De 'Shakespeare enamorado' a 'Emilia Pérez', cómo las campañas creadas por Weinstein han dinamitado la carrera por el Oscar
La de este año ha sido una de las carreras por el premio más agresivas y desagradables. Muchos la comparan con la de 1999. Ambas tienen un nombre en común, el de Lisa Taback
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La carrera para el Oscar llega a su final la madrugada del domingo al lunes. Lo hace tras una campaña —el término no es casualidad— que ha sido agotadora y hasta violenta. Desde septiembre que se abre la veda (con Venecia y Toronto como grandes lanzaderas) se ha hablado poco de cine y mucho de las polémicas en torno a muchas de las nominadas. Todas han tenido su señalamiento.
Anora fue atacada por las declaraciones de Mikey Madison diciendo que no usaron coordinadores de intimidad en el rodaje. A The Brutalist le tocó por el uso de inteligencia artificial para perfeccionar el acento húngaro de sus protagonistas y alguien rescató un gag de Adrien Brody en 'Saturday Night Live' donde se reía de los jamaicanos. De Fernanda Torres, nominada por Aún estoy aquí, encontraron un vídeo donde protagonizaba un blackface (interpretaba a un personaje pintándose la cara de negra)...
El director de la película brasileña, Walter Salles, contaba en una entrevista en elDiario.es cómo había cambiado todo en estos años: “Ahora se habla de la campaña de los Oscar. Esa palabra no existía en 2005. Esa es una de las cosas que más me ha impresionado, la idea de que incluso semánticamente se ha incorporado un lenguaje que tiene que ver con el mundo político. Un mundo donde los objetivos son completamente diferentes para el cine. Ahora todo es mucho más grande. Francamente, hay demasiado ruido. Espero que esto realmente cambie a partir de ahora, que las cosas se vuelvan mucho más humanas”.
La cumbre de todo ese ruido ha sido la campaña contra Emilia Pérez. El musical de Jacques Audiard salió de Cannes aupado como una de las películas que más habían gustado (ganó el premio del jurado y el de mejor actriz para todas sus protagonistas) y Netflix, que este año no tenía ninguna producción propia para la temporada de premios, la compró a golpe de talonario por 12 millones de dólares (a los que hay que sumar una campaña de promoción que algunos medios valoran en otros 20 millones de dólares).
Pocos imaginaban entonces que la película iba a ser criticada por los clichés con los que representaba la cultura mexicana, por los que usaba para representar la comunidad trans —con un artículo demoledor de Paul B. Preciado a la cabeza—, por la extrema derecha que cada vez que hablaba Karla Sofía Gascón llenaban las redes de insultos tránsfobos y, en un giro inesperado, por los tuits desempolvados de la actriz española donde insultaba a casi todas las minorías posibles.
Emilia Pérez pasó en un mes de ser la gran favorita, con 13 nominaciones, a la película de la que había que huir. Hay, en este suceso, un hecho que parece la cuadratura del círculo perfecta o, incluso para muchos, un acto de justicia poética, ya que una de las personas responsables de la campaña de premios del filme de Audiard es Lisa Taback, la gran experta en campañas para los Oscar a quien Netflix fichó hace seis años cuando se obsesionó con ganar la estatuilla. Taback no ha logrado todavía el premio al Mejor filme para la plataforma, pero sus maneras ya se han hecho notar.
El fichaje de Taback no es casualidad, ya que ella fue uno de los nombres fundamentales de las campañas de premios que cambiaron todo: las que realizó en Miramax bajo las órdenes de Harvey Weinstein que, antes de que fueran publicados los casos de acoso y abuso contra decenas de actrices y mujeres de la industria, había construido su prestigio gracias a los Oscar que había ganado con películas, a priori, más independientes que sus rivales. Miramax se fundó como un defensor del cine de autor. Fueron ellos quienes distribuyeron Pulp Fiction, pero en 1998, tras ganar el Oscar con El paciente inglés, descubrieron el poder de los premios y crearon una forma de pelear por ellos mucho más agresiva, basada en la construcción del relato y donde la calidad de las películas pasaba a un segundo plano.
