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Madrid, en 500 canciones de amor y odio

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Las canciones hablan de la realidad circundante, de lo inmediato. Por esa razón, los decorados son importantes, porque pueden definir los acontecimientos, filtrarse en ellos e incluso convertirse en el gran asunto. Otras veces, simplemente laten en el fondo de las canciones como una temperatura de color, como la iluminación de una película. En el pop, además, mencionar una localización geográfica ayuda al oyente a entrar en la canción, pasear por la escena que se presenta. En la música española, un escenario se impone por encima de los demás, por una cuestión de magnetismo y de caldo de cultivo de las sucesivas escenas y la industria musical. Desde el chotis de Agustín Lara «Madrid», publicado en 1948 hasta la actualidad, centenares de canciones de la cultura popular hablan, suceden o mencionan la capital. En «De Carabanchel a Barajas en 500 canciones» (Autoeditado) Miguel Martín Cruz recopila, ya avisamos, bastantes más que el número que anuncia en el título. «Bueno, es que comercialmente quedaba mejor así que decir ‘‘casi mil’’ que es lo que podría acercarse a la realidad», ríe el autor. Desde las inevitables a las casi desconocidas, de Sabina a Caskärrabias, de Manolo Escobar a Natos y Waor y de «La verbena de la Paloma» a «La Torre Picasso»: claxon, organillo y bares, muchos bares.

Esta es una investigación hecha con el corazón. «Sí, yo tenía una idea que era hacer una especie de ruta por los escenarios de la ciudad que salen en canciones, porque temas que hablen genéricamente de Madrid hay muchos y todos los conocemos, pero me parecía más interesante las localizaciones concretas de barrios y periferia, por ejemplo. Pero la cosa se fue de madre», dice Martín. Empezó a recopilar canciones, investigando, de la manera más rudimentaria: «Escuchando. Porque me encanta la música, especialmente el rock. Crecí con Burning y Rosendo y luego fui abriendo mucho el abanico, pero hay canciones que hablan de Madrid que tenía apuntadas y así es como se va desarrollando todo». En tiempos de inteligencia artificial, quizá habría sido mejor preguntarle a uno de estos cerebros sintéticos estadísticos por las letrillas en las que se menciona la ciudad. Pero no. «No, sentía que eso era hacer trampa. Yo lo hice al revés: tal artista es de tal zona, luego voy a ver si en las letras habla de del barrio, de alguna calle determinada, etcétera. He tenido que escuchar de todo, reguetón incluido, no te digo más –ríe–, lo cual no entra entre mis gustos personales. He escuchado muchísimo, copla por ejemplo, que tampoco conozco nada. Pero sí, completamente artesanal», explica el autor. Un ejercicio de amor a la música y a la ciudad. «La típica historia que empieza como una anécdota y termina casi en una obsesión», ríe.

Amor y odio

Resulta imposible mencionar en este artículo ni siquiera una pequeña parte de los temas recopilados por Martín, pero es igualmente imposible no referirse a los clásicos: «Madrid» (Burning), «Este Madrid» (Leño), «Pobre Madrid» (Barón Rojo), «Calles de Madrid» (Quique González) y «Lady Madrid» de Pereza están hechas por artistas locales, pero entre las canónicas hay que poner incluso por encima la mirada foránea: [[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/cultura/musica/20221001/z4rpnv6h2fhp3losz2gdblwvdu.html|||«Por las calles de Madrid» (Loquillo]] y los Trogloditas, con mención a Pepe Risi), «Pongamos que hablo de Madrid» y «Yo me bajo en Atocha» (Sabina) son fundamentales, pero en la lista se pueden citar «Te dejo Madrid» (Shakira) y «Mi Madrid» (Manuel Carrasco). Como recoge el autor, de Mecano al Club de los Poetas Violentos, de Naim Thomas a Karavana, y de Xoel López a Víctor Manuel pasando por Non Servium, hay medio centenar de canciones que se llaman, a secas, como la capital. Otras tantas, al menos, firmadas por artistas que van de Hilario Camacho a Niña Polaca o de Sínkope a C. Tangana incluyen el nombre de la ciudad para bien o para mal. Porque esta es la primera condición de cantarle a la capital: se la puede amar, pero, libremente, se la puede odiar. Esta ciudad está acostumbrada. «No tenemos ningún tipo de problema. Sabina, que es el icono, no deja de dar una bofetada tras otra la ciudad en ‘‘Pongamos que hablo de Madrid’’. Luego es más amable en ‘‘Yo me bajo en Atocha’’, que es como la segunda parte. Pero no tenemos problema en criticar y disfrutar la ciudad a la vez. Quienes le cantan, lo hacen como madrileños, se sienten libres para decir lo que piensan». No se trata de un amor incondicional, ciego, sino de uno real, como se ama a las personas, con defectos y virtudes. «Y también admite la parodia, como “Mazo” de Camellos, que es un homenaje con mucha mala leche».

No todo es modernez: en el libro aparecen, claro, Manolo Escobar, Mari Trini, Carmen Sevilla, Mari Pepa de Chamberí y las zarzuelas y verbenas. Hay coplas al cocidito madrileño y a las «Gallinejas y entresijos». Hay gatos, chulapos y noches con el tempo clásico de la tuna («Nochecita Madrileña») y pasodobles. A Martín le fascinó una en particular de Manolo Escobar: «So bien hecha». «En la puñetera vida se me habría ocurrido escucharla y me pareció tremenda, simpatiquísima. Creo que es uno de los casos que la inteligencia artificial jamás te lo habría recomendado. ¿Una de Manolo Escobar del año catapún?». Hay, claro, un capítulo dedicado al cielo –con Amaral, Judeline, Duncan Dhu, Christina Rosenvinge o Nati Mistral-, la lluvia, el desamor e incluso uno a las cuatro estaciones en la Villa, hasta que llegamos, por supuesto, a un apartado al monumento local: los bares. En el breve volumen hay espacio para locales míticos y también para la crítica social: de la gentrificación (Shego) a la imposibilidad de encontrar una vivienda (Biznaga). Y, por supuesto, se habla de los barrios: de Carabanchel a Chamberí, de Vallecas a La Elipa y La Alameda de Osuna. Calles, puentes y plazas que han visto de todo. «En el libro hay muchas más de 500 canciones, pero es que ya tengo apuntada una buena lista de otras que se me habían escapado o que van saliendo», dice el autor. Porque la vida no se detiene. Y ese es el alimento de las canciones.

Ciudad Lineal, de moda

Aunque ahora vive en San Blas, barrio de fuerte personalidad, Miguel Martín creció en uno de los distritos musicalmente de moda en la capital: Ciudad Lineal. La cima del paroxismo es que el grupo de moda en la escena nacional lleve el nombre del centro comercial del barrio, uno, además, muy decadente: Alcalá Norte. “No deja de ser gracioso, porque es bastante deprimente. Los locales están vacíos o en liquidación, suele estar desierto. Es para llorar”. Sin embargo, eso dice mucho de dómo son las cosas en esta ciudad, de andar por casa. «Yo reivindico mucho ese Madrid duro, árido y peligroso de nuestra infancia. De San Blas o de La Elipa, donde tus padres te decían si bajabas a jugar: ‘‘¡Sobre todo, cuidado con las jeriguillas!’’». Por suerte, cada vez importa menos Malasaña. Así es nuestro Madrid.




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