Rodrigo, Paz, el presidente que promete curar a Bolivia sin romperla: “La ideología no da de comer"
Rodrigo Paz no es un político nuevo, pero se presenta como si lo fuera. Con 58 años y más de dos décadas en la vida pública, el nuevo presidente de Bolivia ha sabido reinventarse en medio del cansancio ciudadano ante la corrupción y la mala gestión. Este domingo, con un 54% de los votos, derrotó al conservador Jorge “Tuto” Quiroga en una segunda vuelta que pone fin a casi veinte años de hegemonía de la izquierda del Movimiento al Socialismo (MAS).
Hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, Rodrigo nació en Santiago de Compostela, España, durante el exilio de su familia tras la dictadura militar. Creció entre Colombia, Venezuela, Chile y Argentina, y estudió Relaciones Internacionales en Washington. Quizás por eso, su forma de hablar —más calmada, más diplomática— contrasta con el tono encendido al que Bolivia se acostumbró durante la era de Evo Morales.
Su victoria es, en parte, el reflejo de un país cansado. La inflación, la falta de combustible y la caída de las exportaciones de gas han deteriorado la economía y la paciencia de los bolivianos. El MAS, que alguna vez fue sinónimo de esperanza para las mayorías indígenas y populares, se derrumbó en las urnas. Paz supo captar ese voto perdido con una promesa simple: cambiar sin destruir.
“La ideología no da de comer”, dijo la noche del triunfo, ante una multitud que lo escuchaba con una mezcla de alivio y curiosidad. “Lo que da de comer es el trabajo, la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad privada”. Su mensaje apunta a un pragmatismo que en Bolivia suena casi revolucionario.
A diferencia de su rival, que proponía recortes drásticos y privatizaciones, Paz ofrece un camino gradual: mantener los subsidios para los más pobres, abrir la economía al capital privado y descentralizar los recursos públicos. Su lema de campaña, “capitalismo para todos”, sonó extraño en un país acostumbrado al lenguaje socialista, pero caló en los sectores que hoy sienten que el Estado ya no alcanza para sostenerlos.
El nuevo presidente también deberá lidiar con un Congreso dividido y un panorama internacional incierto. Ha prometido un acuerdo económico con Estados Unidos por 1.500 millones de dólares para garantizar el suministro de combustibles, una señal de su intención de acercarse a Washington tras años de tensiones.
Paz no es un orador carismático, ni un político de frases memorables. Pero sus aliados aseguran que tiene lo que el país necesita: paciencia y método. Su compañero de fórmula, el capitán Edmand Lara, un policía popular por denunciar casos de corrupción en redes sociales, aportó el costado más populista de la campaña, atrayendo a jóvenes y votantes desencantados del MAS.
Ahora le toca cumplir sus promesas en un país impaciente. “Bolivia vuelve a recuperar paso a paso su lugar en el mundo”, dijo en su discurso, con una convicción serena. Lo cierto es que el nuevo presidente, nacido lejos de su tierra y formado en los pasillos del exilio, carga sobre sus hombros la expectativa de un pueblo que ha probado de todo y sigue buscando un rumbo propio.