus convicciones sociales.
Había comenzado su carrera artística en Radio Delcar de Chiclayo cuando todavía era una niña de cinco años. Innumerables discos compactos, en géneros tan variados como la música negra peruana, los boleros, la salsa, las rancheras y música latinoamericana, en general, dan cuenta hoy de su carrera.
Recuerdo algo que tiene que ver con eso:
Arturo Corcuera y yo cenábamos con Mario Benedetti en Lima, una noche cualquiera de los años setenta. Le pregunté al gran poeta uruguayo cuál era su mayor deseo.
—Que a mi poesía le ponga música y la cante Tania Libertad —me respondió—. ¿Y el tuyo?
Pudo haber sido el último deseo de su vida porque, durante la madrugada, llegó un grupo de soldados, lo apresaron y lo enviaron a Buenos Aires. Si allí no lo hacía desaparecer la dictadura de Videla, lo harían los paramilitares de la Triple A, que se la tenían jurada.
Felizmente, se salvó, pero esa es otra historia.
—Yo preferiría cantar al lado de Tania —repliqué.
Tanto a Benedetti como a mí se nos han cumplido los deseos. La vida ese paréntesis se llama el CD en el que Tania interpreta poemas de Mario que, en su voz, parecen haber nacido como canciones.
El primero de los textos, “Papel mojado”, lo interpreta en dueto con Joan Manuel Serrat. “De él, las palabras; de ella, la voz. Oyéndolas estamos más cerca del mundo, más cerca de la libertad, más cerca de nosotros mismos”, ha escrito José Saramago al escuchar este disco.
A mí, el deseo de cantar con ella se me cumplió en la Feria Internacional del Libro de Turín. Estaba allí presentando la traducción italiana de mi libro Vallejo en los infiernos cuando llegó Tania que había sido contratada por mis editores de Gorée a fin de que participara en ese evento.
—Eduardo, me gustaría que cantaras conmigo el poema “Dios” de César Vallejo.
En realidad, mi parte fue recitar: “Siento a Dios que camina / tan en mí con la tarde y con el mar. Con él nos vamos todos. Anochece. Con él anochecemos. Orfandad…”.
Recité el poema “Dios” ante unas diez mil personas en el escenario. Unos minutos más tarde, Tania repetía el poema, pero lo hacía cantando. Escucharla me hizo sentir que Vallejo volvía a ser voz viva y real.
En la música, decía Schopenhauer, todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad. Esa noche supe que, al recitar, gracias a Tania, yo también estaba cantando.
Repito: a Benedetti y a mí se nos cumplieron los sueños, y gracias a la gente de Turín y a la misteriosa voz de Tania Libertad, me enteré una vez más de que la música es la revelación más alta, y con ella se puede caminar de veras del lado de Dios, mientras se le escucha y se le siente con la tarde y con el mar.
…
*Escritor. Autor de El poder de la ilusión, sus memorias.