Atropellada y abandonada en un vertedero con una cadera rota: el milagro de la perra Penny

El vertedero era su hogar. Entre montañas de basura y charcos de lodo, buscaba restos de comida con la misma energía con la que movía la cola, sin importar el dolor que sentía en cada paso. Su cadera estaba rota, pero su espíritu no.

Penny no sabía que su vida estaba a punto de cambiar. Lo que parecía otro día más en la lucha por sobrevivir entre desperdicios terminaría con ella en brazos de alguien que, por primera vez en mucho tiempo, se preocupaba por su bienestar.

Todo comenzó después de una tormenta en De Doorns, en Sudáfrica. Rachael Sylvester, fundadora de la organización de rescate Sidewalk Specials, se dirigió al vertedero municipal para comprobar cómo estaban unos perros que vivían allí. Entre el barro y los desechos, una figura llamó su atención: una perrita flaca, sucia y con una evidente cojera.

Al preguntar por ella, la historia que le contaron fue aún peor de lo que imaginaba. Penny, como la llamaría después, había quedado abandonada cuando su dueño fue enviado a prisión. Y como si eso no fuera suficiente, un camión de basura la había atropellado días antes, dejándola con la cadera fracturada.

Sylvester temía que Penny estuviera demasiado asustada para dejarse ayudar. Sin embargo, cuando se acercó, la perrita no se movió ni intentó huir. “No se resistió en absoluto cuando la cogí”, contó Sylvester. “No luchó, no se quejó. Creo que estaba demasiado cansada”.

Penny parecía comprender que su sufrimiento estaba llegando a su fin. En brazos de su rescatista, por primera vez en mucho tiempo, se sintió segura.

Un futuro lejos de la basura

El primer destino de Penny fue la clínica veterinaria, donde confirmaron la gravedad de sus heridas. Además de la fractura en la cadera, sufría sarna, fiebre por garrapatas y desnutrición. Fue sometida a una cirugía compleja, pero los médicos estaban convencidos de que pronto volvería a caminar sin dolor. Tras varias semanas de reposo en la clínica, Penny fue trasladada con su madre de acogida, Tam.

Era invierno, y la perrita pasó los primeros días envuelta en mantas junto a la chimenea, disfrutando de una calidez desconocida para ella. “Creo que estaba tan agotada por su vida anterior que no se levantaba, pero su pequeña cola se movía debajo de la manta”, recordó Tam. En su nueva casa, Penny también hizo una inesperada amistad: el gato de Tam, con quien compartía horas de descanso y recuperación. Compartiendo juegos tranquilos y largas siestas, la perrita empezó a sentir lo que era un hogar de verdad.

Cuando su cadera estuvo completamente curada y el clima empezó a mejorar, Penny pudo descubrir por fin el placer de ser un perro sin preocupaciones. Salía a pasear, corría libremente y disfrutaba de la compañía de quienes la cuidaban. Entonces llegó el día que cambiaría su destino para siempre. Una familia interesada en adoptarla fue a conocerla, y la conexión fue instantánea. En cuestión de horas, ya habían tomado la decisión: Penny era la pieza que faltaba en su hogar.

Seis meses después, Penny sigue con su nueva familia, donde se ha convertido en una compañera inseparable. “Es la mejor amiga de su padre, la protectora de su madre”, contó Sylvester, contenta de que la incluyan “en cada salida, en cada vacaciones”. Ahora, corre por la playa sin rastro de aquel dolor que un día la dejó coja. Su antigua vida entre la basura es solo un recuerdo lejano, reemplazado por la certeza de que nunca más tendrá que buscar refugio en un vertedero.