Fernando Aramburu: «Con el nacionalismo, Adiós sosiego, adiós pedagogía, adiós raciocinio»
Está claro que «Patria» (Tusquets) es una novela que nació en estado de gracia. Además de llevar medio millón de ejemplares vendidos en sus 21 ediciones, recibir el Premio Francisco Umbral al libro del año, alzarse con el de la Crítica y ser comprado por HBO para convertirse en la primera producción española de esa empresa audiovisual, ahora gana el Nacional de Narrativa. Con un deje más donostiarra que nunca, nos responde Fernando Aramburu desde Hannover con el cariño y la amabilidad de siempre.
–La culminación a la vida de su libro. ¿Contento?
–Muy contento, con una enorme alegría que los años me han enseñado a albergar con tranquilidad.
–El jurado se lo concede «por la profundidad psicológica de los personajes». Integra la visión de víctimas, verdugos, adoctrinados, temerosos... ¿Solo un vasco, que vivió «los años de plomo», podía ponerse en los zapatos de todos los protagonistas?
–No exactamente. Digamos que yo partía con la ventaja de conocer de cerca la pasta humana de la que están hechas las gentes del lugar, puesto que me crié entre ellas. Aparte de este conocimiento básico, no está de más un ejercicio de documentación y cierta empatía con las personas implicadas.
–Nació el mismo año que ETA... ¿«Patria» cierra un ciclo?
–Sé que en adelante seré juzgado por esta obra, pero estoy lejos de considerar que he llegado a ninguna parte. El libro no cierra un círculo. La veo más como eslabón de una cadena. Cadena, por cierto, que proseguirá mientras la salud no se tuerza o algún suceso adverso se entrometa trágicamente en mi destino.
–Dicen los críticos que ha abierto la veda para todo un «género» basado en la temática vasca que está por venir... ¿Es así? ¿Cree que queda mucho por contar?
–Lo veo de otro modo. Mi novela es una aportación que se une a la de otros autores que hubo y que habrá. Lo que acaso haya generado es un debate razonable y un interés más o menos multitudinario por una cuestión sobre la cual algunos querían pasar rápidamente de página.
–Los nacionalismos han destrozado Europa (los balcánicos, el alemán, los de Europa Oriental...) ¿Es la «gran denuncia» de su novela?
–En ningún momento tuve la tentación de ponerla al servicio de una tesis, pero pienso que el lector, a la vista de lo que les sucede a los personajes, acertará a sacar sus propias conclusiones. Algunos nacionalismos trajeron grandes desgracias en varios países europeos. No hay más que echar un vistazo a la historia. Y es preocupante comprobar cómo de nuevo se hace cotidiano ver banderas por las calles.
–Nos observa desde Hannover con el telescopio de la distancia... ¿Cómo está viviendo el «procés»?
–Con mucha tristeza y preocupación. Algunos conocidos catalanes me hablan de familias rotas y de amigos que dejan de dirigirse la palabra. Toco madera para que no se desate una tragedia colectiva.
–Hay muchas tesis que sostienen que «los nacionalismos son un narcisismo infantil» –pienso en el video de Òmnium, que se ha hecho viral– ¿Ve esa regresión de algunos agarrándose a una bandera sin medir la realidad?
–El nacionalismo, como toda pulsión colectiva llevada al extremo o, en fin, absolutizada, conduce a una exacerbación de los sentimientos de naturaleza colectiva. Surge de ahí el hombre elemental, el defensor a ultranza de los territorios de la tribu, el que ve enemigos en todo aquellos que no piensan o no se sienten como él. Adiós sosiego, adiós pedagogía, adiós raciocinio.
–¿No debería ser el terrorismo de ETA una dolorosa vacuna para que no se cometan los mismos errores que hoy vemos en Cataluña?
–No tengo certezas al respecto. Pero no cabe duda de que es más fácil recomponer los lazos sociales allí donde no hubo terror ni violencia.
– El siglo XX fue el destructor de los imperios y el constructor de la naciones. ¿Algunos están construyendo demasiadas de forma artificial?
–El principal problema, a mi juicio, no es el de la posible construcción de naciones, sino la circunstancia cada vez más visible de que no se acepten las reglas de juego democrático. Incluso me parece que cunde en muchos ciudadanos el deseo de tener un amo.
–¿Amén de celebrar este premio... sigue adelante con ese libro que poemas que no son poemas?
–Está acabado. Se titula «Autorretrato sin mí». Lo publicará Tusquets la primavera que viene.
–Por último, le regalaré un «chestoberol» para celebrar el galardón.
–Le pedí hace un tiempo a la académica Aurora Egido, que en su día fue profesora mía en la Universidad de Zaragoza, que hiciera gestiones para introducir la palabra «chestoberol» en el diccionario de la RAE. Se conoce que por el momento no lo ha logrado. Seguiré esperando. Soy paciente.