El otro César Vallejo
Escribe: Eduardo González Viaña
-¿Quiere usted ir al dormitorio?
-¡No, por favor! -respondí a la dama que aquella tarde cálida de Trujillo me estaba invitando.
A la mañana siguiente, regresé al “Rinconcito vallejiano” y me preguntaron si quería un “Desayuno Trilce”.
-¿Triste? -pregunté yo.
-¡No! Un desayuno “Trilce”.
-Ante mi negativa, el mesero preguntó si quería café o alguna infusión y, después de eso, me ofreció:
-¿Con un “Chicharrón vallejiano”?, ¿o tal vez unas “Humitas Heraldas”? ¡Están para chuparse los dedos!
En Trujillo, como en Lima y otras ciudades del país, se ha ido formando un interés legítimo por la obra del poeta que, lamentablemente, va acompañado por una suerte de culto casi religioso y a veces comercial por el escritor cuyos libros los supuestos lectores no han abierto ni por la primera página.
Ante la aglomeración de vallejianos de esa naturaleza, un lector honesto me pregunta: “¿Qué hago para entender a Vallejo?”. Le respondo: “Póngase de pie. Estire los brazos hacia delante. Junte las manos por las muñecas. Si no puede mantenerlas así, haga que se las aten. Camine usted después una cuadra, dos, tres o más”.
Y sigo: “Usted no sabe hacia dónde se dirige porque tiene nueve guardias armados detrás, y son ellos los que le dicen que avance. Además, de rato en rato, lo empujan cuando usted vacila porque es muy difícil caminar de esa manera”.
Estoy recordando algo que ocurrió entre 1920 y 1921, el encarcelamiento injusto de César Vallejo, o sea la génesis de Trilce, su libro más famoso. Lo recuerdo también porque se cumple, el 16 de este mes, un aniversario más de su nacimiento.
Pero sigamos: “En la esquina que da a la catedral de Trujillo, usted tropieza y cae. ‘¡Levántate, carajo!’, le grita uno de los uniformados. Hacerlo es casi imposible. Un transeúnte lo ayuda. Eso enfurece a sus captores porque quieren burlarse de usted mientras trata de levantarse.
Comienza a cruzar en sesgo la plaza de Armas. Unos muchachos que pasan por allí lo reconocen, y gritan que es injusto, que no deben tratarlo a usted de esa forma. Los guardias le dan un empujón y le ordenan que avance a paso de carrera. Detrás se escuchan dos balazos.
Una cuadra y media más abajo, se detienen ante la gran puerta de rejas, y llaman a gritos al portero. El hombre llega corriendo, y la abre.
A usted no le quitan las esposas. Debían hacerlo para que suba los tres peldaños de esa puerta, pero tienen instrucciones de humillarlo.
Al saber que usted está acusado de terrorista, sus amigos más prudentes ni siquiera pronunciarán su nombre e incluso dirán que nunca lo conocieron. Usted sabe que, de ese tipo de cárceles y condenas, librados al arbitrio de la autoridad, solo se sale muerto o loco. Así ha sido ayer y así es ahora. Y si usted sale alguna vez, tendrá que irse precipitadamente al extranjero para morir allí.
Y, por último, si usted llega a ser famoso, muchos se atreverán a decir que nunca quiso volver a su patria. Los bufones escribirán sobre usted. Las reinas de belleza lo citarán entre sus preferencias literarias. Los carceleros de hoy guardarán un minuto de silencio en su memoria, y dispararán veintiún camaretazos sobre los presos rendidos”.
A César Vallejo lo persiguieron y encarcelaron por razón de sus ideas. La revolución mexicana y la revolución socialista en Rusia habían colmado el corazón de un grupo de jóvenes que, en Trujillo, forjaron utopías de justicia social. El conocido grupo literario Norte que tenía entre sus miembros a Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides Spelucín y César Vallejo, entre otros, había sacudido consciencias y suyas eran las utopías del siglo.
Al poeta se le acusó con falsía de haber incitado un movimiento en Santiago de Chuco. Todas las leguleyadas fueron armadas contra él por el juez ad hoc. Cualquier lego en derecho se daría cuenta hoy de que la prisión de Vallejo fue, en realidad, un castigo por sus ideas de izquierda.
Una vez libre, vivió en Europa y no pudo regresar jamás al Perú, aunque lo deseaba.
Provoca hilaridad la veneración de algunos vallejianos de hoy que andan por las calles buscando el número de zapatos que calzó el poeta, o acaso sus primeras ediciones. Sin embargo, más indignación causa que este sistema mercantilista haya generado un aprovechamiento comercial de Vallejo.
-¿Quiere usted ir al dormitorio? -repitió la guía de turistas, y recién entendí que se trataba de la visita ritual que los viajeros suelen hacer al dormitorio del poeta.