El motivo real por el que las calabazas en EEUU crecen tantísimo
Entre genética, paciencia y ciencia agrícola: así logran los cultivadores estadounidenses que una calabaza pese más que un coche
¿Por qué la calabaza es el símbolo del otoño en los países anglosajones?
En Estados Unidos, el otoño no solo trae el aroma a pastel de calabaza y hojas secas. También trae récords. En estados como Colorado, Oregón o California, las calabazas alcanzan dimensiones tan absurdas que parecen salidas de un cuento. Algunas superan los 900 kilos, más que un coche pequeño. Pero detrás de esos monstruos anaranjados no hay magia: hay genética, ingeniería agrícola y una dosis colosal de paciencia.
La fiebre de las calabazas gigantes
Cada octubre, en ciudades como Fort Collins, los agricultores compiten en los llamados Giant Pumpkin Weigh-Offs, auténticos duelos de orgullo rural. Este 2025, la calabaza más grande de Colorado alcanzó 2.190 libras —casi una tonelada— y estableció un nuevo récord histórico. Su cultivador, Brad Bledsoe, bombeó meses de trabajo, agua y fertilizante en una sola planta que, durante su pico de crecimiento, engordaba más de 25 kilos al día.
Sí, has leído bien: una calabaza que gana peso más rápido que un niño en crecimiento.
Pero, ¿cómo se consigue semejante hazaña? La clave está en la variedad Atlantic Giant, una cepa canadiense desarrollada específicamente para competición. Sus semillas se venden entre coleccionistas como si fueran trofeos y, con el manejo adecuado, pueden producir frutos de dimensiones casi grotescas.
El secreto está en el suelo (y en la ciencia)
Cultivar una calabaza gigante no es cuestión de suerte, sino de precisión milimétrica. Todo empieza en abril, con las semillas germinando bajo luz artificial y control de temperatura. Cuando las plántulas alcanzan unos centímetros de altura, se trasladan a terrenos especialmente preparados: tierra suelta, rica en calcio, fósforo y materia orgánica, regada gota a gota con hasta 400 litros de agua diarios.
A medida que crece, cada calabaza descansa sobre una base de arena fina o paja, que evita que el peso deforme su forma o raje la piel. Algunos cultivadores incluso giran el fruto semanalmente para repartir tensiones, y colocan mantas térmicas o ventiladores para mantenerlo a la temperatura perfecta.
En plena montaña de Colorado, donde el clima es extremo, el desafío es mayor. El sol quema, el aire es seco y las noches, frías. Por eso los agricultores protegen las hojas con mallas de sombra, rodean los cultivos con cortavientos y controlan el pH del suelo como si fuera una operación quirúrgica.
Sol, altitud y genética: la combinación ganadora
El clima de montaña tiene algo que, paradójicamente, favorece el crecimiento descomunal de estas calabazas: el sol intenso y las noches frías ayudan a que la planta concentre energía durante el día y reduzca su respiración por la noche, guardando reservas para el fruto. Es como si cada jornada fuera un entrenamiento de alto rendimiento vegetal.
A eso se suma la selección genética. Los agricultores guardan las semillas de las calabazas más grandes, cruzándolas cada año para reforzar su potencial. El resultado es una especie de “linaje de gigantes” que se hereda de generación en generación, casi como una familia real de huerta.
