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Una nueva forma de medir las olas de calor en Canarias eleva la duración de sus episodios en los últimos años

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Un estudio encuentra una mayor persistencia de estos fenómenos en las últimas décadas utilizando la temperatura media y no la máxima. Cómo impactan, eso sí, es una cuestión mucho más compleja: “La mortalidad no solo depende de la temperatura”, defiende el investigador del ISCIII Julio Díaz

La mayor prueba del calentamiento global en Canarias: así se han disparado las noches tropicales en setenta años

Canarias vivió entre el 2 de octubre de 2023 y el 17 de ese mismo mes la ola de calor más excepcional de su historia reciente. El episodio duró 16 días, el más largo desde que hay registros. La anomalía térmica de la ola alcanzó los 4,1 grados. Y los colegios e institutos del Archipiélago cerraron por primera vez debido a la incapacidad de ofrecer confort térmico en las aulas.

Es el fenómeno más extraordinario de todos. Pero una nueva forma de medir las olas de calor en las Islas empleando la temperatura media y no la máxima, como hace la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), sugiere una efeméride distinta: del 4 de agosto de 2004 al 2 de septiembre de ese mismo año.

Ese capítulo duró treinta días, la anomalía fue de 4,6 grados y seis islas se vieron afectadas. Según publicó el periódico ABC, doce personas murieron a causa de las altas temperaturas. “El perfil general de los fallecidos se corresponde con personas mayores, desatendidas y solas, que en gran porcentaje vivían en condiciones higiénico-sanitarias muy precarias”, dijo entonces la consejera de Sanidad del Gobierno autonómico, María del Mar Julios.

El nuevo cálculo viene recogido en un estudio recientemente publicado en Calendario Meteorológico, una publicación anual editada por la Aemet y sus organismos antecesores desde 1943. El autor de ese trabajo, el meteorólogo Alejandro M. García, miembro de la delegación territorial de la mencionada agencia en Canarias, analizó las olas de calor en el Archipiélago desde 1975 según la temperatura media, un método novedoso.

Para que una ola de calor obtenga esa denominación se tienen que registrar temperaturas máximas por encima del percentil 95 durante los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000 (es decir, cifras que hubieran estado dentro del 5% más elevado de esa serie), que dichos valores afecten al menos a una de cada diez estaciones meteorológicas consideradas y que ese episodio de bochorno dure un mínimo de tres días consecutivos.

García asume la misma definición, pero la retoca un poco. En lugar de temperaturas máximas aplica medias, en vez de una estación establece dos y en cambio de julio y agosto usa “los tres meses más calurosos del año”, que en todas las Islas son julio, agosto y septiembre, salvo en El Hierro, donde son agosto, septiembre y octubre. La temperatura umbral de cada isla es la siguiente: 27,8 grados en Lanzarote, 27,1 en Fuerteventura, 26,8 en Gran Canaria, 27,9 en Tenerife, 25,2 en La Palma y 25,3 en El Hierro.

De esta forma, la investigación de García estima que ha habido 63 olas de calor en Canarias desde 1975. La más excepcional fue la citada anteriormente en el mes de agosto de 2004, pero ha habido más de larga duración: octubre de 2023 (15 días), agosto de 1976 (14 días), julio-agosto de 2009 (11 días), septiembre de 2012 (10 días) y septiembre de 1987 (también 10 días).

La ola de calor más temprana comenzó el 20 de junio de 2011. Y las dos más tardías terminaron el 16 de octubre y ocurrieron en 1983 y 2023. La que presentó una mayor anomalía térmica tuvo lugar entre el 28 de julio y el 1 de agosto de 2007, cuando la desviación media con respecto al umbral fue de 6,2 grados. Y la que registró la temperatura más alta, con 32,7 grados, empezó el 9 y terminó el 11 de julio de 2022.

“Es interesante estudiar las olas de calor desde este punto de vista, en el que se incluyen las temperaturas mínimas además de las máximas. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) habla de la importancia de las mínimas en cuanto a la salud, sobre todo del impacto de las noches tropicales, en las que las mínimas superan los 20 grados”, razona Alejandro M. García en una entrevista con esta redacción.

Los resultados del estudio apuntan que solo ha habido cinco años con más de 15 días de ola de calor en Canarias: 2004, 2023, 2012, 1976 y 2015. Al dividir la serie temporal en dos periodos de igual duración, el primero, de 1975 a 1998, presenta 24 olas de calor (media de una al año) y un total de 107 días afectados por este fenómeno (promedio de 4,5 por curso). Sin embargo, el segundo, de 1999 a 2023, contabiliza 39 olas (1,6 al año) y 218 días (9,1 por curso). La incidencia se ha duplicado en cinco décadas a causa del calentamiento global.

Pero no solo eso. Hay más años con cinco y seis islas afectadas por una ola de calor en el segundo periodo (tres y siete días, respectivamente) que en el primero (uno y cuatro días). Los cuatro valores más intensos de anomalía térmica se dan en el segundo tramo de 24 años (en los cursos 2007, 2004, 2022 y 2011) y el quinto ya se da en el primero (1986). Y las tres temperaturas medias más altas asociadas a las olas de calor suceden en los cursos 2022, 2007 y 2011.

García recopiló estos datos y comparó las olas de calor estimadas con temperaturas medias con las calculadas con temperaturas máximas. El meteorólogo apunta que los resultados “son similares”, pero con “algunas diferencias”. La principal es la duración. Mientras que la ola más larga con la primera metodología dura 30 días, el episodio más duradero con la segunda apenas 16.

