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Hablan como chusma, insultan como chusma. ¿Acaso serán chusma?

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¡Qué zafias, qué groseras, qué bárbaras son nuestras derechas patrias! Quién diría que sus más eximios representantes vienen de ser educados en colegios de postín, de mucho cura, mucha monja y mucho relumbrón

Yo he visto garras fieras en las pulidas manos; conozco grajos mélicos y líricos marranos... El más truhán se lleva la mano al corazón, y el bruto más espeso se carga de razón”. (Antonio Machado. Proverbios y Cantares, VII). 

¡Qué zafias, qué groseras, qué bárbaras son nuestras derechas patrias! Quién diría que sus más eximios representantes vienen de ser educados en colegios de postín, de mucho cura, mucha monja y mucho relumbrón. Casi todos han nacido en familias de posibles, donde había sopa y de todo, que decía Gila, se comía con tenedor y cuchillo y las señoritas levantaban el meñique para tomar el café o el té. Gentes de mucho respeto, a los que el portero de la majestuosa finca llamaba don y doña. Pues ahí les tienen, como cocheros de arrabal, que de sus finas bocas sólo salen sapos y culebras, mezquinos insultos por aquí y acullá. Más bien parecen vulgares plebeyos arrancados del arroyo apestoso, la pocilga maloliente o el albañal hediondo. Hablan como la chusma. ¿Acaso serán chusma ellos mismos?

Ahí tienen, por ejemplo, a Isabel Díaz Ayuso hablando de las mierdas en la Asamblea de Madrid para referirse a unos pobres ancianos –porque esa era la cosa, diga ella y sus voceros lo que les pete– que murieron ahogados en sus camas porque a la Comunidad que ella preside no les dio la gana enviarlos a un hospital. ¿Dónde ha aprendido la señorita del pan pringado, conocida como la reina del vermú, a comportarse en público y en sitio respetable, no la tasca de la esquina, como una montaraz rabanera? ¿Quizá de su hermano, el del pelotazo de las mascarillas, o de ese ejemplar de sujeto malencarado que es su mentor y jefe de gabinete, el malhadado MAR –os vamos a machacar–, quizá de su admirada madrina Esperanza Aguirre, la aristócrata desahogada, o podría ser, también, que esos modos y maneras se le hayan contagiado del señor con el que convive en un hermoso piso de Chamberí, un tipo que se inventa empresas fantasma para defraudar a Hacienda? Da igual el docente, que aquí nos quedamos con la discente, que arrabalera, desprecia con invectivas a todo lo que se oponga a su tiránica compostura. Hoy han sido las mierdas, pero acostumbrados estamos a sus desplantes habituales, que sus acólitos aplauden como graciosas chulerías y que no son más que cochinadas de jovenzuela malcriada. ¿Castiza? Quiá: faltona insolente.

Pero claro, tiene en su partido a numerosos maestros en el arte de la chocarrería, todos ellos amparados por aquel señor que vino de Galicia con aires de mosquita muerta y gestos de manso frailón. No salgamos del género femenino y admiremos el cuajo en el insulto y la maledicencia de Cuca Gamarra, toda una señora en sus tiempos de alcaldesa de Logroño, o de Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, XV marquesa de Casa Fuerte, guantes blancos llevaba el servicio en su rica casa. Podríamos seguir en esta línea, que al Ojo no le gusta que le tachen de menospreciar a las señoras. En absoluto. Ahí tienen esos grandes ejemplos en la élite política. 

Decimos de maestros. ¿Qué opinión les merece el señor don Miguel Tellado, tan lucido en su papel de gamberro institucional, a mí las Cortes no me impresionan y me paseo por ellas como por la barra del bar, palillo entre los dientes, huesos de aceituna y restos de gallinejas en el sucio suelo? Es otro que gusta de las mierdas, ya se lo dijo así a la vicepresidenta Yolanda Díaz, porque les atrae, como a las moscas, ese lenguaje escatológico. No es nuevo en la derecha, esa mirada por encima del hombro y el desprecio a los semejantes a los que se trata como meros sirvientes, tal que la señora marquesa o el señorito Iván de Los Santos Inocentes. 

