Mano de hierro en guante de cáñamo
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Ya van casi tres años desde que ganaron elecciones prometiendo grandes cambios, revoluciones sociales y modelos nuevos de participación democrática. ¿Se referían a comprar media docena de pisos para incluirlos en una bolsa de alquiler social? ¿Subir el recibo del saneamiento tanto al rico como al parado? ¿Parar la construcción de una depuradora por miedo a perder algún voto? Las promesas se fueron al cajón de sastre y allí siguen.
Se agradece, eso sí, que hayan dejado a un lado la venta de crecepelos y remedios para todo y hayan asumido que el único discurso que les puede funcionar es el de que van tirando y que por lo menos la casa sigue en pie. El de la resignación de toda la vida, vaya. Pobres argumentos, cierto, pero que podrían ser suficientes para mantener las alcaldías cuando la legislación electoral nos condena a dos opciones: o mayoría absoluta del PP o todos contra la derecha.
Lo más enigmático de las Mareas, sin embargo, es la relación traumática que tienen con el rupturismo nacional. Luchan cada día para que Podemos no eche raíces en Galicia —porque saben que sería su final— pero a la vez acaban haciendo al dedillo lo que marca Pablo Iglesias desde Madrid. Han cambiado el control férreo del comunismo clásico por un buenrollismo que acaba por tener resultados similares. Todos libres para obedecer. Mano de hierro en guante de cáñamo.
Es de suponer que algo habrán aprendido y que el añito que les queda hasta las municipales intentarán hacer lo que no supieron hasta ahora. Y si suena la flauta y repiten en las alcaldías a más de uno le quemará el sillón y querrá dar el salto a la política autonómica. Si le deja Pablo Iglesias, claro.