Otra discrepancia radica en la mayor frecuencia en los últimos años de olas más largas y de cursos con más días asociados a este fenómeno cuando se usa la temperatura media y no la máxima. La primera metodología apunta que ha habido cuatro años con un mínimo de diez días de ola de calor desde el año 2000, pero la segunda computa tan solo uno.

“Cuando usábamos la temperatura máxima, no era tan evidente el aumento de las olas de calor en Canarias. Pero en este estudio sí aparece claramente al emplear la temperatura media. También sale a la luz que está aumentando más rápido las mínimas que la máximas en las Islas”, concluye García.

El experto reconoce en su estudio que no ha comprobado la relación entre el exceso de mortalidad o de enfermedades relacionadas con las olas de calor en Canarias. Eso es un proceso mucho más complejo en el que “no solo depende la temperatura”, destaca Julio Díaz, investigador de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), dependiente del Ministerio de Ciencia.

Díaz recuerda que “para hablar de impactos en salud” es necesario determinar en cada lugar a partir de qué temperatura “comienza a aumentar la mortalidad de forma estadísticamente significativa”. Y en algunas localizaciones ese umbral puede estar en el percentil 95, como el que usa la Aemet, pero no siempre es así.

El científico del ISCIII admite que la definición meteorológica de las olas de calor puede servir para “muchas cosas que no son salud”, como la agricultura o el consumo de electricidad. Pero que para todo lo relacionado con lo primero, no se pueden utilizar percentiles fijos ni modelos extrapolables a cualquier punto del mundo.

“Imagina una población joven con chalés y piscinas y otra con casas prefabricadas en las que viven de media cuatro personas, sin aire acondicionado y con una edad media de 72 años”, narra Díaz. “Según la Aemet, la definición de una ola de calor sería la misma en un lugar que en otro. Pero desde el punto de vista de la salud, está claro que la mortalidad aumentaría de forma muchísimo más rápida en la población envejecida”.

Díaz enumera todos los factores que influyen: socioeconómicos, demográficos, económicos… Desde el Instituto de Salud Carlos III, ha participado en la elaboración del Plan Nacional de Acciones Preventivas de los Efectos del Exceso de Temperaturas sobre la Salud, que establece la zonas de Meteosalud en España y sus umbrales de temperatura máxima.

En Canarias hay trece zonas por el estilo. Los límites con efectos perjudiciales para la salud van desde los 30,2 grados del este de La Palma hasta los 35,2 de La Gomera. En Tenerife se establecen tres umbrales: 30,9 grados en la zona metropolitana, 31,5 en el norte y 33,9 en el este, sur y oeste. Para Gran Canaria hay otras tres: 32,4 grados en el norte, 33,2 en las cumbres y 34 en el este, sur y oeste.

El experto profundiza todavía más en la materia detallando que un dato de temperatura puede explicar mejor que otro la asociación entre el calor y el exceso de mortalidad. Por ejemplo: Díaz y el resto de su equipo realizaron un estudio en cinco capitales de provincia en el que analizaron qué variable relaciona con mayor precisión ambas cuestiones. En Madrid, así, figura la máxima diaria; en Murcia, también. Pero en Málaga, no obstante, es la mínima.

“Cuando alguien dice: bueno, ¿y qué ocurre con mi ciudad? Pues hay que hacer un estudio local. Porque en unos sitios funciona una variable, en otros otra. Y lo hace así porque las características son totalmente diferentes”, continúa Díaz.

La relación causal entre las altas temperaturas y la mortalidad es compleja, ahonda el científico del ISCIII. Detalla que los fallecimientos por golpes de calor solo representan el 2% de los decesos atribuibles a las olas de calor. El resto, ¿de qué mueren entonces? “Fundamentalmente por agravamiento de otras enfermedades, ya sean renales, circulatorias, respiratorias…”, resume Díaz.

Una posibilidad: el proceso que tenemos los humanos para liberar calor es la sudoración. Díaz dice que, para ello, hay que aumentar la frecuencia cardíaca para que crezca la circulación sanguínea en territorio cutáneo. Cuanto más circula, más nos enfriamos. El problema es que, al hacerlo, la sangre no llega a otros órganos. Y eso, unido al incremento del ritmo cardíaco, puede ser una combinación letal. “Si tengo un problema cardiovascular, de esta forma lo voy a acrecentar”, remacha el experto.

La solución no es sencilla. El Parlamento de Canarias aprobó en septiembre del año pasado, con la única oposición de Vox, una iniciativa en la que pide al Gobierno regional que planifique una red de refugios climáticos frente a las olas de calor para mitigar sus efectos en la población.

Pero Díaz no tiene tan claro que sean la única (o la principal) respuesta: “¿Qué sentido tiene contar con un refugio climático si para llegar a él tienes que exponerte al Sol?”, cuestiona. Considera que es una solución coyuntural, más que estructural. Que tiene que existir, pero no como “un hecho aislado”.

“Tiene que haber una actuación de generalización para que la temperatura disminuya en toda la ciudad. Es decir, hay que plantar árboles en toda la ciudad. Reverdecer los tejados, las terrazas… Eso redunda en una mayor adaptación al calor. Y debe ser global, estructural. Porque de muy poco sirve un refugio climático para que las personas vayan durante unas horas”, concluye el científico.

“Para el cambio climático no hay solución, no se puede parar”, continúa Díaz. “¿Qué podemos hacer? Intentar frenarlo y, sobre todo, adaptarnos. Y hay que contarles la verdad a los ciudadanos. Es mucho más fácil y barato poner refugios climáticos que reverdecer toda una ciudad. Pero a lo mejor tenemos que empezar a dejar de enseñarnos el caramelo y empezar a tomar medidas de verdad”. 




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