Por qué estamos siempre tan cansados y qué podemos hacer para solucionarlo
La fatiga puede tener causas fáciles de entender: falta de sueño, estrés, falta de ejercicio o una alimentación inadecuada. Pero, ¿qué pasa cuando ese cansancio no desaparece después de una buena noche de sueño y esta situación se prolonga durante meses?
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“¡Es que me levanto ya cansado!”, es una queja habitual en una sociedad que parece estar en una carrera en la que todo se mueve a mil por hora. La sensación de cansancio se ha convertido en una constante para muchas personas, ya sea por el trabajo, las responsabilidades familiares, el estrés o simplemente el ritmo de vida acelerado.
La fatiga puede tener causas fáciles de entender: falta de sueño, estrés en el trabajo, falta de ejercicio (que paradójicamente nos hace estar más cansados) o una alimentación inadecuada. Pero, ¿qué pasa cuando ese cansancio no desaparece después de una buena noche de sueño y esta situación se prolonga durante meses? Entonces es posible que nos encontremos con un trastorno denominado Síndrome de Fatiga Crónica, o CFS por sus siglas en inglés. Las causas pueden ser muy variadas, y es necesario que un profesional de la salud analice todos los posibles factores y aplique el tratamiento correcto antes de sacar conclusiones precipitadas.
Cómo funciona el cansancio
El cansancio es, en esencia, una respuesta natural del cuerpo. Es la manera en que nuestro organismo nos dice que necesita descanso cuando se termina el día o recuperación después de hacer ejercicio físico.
Para el doctor Mariano Bueno Cortés, especialista en Síndrome de Fatiga Crónica, hay ciertas posibles causas que analizar cuando este es sostenido, y el sueño es una de las más importantes. “Tenemos que mirar el ritmo de sueño de la persona que tiene cansancio, saber si no duermen bien”, apunta.
El estrés, y cómo respondemos a él, es también un factor que puede tener una gran influencia en la sensación de fatiga. El cortisol (la llamada hormona del estrés) es necesario para despertarnos con energía por la mañana. Pero tener el cortisol elevado porque tenemos problemas en el trabajo o en casa, hace que se activen respuestas fisiológicas que nos dejan agotados. Además, las personas pueden tener diferentes modos de responder al estrés según su predisposición genética, como comprobó un estudio de 2019.
Como explica el doctor Bueno, “hay personas a quienes les falla el cortisol por la mañana y luego, por la noche, tienen el cortisol elevado. El organismo va con el paso cambiado. No se pueden levantar de día, y no descansan de noche”.
Otra causa habitual de cansancio, según señala el doctor Bueno, son las deficiencias de nutrientes: “Especialmente la vitamina B3, la niacina, es fundamental para la función de las mitocondrias [las fuentes de energía en las células]”, comenta. “Puede haber falta de coenzima Q10, o si se trata de cansancio muscular de un aminoácido llamado beta alanina. La falta de magnesio puede producir cansancio, así como el hierro, ya que puede ser un síntoma de una anemia. También miramos los ácidos grasos omega-3”, añade.
Sin embargo, cuando la fatiga se vuelve persistente y empieza a afectar a nuestra calidad de vida, hay que prestarle más atención. Para el doctor Bueno, “como su propio nombre indica, el síndrome de fatiga crónica quiere decir que en el paciente persiste el síntoma del cansancio y que, además, ni siquiera se recupera descansando”.
El Síndrome de Fatiga Crónica
Resulta muy difícil definir el síndrome de fatiga crónica. Durante algún tiempo se consideró en algunos círculos una dolencia ficticia, algo que estaba 'en la cabeza' de la gente. Una de las formas de referirse a él en textos médicos era “encefalomielitis miálgica”, pero incluso este término es impreciso, ya que los síntomas no siempre son inflamación cerebral (encefalomielitis) ni dolor muscular (mialgia).
Esta situación cambió en 2015 cuando un estudio de la Universidad de Columbia encontró los marcadores distintivos en el sistema inmunitario en pacientes diagnosticados con síndrome de fatiga crónica. El estudio demostró que se trataba de una enfermedad biológica y no un trastorno psicológico. Por eso el Instituto de Medicina de Estados Unidos propuso un nuevo nombre: enfermedad sistémica de intolerancia al esfuerzo (SEID por sus siglas en inglés), aunque en mucha literatura se sigue empleando SFC.
El SFC es un diagnóstico minoritario. Según revela el Clínic de Barcelona, se calcula que esta dolencia afecta en España a entre 120.000 y 200.000 personas, que se corresponde con la estimación de un 0,3-0,5% a nivel mundial. Los investigadores creen que las infecciones, los problemas del sistema inmunitario, la genética y los efectos del estrés sobre la producción de hormonas pueden todos desempeñar un papel en distintas personas para desarrollar SFC. También puede haber un componente genético, aunque es más probable que el SFC se deba a una combinación de factores y no a una única causa.
Según el doctor Bueno, el origen infeccioso es el más común en su consulta. “Puede ser la enfermedad de Lyme crónica [un virus que transmiten las garrapatas], el virus de Epstein-Barr, el virus del herpes, o una infección por varios agentes a la vez, virus, varias bacterias y algún parásito”, aclara.
Un estudio con más de 300.000 personas diagnosticadas con fatiga crónica encontró que las enfermedades asociadas más comunes eran la depresión, infecciones de las vías respiratorias, insomnio y trastornos del sueño, e hipo o hipertiroidismo. Otros estudios han establecido la relación con la enfermedad de Lyme crónica, el virus de Epstein-Bar o el Herpes 6, la mononucleosis y, más recientemente, con el COVID.
