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'Kois', sociólogo: "El huerto urbano es un espacio donde cambios ordinarios pueden provocar cambios extraordinarios"

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José Luis Fernández Casadevante, experto internacional en soberanía alimentaria, ha lanzado 'Huertopías', un libro que pone encima de la mesa cómo la agricultura urbana puede ser una gran palanca para una mayor movilización social: "Es un espacio en el que podemos pensar quiénes somos"

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Se llama José Luis Fernández Casadevante, pero él se presenta como Kois. “Es un apodo. Es el nombre de un pez. Son las carpas naranjitas de acuario asiáticas”, explica. Se lo llamaban a su abuelo como un mote cariñoso, luego a su padre, y luego a él. “A medida que han ido pasando las generaciones, algunos familiares se lo han ido quitando. Les parecía poco serio”, afirma. Pero él se ha ido reafirmando cada vez más en torno a ello.

Nació en Madrid (1978), se graduó en sociología, y se ha ido consagrando como un experto internacional en soberanía alimentaria. El activismo vecinal ha tenido un papel fundamental en su vida y, desde hace ya 15 años, participa en el huerto comunitario de su barrio, Vallecas. En él, cuenta, ha visto crecer a su hijo a la vez que lo hacían las hortalizas. Durante cinco años, Kois y su pareja, Nerea Morán —doctora arquitecta e investigadora del fomento de los usos agrarios del territorio desde el urbanismo— se sumergieron en un proceso de investigación que ha culminado en Huertopías: Ecoubranismo, cooperación social y agricultura, que acaba de publicar Capitán Swing. Para ellos, una simple parcela puede transformarlo todo.

¿Cómo comenzó su relación con los huertos y con la agricultura? 

Yo llevo veintipico años en el movimiento vecinal de Madrid. A raíz de acabar una lucha muy larga en el barrio, sentimos una especie de vacío existencial, y pensamos: '¿y ahora qué hacemos como asociación?'. Ya habíamos conocido el primer huerto comunitario de Madrid, que se montó en el barrio del Pilar unos años antes, y en 2010 decidimos montar uno en nuestro barrio. Y yo soy mucho de jugar el partido y tratar de narrarlo a la vez. De ir reflexionando en las cosas en las que participo, y ahí surgió un poco el interés tanto práctico como de investigación. Comencé a hacer todos los trabajos que he ido elaborando en este tiempo sobre los huertos. No fue un interés 'heredado'. Ni mis padres ni mis abuelos tenían huertos.

En el libro señala que ‘somos el paisaje en el que nos socializamos’. ¿Cuántos beneficios puede traer tanto para la salud mental como para la salud física la agricultura urbana?

Es una de esas actividades que pueden trascender el ocio meramente lúdico. Al final, sin darnos cuenta, nos provoca muchos beneficios, tanto individuales como colectivos. Ahora mismo la agricultura urbana se está utilizando como terapia complementaria desde sistemas nacionales de salud como los de Reino Unido o Estados Unidos. Tú vas al médico y te pueden recomendar ir al huerto. ¿Por qué? Porque combina ejercicio físico moderado, contacto con la naturaleza, estar al aire libre... Se recomienda mucho a personas que tienen depresión, ansiedad, soledad no deseada… Funcionan muy bien para reconectar con la vida en un sentido muy amplio.

También permiten mejorar la autoestima, los mecanismos de autocontrol, la paciencia, porque no son procesos que puedas forzar. Tú echas una semilla y te obliga a tener fe, esperanza en que eso va a brotar, y no puedes acelerar el proceso. Además, también lleva a cambios en los estilos de vida, en relación, sobre todo, con la alimentación.

También explica cuán protagonista puede llegar a ser un huerto comunitario en un barrio a la hora de potenciar lazos vecinales y de cuidados. 

Sí. Además es que son esos lugares donde la gente puede llegar de una en una y salir de cinco en cinco. Creo que eso es algo que no suele suceder en otros espacios asociativos. Son lugares más inclusivos. No hay una puerta. Tú a través de la valla ves lo que está sucediendo al otro lado y, si te interpela, a nada que te paras, te invitan a entrar. Eso permite también como una suerte de construcción de comunidades más heterogéneas, porque permite dinámicas intergeneracionales. Conviven personas jubiladas con jóvenes o niños, y todos los rangos de edad intermedios. O permiten incorporar con mucha más naturalidad a la población migrante.

Es un espacio que tiene dinámicas 'tobogán', que te arrastran sin que te des cuenta a participar en otras cosas de tu barrio partiendo de un interés que, en principio, era ir a comerte lo que habías cultivado

Te das cuenta de que la tierra es un espacio de encuentro muy proclive a que gente diferente haga una actividad en común. A partir de cultivar plantas y de trabajar en los bancales, esas relaciones acaban trascendiendo. Y se generan toda una suerte de habilidades sociales más colectivas, más de gestión de un espacio en común, de compartir recursos, de planificar colectivamente, y eso lleva a que mucha gente se conecte con tejidos asociativos locales más amplios que están fuera del huerto. Es un espacio que tiene dinámicas 'tobogán', que te arrastran sin que te des cuenta a participar en otras cosas de tu barrio partiendo de un interés que, en principio, era ir a comerte lo que habías cultivado.

Trabajar conjuntamente con tus vecinos con un objetivo compartido puede llegar a generar una especie de ‘autoestima colectiva’ en la comunidad, ¿no?

