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La "libertad radical" de Ana María Matute, una escritora siempre al lado de los débiles

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Se cumplen 100 años de un referente de la literatura española que enfrentó la censura del franquismo e inventó un género que más tarde triunfaría en librerías

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“El que no inventa no vive” fue el lema de vida de Ana María Matute (Barcelona, 1925 - 2014), una idea que define toda su obra y que representa la filosofía que siempre ha caracterizado a la escritora. La frase, sacada de un verso de San Juan de la Cruz que dice que “quien no ama está muerto”, la había adaptado porque, para ella, todo era invención y la literatura no solo era ficción, sino una manera de descubrirse a sí misma y de construir un mundo donde refugiarse. Ese mundo cumple 100 años este 2025 y recorre elementos mágicos, feminismo y mucha concienciación de clase.

Reconocida como una de las figuras más importantes de la literatura española, Ana María Matute ha dejado de legado una obra que sigue siendo tan relevante como en los años en que irrumpió con fuerza en el panorama literario. Su centenario es la oportunidad perfecta para reflexionar sobre una bibliografía marcada por la imaginación, la defensa de los marginados y una pluma profundamente trabajada. De ahí que la exposición sobre Matute llevada a cabo en el Instituto Cervantes de Madrid, y comisariada por la editora, filóloga y amiga de la autora María Paz Ortuño Ortín, haya supuesto un acercamiento nostálgico y también necesario a la “escritora más conocida de España en los 60”. Con más de 26.400 visitantes, se ha convertido en la muestra más vista desde 2010 en esa institución, lo que reafirma el interés y la vigencia de su obra.

Sin embargo, si algo impresiona sobre la fama y la aclamación que ha logrado labrarse Matute a través del tiempo es, precisamente, el haberlo conseguido pese a todos los prejuicios que giraban en torno a ella por ser mujer. Tal y como cuenta María Paz Ortuño a lo largo de una visita guiada de su exposición a la que ha podido acudir elDiario.es, la escritora tuvo que luchar durante gran parte de su trayectoria por el uso de la etiqueta de “literatura infantil” que ella no consideraba que fuera “infantil” en absoluto: “No es que escriba para niños, sino que los niños y los adolescentes son los que están en su obra”.

La etiqueta de literatura infantil es controvertida. No porque la literatura para niños y niñas sea menos literatura que la que se escribe para adultos, sino porque la inclusión de una obra en esa categoría cuando los personajes son de poca edad está relacionada en gran medida con que sea una mujer la autora de la obra. Como explica la escritora fantasista chilena Paula Rivera Donoso a Lee Mujeres, “el problema de la asociación inevitable entre escritura de mujeres y literatura juvenil tiene raíces sexistas”. 

Esta etiquetación, que María Paz Ortuño confiesa que “cabreaba y volvía loca” a Matute, está llena de prejuicios porque relega a las mujeres a estar con los niños, a escribir para ellos por ser mujeres. De hecho, un análisis elaborado por Newtral revela que las librerías generalistas Fnac y La Casa del Libro priorizan a los hombres en las secciones de novela de fantasía mientras que a las autoras del género las relegan a las baldas de libros juveniles. Aunque Matute ha sido una autora que “ha escrito sobre niños”, la comisaria recalca que lo ha hecho “para un público completamente adulto”.

Tal fue el descontento de Ana María Matute con este asunto que, cuando publicó Los niños tontos (1956), se vio obligada a incluir una faja que advertía de que “este no es un libro para niños”. La obra es considerada como una de las más importantes de la escritora y recopila varios microrrelatos, pero no está dirigida a lectores jóvenes. Puesto que trataban de etiquetarla como una escritora para niños, Matute estaba convencida de que habría padres que querrían comprarle el libro a sus hijos, lo que “la preocupó” porque sabía que los niños no iban a “entender nada” y seguramente dejaran de leer si creían que “eso era la literatura”.

A pesar de que escribir sobre niños la encasillaba como artista por prejuicios de la sociedad, ella jamás dejó de hacerlo. De hecho, era algo que sentía vital. María Paz Ortuño afirma que la escritora siempre se ha puesto “de parte de los débiles, de los pobres, de los indefensos, de los desvalidos” porque decía que “los conocía mejor”, mientras que a “los ricos” los “conocía menos” y “no le interesaban”. Es por eso que la mayoría de sus personajes no tienen madre o, si la tienen, es mala. Aunque la mayoría pensase que eso era inspirado por los “cuentos de hadas”, donde hay madrastras o los padres directamente han muerto, ella comentaba que era porque la madre sirve como “protección”, mientras que a ella le atraían los jóvenes “totalmente desprotegidos”. “Decía que la infancia era más larga que la vida y que el hombre no era más que lo que había quedado del niño”, recuerda ahora María Paz Ortuño durante la visita guiada de su exposición.