La fatiga y el sistema inmunitario
Los investigadores proponen la hipótesis de que tras una de estas infecciones comunes, que disparan un proceso defensivo regulado por las famosas citoquinas, el sistema inmunitario no es capaz de 'calmarse', lo que lleva a un estado de inflamación crónica. En concreto, según el estudio de Columbia, los pacientes con SFC presentan niveles elevados de interleucina-17A, un biomarcador conocido de un sistema inmunitario alterado.
“La inflamación es una reacción defensiva, si me doy un golpe en el hombro, se me va a inflamar”, explica el doctor Bueno. “Pero la inflamación silenciosa no produce más que síntomas inespecíficos, uno no sabe dónde está la inflamación, está generalizada, y eso al final es un caldo de cultivo para que aparezcan patologías crónicas, una de ellas puede ser la fatiga”, añade.
Las investigaciones más recientes han encontrado una relación entre el SFC y una función alterada de las mitocondrias, las productoras de energía en las células, algo que intuitivamente tiene sentido: si no hay suficiente energía disponible, lo normal es sentirse fatigados.
“El aumento de la acidez impide que las mitocondrias usen la glucosa para fabricar ATP, la gasolina que utilizan las células”, explica el doctor Bueno. Esta acidez no se refiere al estómago, sino al desequilibrio entre el oxígeno y el CO2 en la sangre, ya que la acumulación de CO2 que puede impedir el correcto funcionamiento de las células, y también es una de las manifestaciones del SFC.
Tampoco existe un desarrollo único de la enfermedad. En algunas personas los síntomas aparecen de repente tras una enfermedad infecciosa o un problema psiquiátrico, mientras que en otras es de forma progresiva y sin antecedentes de problemas de salud.
Una amplia revisión de estudios publicada este año por un equipo internacional de científicos aborda el problema del diagnóstico y las posibles causas. El estudio sugiere que el SFC surge de una compleja interacción entre predisposiciones genéticas y factores ambientales, como infecciones virales o contaminantes. Las respuestas incluyen alteraciones del sistema inmunitario, inflamación crónica, alteración de la microbiota intestinal, enfermedades autoinmunes y alteraciones del metabolismo.
Para el diagnóstico, el doctor Bueno recurre a una exhaustiva serie de análisis que ayuden a descartar posibles causas que pueden causar fatiga de forma habitual, como los trastornos del sueño o las deficiencias nutricionales. Cuando los síntomas están relacionados con alteraciones del sueño, deficiencias nutricionales o estrés, los tratamientos se orientan a corregir estos trastornos. Las infecciones activas se tratan con antibióticos y antivirales.
Descartadas estas opciones, se realiza un estudio de toxicidad. Las investigaciones han encontrado distintos contaminantes ambientales que se han relacionado con la fatiga crónica. Entre ellos se encuentran las micotoxinas (toxinas derivadas del moho en las casas), los metales pesados como el mercurio, cadmio o plomo, los PFAS, BPA y otros disruptores endocrinos, y se tienen indicios de que los pesticidas presentes en los cultivos también pueden estar implicados.
La pandemia ha traído otra forma del síndrome de fatiga crónica, que se ha denominado COVID de larga duración. Los pacientes experimentan síntomas similares, como fatiga intensa, deterioro cognitivo, trastornos del sueño y dolor crónico. Precisamente la llamada sensibilización central, presente en el dolor crónico y que se caracteriza por una actividad alterada en el cerebro, es común tanto en la fatiga crónica como en el COVID de larga duración.
“Lo más efectivo hoy en día es la aféresis terapéutica, en la que filtramos la sangre del paciente”, afirma el doctor Bueno. La aféresis consiste en la separación del plasma de la sangre para filtrar y eliminar ciertos componentes, como toxinas, anticuerpos o células dañadas. Los estudios han podido comprobar que en los pacientes con COVID de larga duración, este procedimiento reducía los niveles receptores de anticuerpos, y la mayoría de los pacientes experimentaban una mejora en los síntomas de fatiga.
Cómo estar menos cansados
Antes de pensar que nuestra sensación de cansancio responde a un problema mayor de salud, hay algunos aspectos de nuestra vida cotidiana que podemos cambiar para combatir la fatiga:
- Mejorar la calidad del sueño: las recomendaciones habituales de higiene del sueño incluyen establecer una rutina de sueño regular, evitar el alcohol, el café y las pantallas antes de acostarnos y dormir en una habitación fresca, oscura y tranquila.
- Manejar el estrés: el estrés es algo normal en la vida cotidiana, y es importante buscar herramientas que nos ayuden a reducirlo cuando lo experimentamos. Por ejemplo, el ejercicio físico y las técnicas de relajación como meditación, yoga o respiración profunda son opciones sencillas de incorporar para mejorar la situación.
- Mejorar la dieta: una alimentación equilibrada también es clave. Hay alimentos que nos ayudan en mayor medida a mantener la energía y otros que nos fatigan. La comida basura, por ejemplo, con un alto contenido de azúcar y grasa produce subidas y bajadas bruscas de azúcar en sangre que nos dejan en un estado de hipoglucemia y sensación de fatiga e irritación.
- Hacer ejercicio: parece contradictorio, pero hacer ejercicio no nos cansa, sino que reduce la sensación de fatiga, algo que se ha podido comprobar en personas con distintas enfermedades graves que producían fatiga, como cáncer o esclerosis múltiple.
Si a pesar de esto el cansancio persiste, es importante descartar problemas de salud subyacentes como anemia, hipotiroidismo o depresión. El cansancio persistente no es algo que deba ser ignorado ni normalizado, sino una señal de que algo no está funcionando como debería en nuestro organismo. Buscar ayuda profesional puede devolvernos la calidad de vida.
*Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.