Xi Jinping se mira en el espejo de Mao Zedong
Hoy arranca el XIX Congreso del Partido Comunista chino (PCCh), un encuentro clave en el que se renovarán los principales cargos que dirigirán la nación los próximos cinco años y marcarán el devenir de China en este siglo. Mientras los expertos hacen quinielas con los posibles nombramientos dentro de la habitual opacidad que envuelve a la política china, todos coinciden en que hay un único objetivo que prevalece en cada rincón del país: ensalzar la figura de Xi Jinping, un líder que ha conseguido amasar en su persona un poder que no se veía desde los tiempos del Gran Timonel, Mao Zedong.
Con el nombramiento del «núcleo» del partido durante el sexto pleno del PCCh celebrado en 2016, hecho que le ayudó a catapultar su imagen pública y fomentar el culto a su personalidad entre la sociedad china, llegó el momento cumbre de su poder poniéndolo a la altura de líderes históricos como Mao Zedong y Deng Xiaoping. Precisamente, para completar esa equiparación, los medios estatales ya adelantaron que uno de los puntos fuertes del congreso serán la inclusión del pensamiento de Xi Jinping en la constitución de la formación comunista. Incluso el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, no ha tenido reparo en manifestar que su «innovador» pensamiento «ha superado los últimos 300 años de la teoría tradicional occidental de las relaciones internacionales».
«Esta cumbre servirá para que el líder chino establezca una autoridad incuestionable sobre el Partido, el Gobierno y el Ejército», explica a este diario Willy Lam, profesor de la Universidad china de Hong Kong. «Xi se considera a sí mismo el Mao Zedong del siglo XXI», apostilla quien, al igual que muchos otros analistas, considera este evento una suerte de «coronación» del mandatario. Asimismo, añade, el líder usará estas jornadas para agrupar en el Comité Central, el Buró Político y el Comité Permanente –principales órganos del Partido a renovar– a una mayoría de sus «protegidos y aliados» que proceden de su paso como gobernador de Fujian y Zhejiang entre 1985 y 2002.
Además de presidente de China, secretario general del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central y líder «central» del país, Xi también encabeza una serie de comisiones en áreas que van desde la seguridad del Estado a las reformas económicas, una muestra más del poder acumulado en los últimos cinco años. Sin embargo, el camino recorrido para llegar a este punto no ha estado exento de dificultades.
Hijo de un revolucionario que luchó codo con codo junto a Mao, su condición de «príncipe rojo» –título acuñado para los hijos de los héroes de guerra– no fue suficiente para librarle de pasar siete años en un campo de reeducación durante la Revolución Cultural (1966-1976). De su paso por allí, hoy lugar de peregrinación para sus conciudadanos, le quedó la idea de que «lo mejor para sobrevivir era hacerse más rojo que nadie», según cables filtrados posteriormente por Wikileaks. En 1974, después de finalizar sus estudios en la elitista universidad Tsinghua de Pekín y de que el PCCh rechazara su ingreso en nueve ocasiones, comenzó su andadura en la formación, donde fue escalando puestos hasta que, para sorpresa de muchos, fue nombrado secretario general en 2012.
Desde entonces, Xi se ha ganado el reconocimiento de una población que lo elogia por su frugalidad y por haber cumplido muchas de sus promesas, como la de haber sacado a diez millones de personas de la pobreza al año, la hacer de China una nación fuerte en las disputas territoriales con otros países o haber emprendido una reforma del Ejército, modernizándolo y capacitándolo para que pueda responder a sus pretensiones. Sin olvidar su propuesta estrella: la campaña contra «tigres» y «moscas» con la que ha tratado de acabar con cualquier tipo de corrupción en la organización comunista desde los puestos de funcionarios más básicos a los cargos más relevantes.
Ese cometido, que le sirvió para dar prestigio y legitimidad al PCCh al deshacerse de miles de corruptos, ha sido cuestionado por muchos analistas que creen que Xi lo ha utilizado como «una de las armas más efectivas para silenciar a sus oponentes», apunta Lam. «Xi es el enemigo del libre pensamiento», y con esta campaña «está construyendo un aparato policial del Estado con cuya sofisticación y eficacia habría soñado el KGB en el apogeo de su poder», añade el académico.
Desde que Xi Jinping accediera al poder, más de dos millones de oficiales de distintas áreas han sido investigados y un millón y medio procesados, según cifras oficiales. Entre los principales «tigres» enjaulados figuran el ex ministro de Seguridad Pública Zhou Yongkang; Ling Jihua, ex secretario personal del anterior presidente, Hu Jintao; o el ex general Guo Boxiong, antiguo vicepresidente de la Comisión Militar y uno de los hombres más influyentes del Ejército chino en años pasados. Otros como Bo Xilai o Sun Zhengcai, ambos vistos como posibles candidatos a hacerse con las riendas del poder en China, cayeron en desgracia antes de intentar hacer sombra a Xi.
Mientras se especula con los posibles nombres que ocuparán los puestos de mayor relevancia, lo único que está claro es la continuidad de Xi y de su primer ministro, Li Keqiang. Ambos no sobrepasan la edad límite de 68 años con la que cualquier miembro del PCCh debe retirarse, una norma que los analistas piensan que podría eliminarse para abrir la posibilidad de un tercer mandato del actual presidente. Para Lam, Xi se considera el único líder capaz de lograr que en el año 2049, cuando se celebre el centenario de la fundación de la República Popular China, el gigante asiático emerja como una superpotencia que desafíe la dominación estadounidense, por eso «no hay duda de que aspira a gobernar hasta que su salud se lo permita».
Respecto a la agenda del congreso, Tuo Zhen, portavoz de la organización, explicó que no habrá sorpresas, y que el país seguirá la senda de reformas aplicada con tanto «éxito» por el máximo líder y los aparatos del partido. No habrá cambios políticos significativos que puedan acercar al régimen a las democracias occidentales. «El país continuará el proceso de reforma política, pero siempre dentro de las tradiciones ‘únicas’ de China», dijo Zhen. Respecto a la política económica, el portavoz indicó que proseguirá el proceso de apertura y acceso a nuevos mercados que tanto le han exigido otras potencias como Estados Unidos y la Unión Europea, aunque no dio más detalles ni anunció ninguna medida que vaya más allá de mantener el esfuerzo en la lucha contra el endeudamiento público y privado. Respecto a la corrupción, y para que no hubiera ninguna duda, Tuo Zhen garantizó que la lucha contra esta lacra, que ha generado tanto apoyo popular al Partido Comunista en los últimos años, no bajará de intensidad.