¿Quién teme al periodista feroz?
El sanchismo no teme al PP, ni a los «ultras», ni a una ruptura del país, o a la ingobernabilidad económica de España. Tampoco le asustan las contradicciones o hacer el ridículo. Es más, la hemeroteca no le importa. Solo tiene miedo a la justicia y a la prensa libre, a perder su impunidad. Esto es muy sintomático, porque únicamente un Ejecutivo acosado por la corrupción puede tener esos temores. Por eso ha decidido ir a por los medios críticos buscando que se autocensuren o cierren. Lo quiere hacer como en las democracias iliberales: atribuyéndose la potestad de dar carnés de periodista y mediante asfixia financiera.
Los argumentos del Gobierno para controlar los medios son falaces. Dice que quiere evitar los bulos, en referencia a los escándalos publicados por la prensa sobre Begoña Gómez, David Sánchez, Ábalos, García Ortiz y el resto de cofrades. Pero miente. Una sociedad democrática no se basa en una opinión pública formada siguiendo las directrices gubernamentales, sino a través de la libertad de prensa, cuyo trabajo es meter miedo al gobernante mediante la pregunta, el análisis y la investigación, sin más límite que el Código Penal. Este es un derecho básico de las personas en democracia que permite valorar al Ejecutivo y hacerle pagar en las urnas sus errores o delitos. Lo contrario es tratar al ciudadano como un menor de edad medio tonto.
El miedo del Gobierno se ha extendido a las redes sociales porque son espacios de expresión prácticamente libres, donde las noticias vuelan sin control. Esa inmediatez aterra al Ejecutivo. Cualquiera con un móvil puede grabar una imagen o un sonido incómodo para los ministros y su entorno, como una protesta callejera, unos insultos o algo que quiera ocultar o minimizar. Por ejemplo, el despliegue policial y el tratamiento vip de Begoña Gómez en su visita al juzgado no hubiera sido tan censurado si los medios libres y las redes no hubieran mostrado las imágenes vergonzosas. Lo mismo se puede decir de la filtración de las calamitosas declaraciones del Hermanísimo de Sánchez, que fueron carne de meme y chanza.
Sin el trabajo de la prensa libre tampoco habríamos sabido nada de Ábalos con Jéssica «veinte minutos» y el chalé peruano, o de los negocios de Begoña Gómez usando a la Complutense. Si esos periodistas hubieran ejercido la autocensura para que su medio de comunicación no fuera asfixiado económicamente por la CNMC, controlada por el Gobierno, no se habría sabido nada y colorín colorado.
Es cierto que en su miedo gobiernan ellos, pero la táctica de desautorizar a jueces y periodistas, levantando sospechas sobre la profesionalidad de quienes les fiscalizan y critican, nos está dando la medida del pavor que sufren. Quizá hubiera sido preferible haber sido honesto para tener la conciencia tranquila, pero ya es tarde. Ahora teme el peso de la ley y la voz de la prensa.
Al final tiene gracia, el mismo Gobierno que centra sus campañas políticas en el miedo a la «extrema derecha», vive inmerso en el miedo a los juzgados, a las portadas de los periódicos y a los programas de radio. En este momento, el sanchismo vive metiendo miedo a los suyos ante un peligro inexistente, los «ultras», mientras exhala pavor a las consecuencias periodísticas y judiciales de sus actos. Va quedando claro que su obcecación por detentar el poder no es el servicio público, la gobernanza en provecho de todos, sino obstaculizar la fiscalización de sus desmanes.
El miedo demostrado está dejando al descubierto la realidad de un Ejecutivo tan agotado como errante. Como ha escrito Higinio Marín en «Filosofía breve de la vida», cuando un Gobierno no respeta ni hace más libres a los gobernados, sino que limita su libertad para satisfacer sus intereses propios, ese poder se hace despótico. Y el déspota teme a la prensa más que a nada.