El legado de Rosemary Thorp: pensar América Latina desde el Perú, por Maritza Paredes
* Doctora en Desarrollo Internacional por la Universidad de Oxford y socióloga por la PUCP.
Rosemary Thorp falleció este sábado, a las seis de la mañana, hora de Lima. A esa hora, si estuviera en Lima, seguramente estaría despierta preparando un té y revisando sus notas escritas por un solo lado —porque siempre reciclaba papel— mientras pensaba, como tantas veces, en lo que pasaba en el Perú. Porque Rosemary, economista inglesa formada en Oxford, pensó América Latina desde el Perú. Fue una de las pocas mujeres de una generación de oro que dio forma al latinoamericanismo en las ciencias sociales, y lo hizo con una combinación única de rigor, sensibilidad histórica y cariño profundo por este país.
Quienes la conocimos sabemos que su curiosidad era inagotable y que desconfiaba de las explicaciones rígidas. Siguiendo a su admirado Albert Hirschman, Rosemary creía en “cruzar fronteras”: entre economía, política y vida social. Y qué bueno, porque si no, esta socióloga jamás podría haber sido su estudiante. Para ella, pensar significaba explorar matices. “Nuance (matiz), Maritza; tienes que aprender esa palabra”, me repetía. Esa búsqueda del detalle, del porqué detrás de lo “obvio”, era también una forma de vivir.
Llegó a América Latina muy joven. Primero a Buenos Aires, que le resultó demasiado parecida a Europa. Entonces aceptó un trabajo en el Perú, un país que la cautivó desde el primer viaje en tren hacia el sur andino, a mediados de los años sesenta. Todavía había ingleses en la operación del ferrocarril y se preocupaban por esa muchacha viajando sola por los Andes. Ella lo contaba con picardía, como quien sabe que anda haciendo una travesura inolvidable.
Su mirada siempre fue compleja, y eso la llevó a ser malinterpretada más de una vez. Cuando advirtió sobre los riesgos de un modelo demasiado dependiente de la minería, algunos la acusaron de “antiminera”. Sin embargo, nadie conocía mejor que ella —coautora junto a Geoffrey Bertram del influyente Peru 1890–1977: Growth and Policy in an Open Economy (1978)— la importancia de la minería para nuestro desarrollo. Por eso mismo insistía en que el reto no era estar a favor o en contra, sino construir instituciones sólidas para que la riqueza minera se traduzca en bienestar real y sostenible. Creía en los puentes, en el diálogo y en comprendernos para avanzar.
Su trabajo ayudó a que los peruanos entendiéramos que somos una economía pequeña y abierta al mundo, y que los shocks externos solo cobran sentido cuando se leen desde nuestras propias instituciones y decisiones. Esta mirada la llevó luego a investigar toda América Latina. En Progress, Poverty and Exclusion (1998) mostró por qué países con historias económicas parecidas terminan produciendo niveles tan distintos de bienestar y desigualdad. Y quizás uno de sus aportes más finos fue comparar Perú y Colombia: dos economías igualmente exportadoras, pero con instituciones y resultados políticos muy distintos. Un análisis que desarrolló en Economic Management and Economic Development in Peru and Colombia (1991), una obra de economía política comparada hecha con rigor y una sensibilidad histórica excepcional.
En sus últimos años —cuando tuve el privilegio de ser su estudiante— volvió a un tema que la obsesionaba: las desigualdades que se mantienen incluso cuando las condiciones mejoran. Las desigualdades que “resisten” el cambio. Ese interés dio lugar a Ethnicity and the Persistence of Inequality: The Case of Peru (2010), un libro en el que buscamos entender por qué ciertos grupos permanecen sistemáticamente relegados, y cómo la desigualdad encuentra nuevas formas de reproducirse aun cuando hay avances concretos. Viajó a los Andes todo lo que pudo; volvió al Perú hasta que su seguro médico se lo impidió. Y nunca dejó de pensar en este país. La última vez que la vi, a comienzos de este año, seguía preocupada por nuestro futuro. Pero para ella preocuparse no bastaba: por eso impulsó, junto a colegas y amigos, el Peru Support Group, que ella y Tim Thorp sostuvieron con enorme dedicación.
Yo tuve la enorme suerte de ser su última estudiante. De ella aprendí no solo a pensar históricamente y a escuchar con rigor, sino también una ética del trabajo intelectual: escribir con paciencia, con matiz y con la convicción de que las preguntas importan tanto como las respuestas.
Hoy, cuando el país enfrenta tensiones entre minería formal, minería ilegal y la urgencia de construir instituciones fuertes y justas, su legado intelectual y humano nos habla con especial claridad. Rosemary dedicó su vida a entender al Perú con cariño y con exigencia. Ese es un regalo que nos queda, y una responsabilidad que también nos toca honrar.
