En 1905 el Marqués de la Vega-Inclán compraba unas casas para convertirlas en un museo de referencia del Greco y en símbolo de los inicios de Toledo como destino turístico de cultura. El liderazgo de Benigno de la Vega-Inclán al frente de la Comisaría Regia de Turismo creada por iniciativa de Alfonso XIII fue fundamental en esa tarea, aprovechando las imágenes anteriores proyectadas por viajeros extranjeros, por los escritores de la generación del 98, los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza y los pintores del XIX y primer tercio del XX. La proyección internacional del Greco gracias a Bartolomé Cossío y a su reconocimiento por los maestros del impresionismo y las vanguardias artísticas fueron determinantes para la marca de calidad de Toledo como destino del turismo cultural. La comunicación por ferrocarril con la capital de España desde 1858 y la inauguración del Hotel Castilla en 1892 como referente de un alojamiento comparable a los mejores hoteles europeos fueron los complementos necesarios para un desarrollo turístico muy temprano. En la actualidad, aquel turismo se ha convertido en un fenómeno de masas y en negocio codiciado de empresas multinacionales atraídas por la fama y el prestigio del nombre del lugar, Toledo, siempre unido a la excelencia de su patrimonio y la singularidad de su paisaje histórico y natural. Por eso, nuestra ciudad recibe más de tres millones de visitantes al año y no necesita de experimentos turísticos para aumentar atractivos con iniciativas no acordes con una Ciudad Patrimonio de la Humanidad. En cambio, Toledo, sí necesita avanzar en control, organización y gestión de los flujos turísticos para evitar problemas de «turismofobia». No obstante, el objetivo de este artículo no es el de referirse a la necesidad de avances en una estrategia turística reflexiva, capaz de hacer compatible turismo y función residencial, sino poner de manifiesto, una vez más, la obligación legal de preservar valores patrimoniales, paisajísticos y medioambientales que son soporte de identidad colectiva y, cierto también, de una actividad turística consolidada y susceptible de generar beneficios para la ciudadanía, no sólo inconvenientes. Por eso, resulta prioritario y obligado conservar y mejorar todo aquello por lo que Toledo mereció su reconocimiento como «Monumento Histórico Artístico» por el Estado en 1940 y su inclusión en la lista de bienes patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, como «Ciudad Patrimonio de la Humanidad» en 1986 y «Ciudad de Valor Universal Excepcional» en 2013. En ese contexto, las vistas del peñón desde la distancia, las vegas y el meandro encajado del río, a 100 m de profundidad en el macizo cristalino de Toledo, figuran como principales factores de atracción y originalidad de la ciudad para los visitantes y cuantos han escrito sobre ella o la han pintado. No sorprende, pues, que el torno del Tajo, comparable en espectacularidad a los arribes del Duero, forme parte del Inventario Español de «Lugares de Interés Geológico» del IGME y haya dado lugar a una abundantísima bibliografía, con estudios de José María González Muñoz, Lucas Mallada, Eduardo Hernández-Pacheco, José Royo Gómez o Máximo Martín Aguado, entre otros. Precisamente, el respeto a esos valores paisajísticos en el marco del PECHT de 1997, dirigido por Joan Busquets, determinó que los actuales remontes al Casco Histórico se construyeran con la mayor discreción visual, prácticamente invisibles. Todo lo contrario de lo que se propone con la construcción de dos teleféricos, con absoluto impacto visual y, a diferencia de aquellos, para aumentar atractivos turísticos de la ciudad, como si se tratara de un parque temático de ocio y hubiera escasez de motivos de interés para cualquier visitante en Toledo Según las informaciones de prensa, el primer teleférico discurriría sobrevolando la carretera del valle, con sus consiguientes torres y puntos de apoyo para soporte del cableado de las numerosas cabinas que se desplazarían en movimiento continuo de ida y vuelta desde Azarquiel hasta el Doménico. El segundo tomaría como modelo el teleférico de Fuente Dé, en los Picos de Europa, con un solo cable para una cabina de 22 personas de capacidad y únicos apoyos en los extremos del tendido. El impacto visual se reduciría al ir y venir de la gran cabina cruzando la imagen icónica del frente urbano pintado por El Greco, y a sus dos estaciones de salida y llegada, donde se alojaría la maquinaria. Una de esas estaciones se ubicaría en Azarquiel, en zona de inundación y de flujo preferente del río, según el SCNZI, y la otra en el Miradero, difícilmente disimulada en el paisaje y con probable agravamiento por vibraciones de los problemas estructurales de todo ese conjunto tras la intervención urbanística dirigida por el arquitecto Moneo, entre