El «morantismo» como religión
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Valladolid quiere a Manzanares, más allá de su perfil mediático. Tras la ausencia del pasado septiembre, el torero alicantino salió a hombros al obtener sendas orejas. Impoluto, impecable, su toreo rebosa pulcritud y estética aunque a veces adolezca de escaso ajuste. Tiene además el don del temple levado a la categoría de despaciosidad. Porque al ralentí firmó series de redondos ante sus dos oponentes, de mano baja, y supo darlos aire entre las tandas.
Por su parte, Alejandro Talavante demostró frescura e improvisación ante el tercero, sobre todo al terminar las series, rematadas tan pronto con afarolado como con un cambio de mano. Del estatuario inicial al epílogo por manoletinas, hilvanó una faena de firmeza y amplio repertorio, que no culminó con la espada. El último resultó ser un inválido sin opciones.
Los astados de Núñez del Cuvillo fueron de beatífica condición. Bonitos de hechuras salvo el negro listón quinto. Nobleza y fijeza al seguir los engaños, metiendo la cara en sus embestidas mientras las fuerzas les acompañaban. Algunos con galope alegre de salida. El cuarto se resistió a doblar, amorcillado, en una muerte casi de bravo. Nada nuevo bajo el sol ganadero de nuestro tiempo