Flores y desfogues
Mayo es un mes propicio para la floración, aunque también lo sea para ciertos tipos de desfloraciones. Obsérvese, si no, la fruición con la que se manifestaron la pasada semana los estudiantes por toda la geografía andaluza. Sólo es necesario que apriete un mínimo el sol para que las hormonas juveniles accedan en este periodo del año a su fase más extática de enlaces hidrogenados y mezclas aromáticas. Testosterona, progesterona, frenesí excretor desde las glándulas sebáceas, todo forma parte de un mecanismo natural; un fenómeno bioquímico ordenado por fuerzas que se escapan al control del raciocinio. Ah, el raciocinio. La mente humana es tan cínica y poderosa que envuelve con explicaciones más o menos racionales el simple ordenamiento de la naturaleza, la madre más autoritaria. Y si a estas alturas de la primavera a la juventud lo que le apetece, o más bien lo que dicta su biología, es tomar parte del cortejo periódico de la especie y entablar rimas asonantes con el fornicio, la mente les envía el siguiente mensaje: el estado de la educación pública es tan precario que la sociedad necesita de mí y de mis coetáneos para criticarlo. Así de simple y así de complejo es el funcionamiento del género humano. Pues en ésas han andado los jóvenes estudiantes durante la semana. Primero fue la educación y luego cualquier otra excusa. Da igual que no haya habido novedad en las últimas fechas con respecto a cuestiones sensibles, lo que de verdad importa es salir a la calle, dejar de ir a las clases y, por descontado, satisfacer la más primaria de las pulsiones biológicas: el apareamiento. Nadie en sano juicio exigiría templanza a la juventud. En estos días resulta complicado incluso pedirles que estén informados. Lo único que podría pedírseles es que desfoguen, sí, pero sin molestar.