Muerdo: «Amo España profundamente. Y me gusta decirlo porque parece que no se puede decir»
Pascual Cantero, artísticamente Muerdo (Molina de Segura, Murcia, 1988), lleva en el alambre de la música profesional desde 2011 y suma ya seis discos de estudio. Acaba de recibir en La Habana el Premio Cubadisco Internacional 2025 por su último trabajo, «Sinvergüenza», que reúne la quintaesencia de su ADN de música popular y el género canción. Suma medio millón de oyentes al mes en Spotify, lo que lo sitúa en un lugar fronterzo entre la primera y la segunda división, quizá el mejor sitio: ser megafamoso es una tortura, ya que no puedes salir a la calle sin que te devoren, y que te conozcan solo en tu casa, para un artista, supone el fin, pues se terminará dedicando a otra cosa, y él tiene un público fidelísimo y en crecimiento: «No tengo ninguna pretensión de ser famoso –afirma rotundo–. Tengo amigos que lo son y es una putada. Pero esos 500.000 oyentes que dices están muy repartidos y tengo la espinita de que en España se me conozca y valore más, aunque estoy contento con el lugar que ocupo porque cuento con el respeto de los compañeros y de la industria. Y a la gente que le gustan mis canciones, le gustan mucho y afectan a sus vidas. No son canciones que pasen por arriba, sino que son parte del desarrollo y la transformación humana de las personas que me escuchan».
Para Pascual, Madrid ha sido, es, una ciudad fundamental en lo artístico y en lo personal: «Madrid es, con Buenos Aires, la ciudad más importante de mi vida, sí. He tenido una relación intermitente con ella, de amor/odio, y ahora estoy en una etapa muy amorosa». Es, le digo, una ciudad estupefaciente. Asiente y añade: «Y llena de estupefacientes, ja, ja». No oculta el artista los años en los que las drogas fueron compañeras de viaje, cuando aterrizó en la capital para hacer carrera de músico: «Fueron años estupefacientes, sí. Sin la noche, Madrid no sería Madrid. Conoces a gente muy interesante y en un estado de total desinhibición. Eso ha nutrido mi cancionero pero, sobre todo, mi último álbum, “Sinvergüenza”, porque es algo que ha estado siempre en mi vida pero no me gustaba mostrar. Tengo una parte muy espiritual, muy conectada a la naturaleza, y en mis discos anteriores ha aflorado más. Lo que pasa es que estaba convirtiéndome en una caricatura pachamamesca que no representaba lo que soy. Siempre tendré la duda –reflexiona– de si mi carrera hubiera sido distinta sin ese “sexo, drogas y rock and roll”. Nunca me he preocupado por la adicción pero sí por las consecuencias del consumo, sobre todo a nivel social. Por cómo me podían aislar, acabar con mis relaciones, generar una leyenda negra o influir muy negativamente en mi carrera. Y pasaron cosas, sí: oportunidades perdidas, cagadas. No llegar a una entrevista, liarla en una fiesta en la que había un montón de directivos de equis compañías... Y en las relaciones personales me ha afectado mucho, claro, porque siempre he buscado parejas, novios, no consumidores. Era un sufrimiento para ellos y también para mí porque era como intentar no ser yo. Siempre he buscado parejas mucho más estructuradas que yo, más saludables, en un intento –sostiene– de que tirasen de mí, pero era muy frustrante porque era como enfrentar una imposibilidad. Pero he establecido una relación más sana con el sexo, las drogas y el rock and roll. Uno se va atemperando y va haciendo un uso distinto, mucho menos frenético y más comedido y escogido, y así se disfruta más».
Este artista ha construido su carrera entre España y América. Le pido que me señale las virtudes del continente hermano y las de nuestro país: «De América, el uso del lenguaje –responde sin pensarlo–. Tienen una precisión y una riqueza que ves en cualquier persona, no solo en los artistas. Aquí se habla peor castellano que allí. Y lo mejor de España es que ha sido la matriz de todo eso, pero se ha quedado un poco avejentada y también ensimismada. Pero es verdad que he aprendido a valorar España cuando he ido a América, es paradójico. Como decía Juan Ramón Jiménez: “Alas para enraizarse y raíces para volar”. Amo España profundamente. Y me gusta decirlo porque parece que no se puede decir. Eso es terrible. Nos han quitado el nombre, la bandera… Cuando yo iba a América y veía la bandera izada, enorme, en cualquier plaza, y cómo la gente es capaz de identificarse y emocionarse con eso… Aquí está prácticamente prohibido. Hoy día pensar diferente es ser facha, cualquier cosa es ser facha. Y lo que me parece horrible es la cultura de la cancelación, en todos sus aspectos. No aporta nada, más que lapidar, al más puro estilo medieval, a una persona y matarla socialmente. No genera aprendizaje, evolución, reinserción. Es ejemplarizante e impide el debate. Yo me identifiqué en mi juventud –añade– con los valores de izquierdas, vengo de una familia muy de derechas y, para mí, los valores de izquierdas representaban la libertad, y hoy en día me parece que es todo lo contrario, la moralina que detestaba en el conservadurismo la encuentro ahora en la izquierda, es acojonante».
Defiende a su vez la importancia del español en el mundo y dentro de España: «El castellano es mi herramienta de trabajo y me parece un privilegio –dice–. Vengo de tocar en Londres y estaba lleno de hispanohablantes, españoles y latinos. Vamos en expansión absoluta y es de los idiomas más ricos que hay. Estoy muy a favor de que el Estado español se conciba como una realidad plurilingüe, es algo bonito que se preserven y potencien lenguas como el gallego, el euskera y el catalán, pero nunca podrán sustituir a la lengua que es el hilo conductor de todos los españoles, el castellano. Es nuestro pasaporte, nuestro mayor capital» concluye.
Versos con lengua