Trabajan desde la impunidad de su estatus de privilegio –las derechas siempre hemos sido superiores– y no les importa insultar como gañanes al presidente del Gobierno, a las vicepresidentas, a los ministros, al fiscal general o a la madre que les parió. Todo vale. Y la mancha de la zafiedad, tan enseñoreada desde arriba, se extiende como vertido de petróleo en las costas gallegas, ese Prestige me lo llevan fuera de mi vista. Si papá habla mal en el comedor, qué no harán los pipiolos. Y si a estas expresiones tabernarias se le añaden los salvajes comentaristas de los digitales infames, o incluso de los muy serios periódicos de la más rancia derecha, como en este diario hemos podido leer domingo a domingo en el Catavenenos, ¿qué nos queda por hacer?   

Cuenta, además, esta derecha que tanto queremos y tanto sufrimos con los vientos a favor que llegan desde allende los mares, con un Trump desatado, una deleznable máquina de mentir sin descanso de zafiedad suprema, la grosería como línea a seguir en la política interior y exterior. Y, por ahora, sin oposición. ¿Dónde estará Kamala Harris, un suponer? ¿Y los Obama? ¿Y todo el Partido Demócrata, uno por uno? Incluso los republicanos, ¿todos piensan como el energúmeno que quiere construir casinos sobre los cadáveres de 57.000 víctimas de la barbarie de Netanyahu? ¿Todos aman a Putin y odian a Zelenski? ¿Ninguno de ellos quiere convivir con los mexicanos que construyen carreteras o les sirven en sus restaurantes? ¿Hay alguien en el mundo civilizado más basto, más cerril que Donald Trump? Si excluimos a Elon Musk y sus conmilitones, claro. 

Los mismos vientos que soplan en Europa –Francia o Italia–, ya han visto los resultados de las elecciones alemanas, que sobrecoge ver cómo un pueblo que sufrió en sus carnes a Hitler y el nazismo se ha lavado a sí mismo el cerebro y considera que los descendientes de aquellos salvajes son los que van a traer paz y bienestar a sus maltrechos hogares. ¡Casi tres millones de votos han ido a parar a la extrema derecha de la AfD! Mejores analistas de política internacional que el Ojo ya tratarán aquí con más detenimiento y rigor el caso alemán, pero sirva su desprecio a los extranjeros, el lenguaje soez para referirse a los otros, como apoyo para esa deriva que observamos en la derecha. Y eso que habrán notado que por pura higiene mental no hemos citado las sartas de venablos garbanceros, puro y odioso fanatismo, que encadenan los Santiago Abascal, Hermann Tertsch o Carlos Girauta de Vox. Así hablan los trogloditas, así, así. Poca cosa podemos esperar de la formación ultraderechista. ¿Y es también ultracatólica, me dicen? También, pero a su aire, que el papa Francisco -hoy tan malito- es un rojo y aquello del amor al prójimo tampoco hay que tomárselo muy en serio. 

Adenda. Ha dicho Héctor de Miguel, Quequé, que se podía volar con dinamita el Valle de los Caídos, hoy Cuelgamuros, y un juez pintón quiere empurarle. Súmeme a la fiesta el señor magistrado, como debería hacerlo con el gran John Lee Anderson, “sería conveniente reconciliarse con la historia, y, en un acto solemne, con la aprobación del Parlamento, volar con poderosos explosivos ese monumento a la brutalidad que se llama Valle de los Caídos”, o con el muy respetado historiador Santos Juliá, “sólo podrá ser un lugar hermoso cuando sea un lugar en ruinas”, partidarios –y así lo dejaron escrito– de acabar con aquel espantoso monumento. Con todos los ejemplos de vesania que protagonizan los señores de la derecha, políticos y periodistas, como ya hemos indicado más arriba, con todas las barbaridades que oímos y leemos a diario, ¿no tiene el señor juez otra víctima más a menos que Quequé para explicarnos qué entiende su señoría por libertad de expresión?




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