La cumbre de todo esto ocurrió en 1999, donde Weinstein y Lisa Taback fueron parte activa de la considerada la campaña más desagradable de toda la historia de los Oscar, la que llevó a una comedia romántica de época tan correcta como Shakespeare enamorado a quitarle el premio al Mejor filme a una obra que quedó para el recuerdo como Salvar al soldado Ryan. La cara de sorpresa de Harrison Ford al leer el sobre en aquella gala lo dice todo. Nadie pensaba que la película de John Madden pudiera ganar, y de hecho la Academia colocó a Ford, protagonista de Indiana Jones, a dar el último galardón.
Lo que se vivió en aquella carrera de premios —y que tiene su eco en la actualidad— se ha ido contando en varios reportajes que han dado voz a lo que en aquella época eran rumores susurrados. Básicamente, se acusó a Weinstein de hacer algo que la Academia prohíbe de forma explícita: hablar mal de los compañeros. En un artículo en The Hollywood Reporter publicado 20 años después, Terry Press, la jefa de marketing de Dreamworks (la productora de Salvar al soldado Ryan) cuenta que empezó a recibir llamadas de la prensa en las que le decían que Weinstein había contratado publicistas intentando que los periodistas escribieran artículos diciendo “que lo único asombroso de Salvar al Soldado Ryan eran los primeros 20 minutos, y después solo era una película de género sin más”.
“Sabía que Harvey estaba gastando un montón de dinero, pero esa fue la primera vez que viví una ‘campaña de rumores’ contra otra película. Escuché que Harvey básicamente había ido por ahí contratando a personas que eran publicistas de la vieja escuela, que estaban emocionados de que pensaran en ellos y les encargó esta idea. Fui a Steven y le dije: ‘Solo para que lo sepas, esto se está poniendo feo’. Y Steven me dijo, nunca lo olvidaré, ‘No importa, no quiero que te metas en el barro con Harvey Weinstein. No quiero ninguna campaña negativa’, recuerda Press en dicho reportaje, en el que Mark Gill, quien fuera presidente de Miramax dice que esas acusaciones no le sorprenden, pero que él nunca lo vio.
Ahora se habla de la campaña de los Oscar. Esa palabra no existía en 2005. Incluso semánticamente se ha incorporado un lenguaje que tiene que ver con la política
No fue lo único que hicieron al límite de la legalidad: en 1997 se habían prohibido las campañas telefónicas donde se llamaba miembro a miembro pidiendo el voto. Weinstein no pidió el voto, pero según cuentan, sí que llamó para asegurarse de que habían visto la película, habían recibido una copia y escuchar su feedback. La campaña se iba tensando y el equipo de Miramax no perdió ni una oportunidad. Su acción más llamativa fue poner un anuncio de Shakespeare enamorado durante la entrevista que Monica Lewinsky concedió, en medio del escándalo de su relación con Bill Clinton, a la periodista Barbara Walters y que vieron 48 millones de espectadores.
El propio Weinstein reconocía que a partir de entonces las campañas se volvieron agresivas. “En aquellos días, los estudios tenían el control de los Oscar, porque ninguno de los independientes hacía campaña agresivamente. Lo único que hicimos para cambiar las reglas fue, en lugar de simplemente quedarnos de brazos cruzados y que nos vencieran porque alguien tenía más dinero, más poder, más influencia, hacer una campaña de guerrilla”, dijo el productor en el libro de Peter Biskind de 2004, Down and Dirty Pictures.
Las reglas habían cambiado. “Convirtió la campaña de los Oscar en un deporte mucho más sangriento”, dijo en una entrevista en la BBC Michael Schulamn, autor del libro Oscar Wars: A History of Hollywood in Gold, Sweat and Tears. Un deporte sangriento que ha acabado salpicado a Lisa Taback, uno de sus creadores y a Emilia Pérez, la película con la que ella pensaba que había encontrado su nuevo Shakespeare enamorado.