Damasco aplasta una rebelión de leales a Asad y provoca una matanza de alauitas
Era un temor fundado. Al cumplirse tres meses desde la caída del régimen de Bachar al Asad, Siria vive en las últimas horas su peor episodio de violencia sectaria. Tras el conato de insurrección protagonizado por elementos armados leales al depuesto dictador contra las fuerzas del nuevo ejército -cuya base es el grupo islamista radical Hayat Tahrir al Sham- en la gobernación de Latakia, la respuesta “a gran escala” de Damasco ha provocado -por acción y omisión- se ha cobrado en apenas día y medio la vida de varios centenares de personas en el oeste costero del país.
Las víctimas son, sobre todo, familias pertenecientes a la minoría musulmana alauita, que apenas supone el 10% de la población siria -el 70% es suní- pero que es mayoritaria en la zona costera del país. Alauita era la élite -incluidos altos mandos militares y de las fuerzas y servicios de seguridad- de la depuesta dictadura instaurada en 1971 por Hafez el Asad y continuada hasta diciembre pasado por su hijo. A pesar de las llamadas a la concordia y el respeto a las minorías del autoproclamado presidente sirio, Ahmed al Sharaa, las fuerzas del nuevo ejército gubernamental y población afín han protagonizado el primer episodio masivo de venganza contra la minoría a la que pertenecía la casta dirigente del anterior régimen al cumplirse 90 días desde la llegada de los ex yihadistas suníes a Damasco.
La dificultad de llegar a la zona dificulta conocer con exactitud el número de víctimas, pero organizaciones no gubernamentales como el Observatorio Sirio de Derechos Humanos -una entidad independiente con sede en Londres y larga experiencia en el monitoreo sobre el terreno- sitúan el número global de víctimas mortales por encima de las 700, y creen que en las próximas horas el balance alcanzará el millar de fallecidos. De esa cifra, más de medio centenar serían civiles ejecutados, y al menos 213 miembros de las fuerzas de seguridad sirias y combatientes leales a Asad, según la misma ONG. Imágenes y vídeos difundidos en las redes sociales en las últimas horas dan cuenta de la irrupción violenta de individuos armados y los saqueos en hogares de familias alauitas con independencia de su vinculación -o su oposición- al depuesto régimen.
La tragedia ocurrida en las últimas horas comenzó a gestarse a comienzos de semana con el asesinato de dos miembros de las fuerzas gubernamentales a manos de grupos afines a la dictadura baazista en la gobernación de Latakia. Damasco comenzó una operación de seguridad que no impidió que el jueves pasado elementos armados vinculados con la dictadura de Asad acabaron con la vida de 16 miembros de las fuerzas sirias.
Miembros afines al depuesto régimen se habían hecho en la mañana del viernes con el control de la base aérea de Astamu y Al Qardaha y se atrincheraron en “áreas difíciles de las montañas de Latakia”, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. A primera hora del viernes el gobierno de Ahmed al Sharaa decidía iniciar una ofensiva “a gran escala” en varias demarcaciones del oeste para sofocar el conato de resistencia y evitar un efecto contagio. A partir de ahí siguió día y medio de operaciones de represalia y ejecuciones que han contado con el apoyo de grupos ajenos a las nuevas fuerzas armadas sirias.
Por ahora, el Gobierno se limita a afirmar que lo ocurrido ha sido una respuesta a los ataques perpetrados por elementos armados vinculados al ejército del régimen anterior y el resultado de “acciones individuales”, aunque anuncia que habrá una investigación. El propio autoproclamado presidente se dirigía ese sábado a los grupos afines a Asad en un discurso difundido a través de Telegram: “Habéis atacado a todos los sirios y habéis cometido un error imperdonable. La respuesta ha llegado y no habéis sido capaces de resistirla”. Al cierre de esta edición, las fuerzas gubernamentales aseveraban haberse hecho de nuevo con el control de las zonas de Tartús y Latakia donde los elementos armados leales a Asad se atrincheraron.
Lo ocurrido en el oeste sirio pone en peligro el prometedor proceso político a en curso en Siria días después de la celebración de una conferencia nacional destinada a avanzar en la conformación de un nuevo ejecutivo de transición y con el horizonte de la elaboración de una constitución democrática. El episodio de violencia sectaria demuestra que las tensiones entre comunidades siguen latentes en Siria tras más de medio siglo de dictadura y trece años de guerra. A partir de esta semana, cristianos, drusos y kurdos tendrán nuevos motivos para la preocupación sobre su futuro en la Siria controlada por HTS y Al Sharaa.
Entretanto, en el noreste del país al menos 18 milicianos proturcos murieron en las últimas horas en enfrentamientos con las milicias kurdo-árabes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), según el balance publicado por el propio paraguas de organizaciones militares, que destaca que ocho de los fallecidos murieron en un contraataque de las Unidades Femeninas de Protección (YPJ) en Qereqozax. Al menos el 20% del territorio sirio sigue en manos de las FDS, que, con el apoyo de Estados Unidos, se niegan a renunciar al autogobierno e integrarse en un futuro ejército nacional.
Por otro lado, la situación de inseguridad reinante sobre todo en las gobernaciones de Tartús y Latakia ha provocado además que en las últimas horas decenas de familias de confesión alauita hayan huido desde la franja costera de Siria al vecino norte del Líbano. En el norte del país de los cedros, que acaba de salir de una guerra, la protagonizada por Israel e Hizbulá, la mayoría de la población es musulmana suní. Ante el aumento de la tensión, la propia Hizbulá, apoyada por los chiitas del Líbano y aliada del depuesto régimen, se veía ayer obligada a salir al paso para negar cualquier implicación con lo ocurrido esta semana en Siria y atribuirlo a “injerencias externas”.