Su gran interés hacia los desprotegidos se puede explicar por su infancia, marcada por la Guerra Civil. A todos los niños que no entendían lo que estaba pasando los denominaría más tarde “generación de los niños asombrados”, en la que ella misma se incluía. No comprendían por qué de pronto se había destruido todo el orden en casa, por qué se les requisaba cosas o no podían salir a la calle si no estaban acompañados de sus padres o abuelos. Hay una imagen que vio y que nunca se borró de su cabeza: la de un hombre que había sido disparado, muerto en el suelo y con un trozo de pan con una onza de chocolate en la mano. Fue un encuentro con la muerte que se le quedó fijo para siempre porque en ese pan con chocolate veía toda la esperanza y todo el mundo perdido para ese hombre.

Su literatura se ha caracterizado desde entonces por tratar “temas eternos”. Silvia Sesé, actual directora de la editorial Anagrama, fue editora de Ana María Matute cuando trabajaba en Destino, el sello que ha publicado todas sus obras, y destaca a elDiario.es que en sus novelas está presente “el miedo”, “la bondad”, “la maldad” y “la soledad”, temas que, “aunque los sitúes en contextos distintos, tienen siempre importancia para todos los seres humanos”. Sin embargo, si bien el franquismo no podía frenar su libertad creativa, sí que actuaba de forma directa censurando sus libros. 

Una de las grandes censuras a las que se enfrentó Ana María Matute fue a la de su obra Luciérnagas. La novela, ambientada en Barcelona durante la Guerra Civil, sería el único libro de la autora que recrea esta época. Pese a que estaba acostumbrada a que en otras novelas le censuraran palabras malsonantes o algún beso, jamás le habían censurado un libro de manera completa. “Ella no quería lanzarlo porque se lo habían mutilado”, dice María Paz Ortuño. No obstante, su marido en ese entonces, Ramón Eugenio de Goicoechea, la presionó a hacerlo y ella finalmente accedió por “cuestiones económicas”, publicándolo bajo el título En esta tierra (1955) en una decisión de la que “siempre se avergonzó”. Hasta 1993 no saldría al mercado la versión sin censurar.

Lo cierto es que Ana María Matute vivió un matrimonio tormentoso con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, un hombre carismático pero irresponsable, que la dejó en la ruina mientras ella escribía para sobrevivir y criar a su hijo. “Él era muy buen amante, pero muy mal marido”, alega Ortuño. Al separarse, Matute perdió la custodia de su hijo debido a las leyes de la época y solo pudo verlo en secreto hasta que, tras años de lucha, lo recuperó y se lo llevó a Estados Unidos. Su obra, marcada por la soledad y el desamparo, refleja este dolor. Años después, la autora reconstruyó su vida con Julio Brocard, pero sufrió un largo bloqueo creativo hasta su regreso triunfal a la literatura.

María Paz Ortuño cuenta a este periódico que, si bien los libros de Matute no son autobiográficos, “los lectores pueden hallar un sentimiento, un estado de ánimo” que los acerque a la escritora. Trabajar en la exposición ha sido “un regalo” para la comisaria porque le ha permitido “volver” a encontrarse con ella, “establecer un diálogo” con Matute. Incluso durante los años que la autora tuvo que dar prioridad a su salud mental, su literatura la llamaba a sí misma, impulsaba a la escritora a regresar cuando estuviese preparada. El resultado fue Olvidado rey Gudú, considerada su obra maestra y el último gran golpe sobre la mesa de una autora que obtendría el Premio Cervantes en 2010.

Tanda de reediciones por su centenario

Desde Ediciones Destino preparan una serie de lanzamientos para celebrar en este 2025 los 100 años de la autora. Emili Rosales, director editorial del sello, cuenta a elDiario.es que es necesario seguir reivindicando a una mujer que “asumía el riesgo de la literatura escribiendo desde una libertad radical”. Rosales menciona la lucha de Matute por “hacer oír su voz” en una “época donde no hay una prioridad hacia las voces femeninas” y destaca su convicción por escribir “fuera de las modas y las normas”.

Emili Rosales considera que Ana María Matute es una de las pioneras del romantasy, género que combina el romance y la fantasía y que está arrasando ahora mismo en librerías con fenómenos como Alas de sangre de Rebecca Yarros. Matute en el 96 ya había publicado Olvidado rey Gudú, novela que Emili Rosales etiqueta bajo dicho género y que se reeditará el próximo 19 de marzo en una edición única con los cantos tintados y en tapa dura. Asimismo, en mayo llegará a librerías la edición completa e inédita de Los niños tontos, que incluye dos relatos desconocidos por el público.

La literatura de Ana María Matute seguirá llegando a las futuras generaciones gracias a “la persistencia, la energía y el talento” que la escritora mostró “en un momento en que el papel social público de la mujer en España era reducido”, tal y como afirma Emili Rosales. Pero no solo su literatura, sino la literatura de todas las autoras que marcaron una época. “Es importante que se ponga en valor y que la gente joven lea a Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Esther Tusquets...”, dice Silvia Sesé, quien asegura que “se pueden leer hoy día de una manera totalmente actual, viva y necesaria”.




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