Adiós al obispo que cambió la mitra por la misión
No suele ser habitual que un obispo deje a un lado la mitra y el báculo para ser misionero. La excepción se llama Nicolás Castellanos, un leonés que, después de pastorear la diócesis de Palencia durante más de una década se embarcó rumbo a Bolivia para entregarse a los últimos de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Allí puso en marcha hace tres décadas la Fundación Hombres Nuevos para erradicar la injusticia y la pobreza extrema. O como el mismo consagrado lo explicaba, para «construir una nueva sociedad a partir de la práctica cotidiana, individual y colectiva, de la solidaridad y la justicia social».
Este miércoles ha fallecido a los 90 años en Bolivia, donde se entregó por entero y sin darse una tregua de descanso. Sufrió un ictus la semana pasada, que le provocó posteriormente un coágulo cerebral. Desde que hiciera sus primeros votos como agustino en 1953, fue muy apreciado dentro de la orden, hasta tal punto que llegaría a ser provincial. Sin embargo, durante su segundo mandato desde Roma se pensó en él para ser obispo, por obra y gracia de Luigi Dadaglio, el nuncio que mano a mano con el cardenal Tarancón propició la Transición tanto para la sociedad española como para la propia Iglesia.
«En Hombres Nuevos todos se sienten hermanos, porque son valorados, reconocidos en su dignidad, dando a las personas vulnerables las herramientas para vivir con dignidad como profesionales», se mostraba orgulloso hace unos meses sobre la labor realizada en tierras bolivianas. Sobre todo, teniendo en cuenta, como él mismo subrayaba, que su fundación se inspiraba y se inspira «en Jesús de Nazaret, en su proyecto de humanización, de que las personas vulnerables puedan tener vida y vida plena».
Tras conocer su fallecimiento, el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, le definía como «todo un ejemplo de humanidad» que «cambió la vida de cientos de personas». No en vano, Nicolás Castellanos recibió en 1998, junto a Vicente Ferrer, Joaquín Sanz Gadea y Muhammad Yunus el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por dedicar su vida a los que el papa Francisco llama «los descartados».
Precisamente el obispo misionero era un firme defensor del primer Pontífice latinoamericano de la historia y no dudaba en salir al quite cada vez que tenía oportunidad.
«Resulta incomprensible la oposición virulenta que encuentra, cuando lo que está haciendo es una reforma profunda según el Evangelio», llegó a decir el agustino sobre las resistencias visibles a Jorge Mario Bergoglio.
Y todo, desde el convencimiento de que la comunidad creyente debería despojarse cada vez más de lastres institucionales y volver a la esencia, volver a Jesús: «Veo futuro en la Iglesia, pero como un pequeño rebaño, un pequeño grupo de cristianos auténticos, porque la fe tiene futuro por gozar de denominación de origen: el Espíritu Santo».