ellos los que dificultan el correcto funcionamiento de ascensores y escaleras. De todos modos, pocas objeciones se podrían presentar de entrada desde el punto de vista técnico. Ambos modelos funcionan perfectamente en parques temáticos y escenarios de montaña. El teleférico madrileño desde Rosales a la Casa de Campo sería otro ejemplo. Los únicos inconvenientes, en los que suponemos habrán pesando sus promotores y habrán visto cómo resolver, derivan de condicionantes legales resultado de su instalación en la «Property área», dentro del espacio definido por la UNESCO de máxima protección y que incluye las dos orillas del Tajo. Los dos proyectos se levantarían en «zona de protección de paisaje» y en «cono visual», contenidas, por no aburrir al lector con más referencias legales, en las «Ordenanzas del Plan Especial del Casco Histórico de la Ciudad de Toledo, Modificación de 2018», con fundamento en la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985 y en La ley de Patrimonio Cultural de Castilla-La Mancha de 2013, más aún en este caso tras su reciente modificación por la JCCLM para incluir consideraciones expresas de protección al paisaje. Ahora bien, no es sólo lo dicho sino que la calificación de Toledo como «Patrimonio de la Humanidad» o «Ciudad de Valor Universal Excepcional» por la Unesco exige respetar los criterios de valoración que lo hicieron posible en 1986 y en 2013, y eso incluye garantizar las condiciones de integridad y autenticidad del «bien protegido»: la ciudad de Toledo y sus paisajes. ¿Se imagina el lector donde quedarían las condiciones de «autenticidad» e «integridad» de la ciudad en caso de construir esos teleféricos? No resulta difícil suponer el impacto visual de las estaciones de partida y de alojamiento de la maquinaria de ambos teleféricos en las ubicaciones señaladas. ¿Cabe pensar que Icomo y la Unesco aceptarían las rupturas de imagen y autenticidad que supondría el trazado de ambos proyectos de teleférico? ¿Qué sería de las visitas pintadas por el Greco y tantos otros artistas que son la mejor carta de presentación de nuestra ciudad ante el mundo? ¿No serían esos teleféricos en su constante movimiento más causa de espanto que de atracción turística para viajeros atraídos por el patrimonio y la cultura? Realmente sería interesante conocer si la concejalía de urbanismo ha evacuado ya consultas previas de estos proyectos a Icomos, aparte de presentación de informes de viabilidad y de patrimonio a los propios técnicos del Ayuntamiento y de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Es probable que así haya sido después de señalar la existencia de una «empresa multinacional» con experiencia en el sector trabajando sobre estos proyectos. Suponemos que no a cargo de los presupuestos municipales, por no estar aún aprobados, y sí a iniciativa de la empresa, seguramente atraída como tantas otras por el negocio turístico que sugiere a escala internacional el simple nombre de Toledo. Aun así, tampoco parece previsible que una empresa se involucre más allá de ideas iniciales en proyectos de tal envergadura sin perspectivas razonables de aprobación por las instancias ante las que tendrían que pasar: Ayuntamiento, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Ministerio de Cultura, Icomos y Unesco. Por otro lado, invitamos a los lectores a pensar en alguna Ciudad Patrimonio de la Humanidad con teleféricos recorriendo sus frentes de paisaje y de valor monumental como atracción turística. ¿Concebirían ustedes un teleférico de esas características en Salamanca, Segovia, Cuenca o Santiago de Compostela? O si prefieren fuera de España, ¿en Carcassonne, Albi, Avignon, Brujas, Gante o Cesky Krumlov en la República Checa? Evidentemente, nada de eso es posible, no por razones técnicas o económicas, sino por obligado respeto a las exigencias de «integridad» y «autenticidad» para cualquier bien de la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. ¿Recuerdan las razones que sacaron de esa lista a Dresde en 2009 y a Liverpool en 2021? Por eso, y con todo respeto a cualquier iniciativa de la concejalía de urbanismo, ¿no sería preferible concentrar esfuerzos en resolver los múltiples desafíos estructurales a los que Toledo se enfrenta en el día a día? ¿No sería mejor facilitar colaboración y trabajo a los redactores del nuevo POM para dar respuesta a esas cuestiones a través de un urbanismo respetuoso con las vegas y el torno del rio, con la integración de los barrios, la recuperación de la «plurifuncionalidad» del Casco Histórico y el «enverdecimiento» en la lucha contra el cambio climático? En definitiva, ¿no habría que primar a cualquier otra consideración el objetivo de una ciudad de todos para todos dentro de las tendencias actuales del urbanismo moderno comprometidas con la calidad de vida, el paisaje y el medioambiente?