Dos relatos: un camino, por René Gastelumendi
¿Cuántas personas marcharon el 15 de octubre en Lima? Depende. ¿Fue una manifestación multitudinaria o un grupo no tan grande? Depende. ¿La policía fue abusiva y represora, o la marcha fue violenta y vandálica? Depende.
¿De qué depende?
No depende de los hechos. Depende de a quién se le pregunte, depende de quién cuente la historia. Y, hoy más que nunca, depende de qué fragmentos de video, de qué capturas de pantalla de TikTok, X o Instagram, noticiero o programa periodístico, haya consumido esa persona sin verificar nada.
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El 15 de octubre no asistimos a una marcha. Asistimos a dos. Ambas ocurrieron en el mismo país, en el mismo lapso, pero en universos narrativos paralelos. En un universo, miles de jóvenes ciudadanos ejercían su derecho a la protesta contra una clase política detestada, siendo brutalmente reprimidos. En el otro, un puñado de agitadores, cuasi terroristas, atacaba a la autoridad, justificando el uso desmedido de la violencia policial para restaurar el orden.
¿Es posible que ambas cosas sean verdad? Sí. ¿Es posible que ambas sean mentira? También. Pero en el Perú de 2025, la verdad completa ya no importa. Lo que importa es el relato. El medio, la prudencia informativa, es decir, que la marcha no fue violenta por sí misma, pero que tuvo episodios de violencia protagonizados por algunos protestantes y también algunos policías, no cuenta en esta guerra. La guerra de las cámaras de eco. Ya no somos ciudadanos buscando información; somos soldados reclutando evidencia visual, convicción artificial. ¿Vio usted el video del policía pisando a un joven en el suelo? "Prueba irrefutable del abuso". Los policías son los malos ¿Vio usted a los encapuchados lanzando pirotecnia y piedras contra los escudos policiales? "Prueba irrefutable del vandalismo". Terrucos.
Cada video es un misil. Cada tuit, post, una trinchera. Ya no debatimos sobre los hechos; usamos los "hechos" —recortados, descontextualizados, virales— para aniquilar el relato del adversario. ¿Estamos construyendo una memoria colectiva o estamos apilando munición en nuestra armería digital? Imponer nuestra narrativa termina siendo más importante que tratar de comprender la realidad.
En medio de este vale todo de relatos, ocurrió el cummum. La tragedia. El hecho que elevó la guerra de esquemas, de cosmovisiones a un nivel macabro: la lamentable muerte del músico Eduardo Ruiz, conocido como "Truko".
La muerte de "Truko" fue un globo de ensayo. Antes de que el Ministerio Público llegara a la escena, antes de que un perito balístico analizara el proyectil, antes de que se revisaran exhaustivamente los videos de las cámaras de seguridad, antes de que la misma PNP reconozca el disparo de uno de sus miembros, el veredicto ya estaba dado. De hecho, dos veredictos diametralmente opuestos.
La extrema derecha, en un acto de negación preventiva, sentenció: "Imposible que haya sido un policía, pensar eso es antipatriota. Es un invento para victimizarse y utilizarlo políticamente para sus fines macabros. Es la narrativa que quieren imponer, la generación Z no representa a nadie, son todos jóvenes manipulados y violentos. La verdad, para ellos, era esa. Inamovible.
La izquierda, en un acto de certeza absoluta, aseguraba: "Ha sido un policía. Un Terna. Lo asesinaron. Es la prueba de la dictadura parlamentaria, la generación Z son todos unos ejemplos". La verdad, para ellos, era esa. Inapelable.
¿Notan el patrón? Ninguno dijo "esperemos". Ninguno dijo "investiguemos". Ninguno dijo "exijamos una investigación célere e imparcial". Ninguno dijo, “analicemos”.
¿Por qué? Porque para el extremismo la muerte de "Truko" no era, en ese instante, una tragedia humana que merecía justicia; era un trofeo narrativo que debía ser ganado a toda costa. ¿Importaba realmente saber quién disparó, o importaba más que el culpable confirmado fuera "uno de los suyos" o "uno de los otros"? Cuando la verdad finalmente pareció haber emergido, —que había sido un policía, cosa que aún no está del todo clara—, un bando celebró su "victoria" narrativa y el otro simplemente pasó a la siguiente negación. La verdad no importó; solo importó quién "ganó" el relato o los fragmentos de relato.
Aquí es donde ser periodista, en coyunturas de profundo hastío hacia la clase política, se vuelve un desafío intratable, somos piñatas. Salir indemne, es imposible y, si sales indemne, tampoco es muy “honorable”. ¿Qué nos exigen esos dos lados enfrentados? No nos exigen la verdad. No nos exigen "lo más cercano a la verdad". Nos exigen, desesperadamente, que reportemos aquello que ellos quieren escuchar. El sesgo de confirmación es una urgencia vital con la potencia de una necesidad biológica.
Si un medio informa que la marcha tuvo una convocatoria "importante", es "mermelero" para un lado y "cómplice" para el otro. Si publica el video del abuso policial, es "caviar". Si publica el del vándalo, es "facho". Otra vez, no hay grises. No hay matices. O estás conmigo o estás contra mí. No importa que cumplas tu rol publicando los dos videos o explicando el contexto. Te exigen que reportes su trinchera, no el campo de batalla. No queremos dialogar, queremos pelear y vencer.
¿Qué subyace a todo esto? El ambiente está cargado de una electricidad emocional que ha quemado los circuitos de la razón. En coyunturas como esta perdemos mucho más la capacidad de análisis. Y cuando la razón se va, nos refugiamos en el pensamiento dicotómico. El mundo se vuelve blanco o negro.
¿Qué leíamos esos días en las redes? "La policía debería meter bala, principio de autoridad". Y, en la acera de enfrente: "No es delito apedrear e insultar a los policías porque son cómplices". ¿Es esa la sociedad que queremos? ¿Una donde la única solución es la aniquilación del contrario? ¿No nos damos cuenta de que, al exacerbar esta división, le hacemos el juego perfecto a esa misma clase política que decimos despreciar?
Este episodio, la marcha y sus relatos paralelos, ha sido solo un ensayo. Un ensayo general de la carnicería que se viene en la campaña electoral. Si por una marcha de un día hemos llegado a este nivel de fractura, ¿qué nos espera cuando la maquinaria electoral esté a pleno rendimiento? Ya lo sabemos ¿no?
Hemos visto el tráiler de la película. Una pregunta final para abrir los candados ideológicos de izquierda o de derecha, que es para usted, el ciudadano: ¿Está dispuesto a dudar de su propia narrativa? ¿En algún punto está dispuesto a buscar la verdad, aunque esta le incomode, aunque no refuerce sus prejuicios?
Es endiabladamente contraproducente para un país, preferir tener la razón y la fuerza de una trinchera y no saber vivir sin ellas, aunque sea por temporadas.