La guerra comercial ya daña la economía
Los mercados financieros han sufrido recientemente un desplome significativo –sólo el Nasdaq se ha contraído un 14% desde máximos–, y no es ninguna sorpresa que este episodio coincida con la escalada de la guerra comercial impulsada por Donald Trump. Lejos de ser una estrategia brillante para fortalecer la economía estadounidense, las políticas proteccionistas de su Administración están generando incertidumbre, volatilidad y un daño palpable a la estabilidad económica global. Desde una perspectiva liberal, el diagnóstico es claro: el intervencionismo estatal, aunque se venda como defensa del interés nacional, es una receta para el desastre.
La guerra comercial de Trump se sostiene sobre la imposición de aranceles a importaciones bajo el pretexto de proteger la industria local y reducir el déficit comercial. Sin embargo, este enfoque ignora un principio económico elemental: el comercio libre y voluntario beneficia a todas las partes. Al entorpecer este intercambio con barreras artificiales, los precios suben para los consumidores estadounidenses, las exportaciones sufren represalias y las empresas enfrentan un entorno más hostil. ¿El resultado? Una economía menos eficiente y competitiva.
Los mercados financieros, que funcionan como termómetro de las expectativas económicas, están reflejando este caos. La incertidumbre sobre el futuro del comercio global ha disparado la volatilidad en las bolsas. Las empresas, especialmente aquellas con cadenas de suministro internacionales, enfrentan costos crecientes y riesgos de interrupción, mientras los inversores, temerosos de una desaceleración, adoptan posturas más conservadoras, retirando capital de los mercados. Este cóctel de factores—incertidumbre, reducción del comercio y pérdida de confianza—explica por qué los índices bursátiles han sentido el golpe.
Desde el liberalismo, la crítica es contundente: el proteccionismo no solo es ineficaz, sino contraproducente. El libre comercio, al permitir una asignación eficiente de recursos, impulsa el crecimiento y la prosperidad. En cambio, las políticas comerciales de Trump generan distorsiones que castigan a consumidores, empresas e inversores por igual. La solución no está en más aranceles o regulaciones, sino en desmantelar estas trabas y apostar por la libertad económica.
En conclusión, la caída de los mercados es un síntoma evidente del fracaso del intervencionismo trumpiano contra la globalización (que no el globalismo, son cosas distintas). La guerra comercial no protege; destruye valor. Solo el libre comercio puede garantizar un crecimiento sostenible y beneficios mutuos. Los inversores lo saben, los mercados lo gritan, pero parece que Trump sigue sin querer escuchar.