Claramente. Eso está estudiado en países como, por ejemplo, Estados Unidos. Sobre todo, en las zonas más humildes. Allí tienen claro que éstos, aparte de funcionar con su actividad propia, han sido el germen de un montón de otras luchas vecinales. Cuando una comunidad es capaz de poner en marcha un proyecto, ver que es capaz de sacarlo adelante y que tiene éxito, se plantea que puede conseguir otras cosas. La gente se da cuenta de que puede lograr mejorar su entorno, sus condiciones de vida, y entonces se anima a involucrarse en otros procesos que pueden ser mucho más ambiciosos. Digamos que el huerto es un espacio donde cambios ordinarios pueden desembocar luego en cambios extraordinarios. 

De todos los casos que ha investigado y estudiado, ¿hay alguno que destacaría, cuya historia ejemplifique cuánto puede transformar un huerto a una comunidad?

El caso de 'Green Bronx Machine'. En el barrio del Bronx de Nueva York, un profesor, Stephen Ritz, trabajó con un aula de lo que vendría a ser aquí la ‘compensatoria’ de un instituto. Consigue sacar a los chavales al barrio, empezar a montar huertos comunitarios, mejorar el paisaje urbano de su entorno, que el barrio reconozca a los chavales y las chavalas como agentes de transformación positiva de su entorno, y que los chavales, a través de esta práctica, reconecten con una actividad que, como les gusta mucho, les invita a no faltar a clase.

A partir de esa práctica lo que hace Ritz es transversalizar todos los contenidos curriculares a partir del cultivo de alimentos y la cocina. Monta un aula experimental en la que se cultivan muchos alimentos y se cocinan, y a partir de ahí se pueden trabajar todas las materias obligatorias. Consigue que esos chavales y chavalas, que venían de unas tasas de fracaso escolar enormes, consigan una enorme tasa de éxito. El proyecto le permitió ganar el 'Premio Nobel de Educación', el Teacher Prize.

Están entrando diariamente miles de camiones que traen alimentos desde miles de kilómetros de distancia y esto, más que una fortaleza, deberíamos entenderlo como una fragilidad, una vulnerabilidad

Reflexiona también acerca de la gran seguridad alimentaria que pueden ofrecer estos proyectos. ¿Cree que el sistema alimentario, tal y como está concebido hoy, podrá sostenerse mucho tiempo más? 

Toda la gente que investigamos el sistema alimentario desde esta óptica más ecosocial somos bastante críticos. Ahora mismo tenemos uno completamente dependiente de los combustibles fósiles. Eso es una dependencia invisible que no percibimos. Funcionamos a partir de cadenas globales de suministros que son enormemente impactantes en términos ambientales, y que, además, generan toda una serie de asimetrías o de dependencias de unos territorios sobre otros. En términos de economía global supone el acaparamiento de recursos en el norte global poniendo a su servicio enormes superficies de otros territorios.

Al final no percibimos desde nuestros entornos tan artificializados cómo funciona realmente este sistema en el cual están entrando diariamente miles de camiones que traen alimentos desde miles de kilómetros de distancia y esto, más que una fortaleza, deberíamos entenderlo como una fragilidad, una vulnerabilidad, entendiendo que la ciencia dice que en un futuro próximo vamos a vivir con menos recursos, menos energía, y en entornos ambientalmente cada vez más complicados. Adaptarse a esta evidencia implicaría rediseñar y relocalizar los sistemas alimentarios. Yo creo que ahí la agricultura urbana es una pieza que va a ayudar a hacer este proceso y que va a ser importante.

Vivimos en un mundo donde nuestra atención está ‘secuestrada’ por las redes sociales. En este contexto, ¿cómo de revolucionario puede ser cuidar un huerto?

El huerto nos permite un espacio de reflexión personal. Actúa como un espacio en el que podemos pensar quiénes somos, qué nos gusta, qué sentido tiene nuestra vida, y compartirlo con otras personas. Allí desconectas de determinadas inercias cotidianas. Sucede también en otras prácticas como el senderismo. Al estar en entornos naturales, nuestro cerebro se evade de los problemas cotidianos, de las rutinas, y de las inercias del pensamiento. Por otro lado, nos obliga también a tener momentos de concentración plena.

En el contexto en el que estamos, mucho de lo que podemos hacer como personas a nivel individual es dejar de trabajar tanto como individuos y ponernos a trabajar más como colectivos, como comunidades, y el huerto es un lugar propicio en el que poder empezar

Y luego el huerto es revolucionario si lo entendemos no como un lugar para retirarse del mundo sino como uno a partir del cual poder intervenir sobre la realidad. Un lugar en el que las comunidades ganan protagonismo y se activan, y no tanto un lugar en el que nos retiramos a evadirnos y a resignarnos ante una realidad que nos ha superado. La mirada revolucionaria es entender el huerto como un ataque y no como una retirada, como decía el poeta Hamilton Hayne.

¿Más o menos cuánto tiempo hace falta en una semana para atender un huerto urbano y por dónde le recomendaría empezar a alguien que se lo esté planteando?

Depende de la superficie del huerto. Si es un huerto en terraza, con unas pocas horas a la semana es más que suficiente. Otra cosa es un huerto comunitario. Allí, el trabajo no se acaba nunca. Siempre son susceptibles de mejoras y de oportunidades para su embellecimiento. Pero en los huertos comunitarios conviven distintas intensidades de participación. Hay gente que está en el grupo motor de los proyectos, que está en el día a día, que se preocupa por coordinarlo, y gente que va más ocasionalmente.

Si alguien está interesado, lo primero sería enterarse de qué huertos urbanos tiene cerca, acercarse a preguntar, y probar. Igual el modelo que hay no le gusta, o igual descubre un lugar en el que va a ser feliz y va a conocer a gente interesante. En el contexto en el que estamos, mucho de lo que podemos hacer como personas a nivel individual es dejar de trabajar tanto como individuos y ponernos a trabajar más como colectivos, como comunidades, y el huerto es un lugar propicio en el que poder empezar.




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