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Октябрь
2025

El uso del celular y el arte del equilibrio

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La reciente presentación del Proyecto de Ley para el Uso Responsable de Dispositivos Electrónicos en Centros Educativos (expediente 25153), que busca prohibir los celulares en las aulas costarricenses, el reglamento impulsado por el ministro de Educación y los hallazgos del Décimo Informe del Estado de la Educación 2025, han encendido un debate urgente. ¿Debe prohibirse el celular en la escuela? ¿O más bien debemos aprender a regular con responsabilidad su uso?

No se puede negar: el uso desmedido y sin regulación de los celulares plantea riesgos serios para niños y adolescentes. En el plano cognitivo, se ha demostrado que el uso constante del celular durante las clases interfiere con la atención y la memoria de trabajo, lo cual reduce la concentración y el aprendizaje (Beland & Murphy, 2019; Rosen et al., 2022).

En el plano emocional, el exceso en redes sociales se asocia con mayor ansiedad, depresión y baja autoestima, además de riesgos como el ciberacoso y la presión de la interacción digital constante (Twenge & Campbell, 2018; Livingstone & Smith, 2014).

Y en el plano físico, la Organización Mundial de la Salud advierte de que la luz azul de las pantallas altera los ciclos de sueño, lo que afecta el bienestar y el rendimiento escolar (OMS, 2020).

La pregunta de fondo es ¿cómo formar ciudadanos capaces de autorregularse, concentrarse y convivir en entornos digitales sin perder el sentido crítico y, al mismo tiempo, desarrollar la capacidad de resolver problemas y relacionarse de manera efectiva, fortaleciendo habilidades interpersonales que le serán indispensables para enfrentar su vida?

Tal como lo ha señalado Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, “los sistemas educativos deben asegurar que la tecnología se utilice para mejorar las experiencias de aprendizaje y el bienestar de los estudiantes y docentes, no en su detrimento”.

Las cifras muestran que estamos frente a un desafío enorme. Según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho) 2024, el 97% de los hogares costarricenses utiliza telefonía celular. Esta cifra, más que un dato frío, refleja la magnitud del reto: prohibir su uso en las aulas sería como darle la espalda a una herramienta que ya forma parte de la vida cotidiana de casi todas las familias.

El Estado de la Educación 2025 profundiza en esta realidad: aunque el 92% de las personas mayores de 12 años utiliza teléfono celular, lo hace principalmente para actividades recreativas o de comunicación básica, no para fines educativos ni para desarrollar competencias cognitivas complejas. Esta tendencia limita la autonomía digital y frena el desarrollo de habilidades necesarias para educarse y trabajar.

La paradoja es clara: niños y adolescentes que, aunque conviven con la tecnología, lo hacen sin el acompañamiento adulto necesario.

Hoy podemos hablar de dos tipos de huérfanos digitales. Por un lado, los hiperconectados, que tienen acceso constante al celular y a Internet, pero carecen de guía para transformar ese tiempo de pantalla en experiencias educativas y de desarrollo. Y por el otro, están los huérfanos digitales que sufren de “hacinamiento tecnológico”, propio de los hogares con menores ingresos, donde se dan casos en que entre cuatro y siete personas deben compartir un solo dispositivo.

Ambos extremos evidencian que el problema no radica únicamente en el acceso, sino en la falta de equidad y de usos significativos de la tecnología, lo que amplía brechas en el aprendizaje y limita severamente las oportunidades de desarrollo.

El celular no puede ni debe convertirse en una herramienta de cuido. La mediación adulta, la interacción afectiva, la orientación activa y la gestión de rutinas son indispensables para que la tecnología no sustituya lo esencial: el desarrollo integral de los menores.

La familia y los docentes juegan un papel clave. El control no debe entenderse únicamente como un software de bloqueo, sino como un pacto de confianza con límites claros. Así como se enseña a cruzar la calle con cuidado, también debemos enseñar a navegar con criterio en Internet, a identificar riesgos, detectar noticias falsas y participar con respeto en redes sociales.

Encontrar el equilibrio es la clave. Se necesitan momentos sin pantallas que fortalezcan la concentración, espacios presenciales que cultiven la socialización y usos intencionados del celular para proyectos que promuevan la investigación, la creatividad y el pensamiento crítico.

En la Fundación Omar Dengo (FOD) sostenemos que la verdadera inclusión digital comienza con la educación consciente: privilegiar la calidad del tiempo y el desarrollo de habilidades por encima del consumo pasivo de pantallas.

Hay ejemplos que iluminan el camino. Finlandia, pionera en educación, ha integrado el celular en las clases de Educación Cívica y Mediática para enseñar a los estudiantes a identificar noticias falsas, verificar fuentes y participar en debates digitales respetuosos. Allí, el celular no es un enemigo, sino un recurso para fortalecer la democracia digital. Costa Rica podría avanzar en esa dirección y convertir un desafío en una oportunidad.

El debate no debería centrarse en si se permite o se prohíbe el celular, sino en cómo educamos para que se convierta en una herramienta de aprendizaje y ciudadanía.

La FOD reafirma su compromiso de cerrar brechas digitales; apoyar a docentes, estudiantes y familias, y promover un uso saludable, ético y responsable de la tecnología que contribuya al desarrollo integral de las personas.

Costa Rica tiene la oportunidad de liderar un modelo educativo digital que combine innovación, inclusión y responsabilidad.

Otto Silesky Agüero es el presidente de la Fundación Omar Dengo.




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