Cuando se habla de Tenerife todavía queda gente que se sorprende en el momento en que descubre que dicha isla es algo más que sol y playa. Que la isla del Teide. Tanto en paisajes y en orografía como en clima; y no digamos ya en costumbres, gastronomía o tradiciones culturales. Pocos destinos turísticos pueden permitirse el lujo de ofrecer tanta diversidad y contraste en un territorio tan limitado y con una imagen tan marcada por el sol, la fuerza del viento y la intensidad de un mar que ha ido conformando, casi tejiendo a través del tiempo, una costa con formas caprichosas, que no sólo ha creado playas hermosas, sino grutas con encanto o entradas sorprendentes que conforman piscinas naturales, que el hombre ha sabido adecuar, de forma respetuosa con la naturaleza, para su uso y disfrute.
A diferencia de otros lugares del territorio español, donde sus habitantes apenas si se desplazan de su área de confort y/o exploran su entorno; el canario en general y el tinerfeño en particular, suele escoger su tiempo libre – sobre todo los fines de semana-, para trasladarse en familia a practicar lo que más le gusta: conocer un poco más su bendita tierra. Desde visitar a su patrona en su Santuario, a bañarse en alguna playa o patearse un monte, visitar un pueblo pintoresco, hacer surf, practicar ciclismo de montaña, montar en parapente o en kayak, hacer rapel, por supuesto buceo o escalada; entre otros muchas otras actividades que seguramente me puedo haber olvidado; pero lo bueno de todo esto es que, por lo general, casi siempre, se termina arribando en un guachinche rodeado de sus familiares o amigos.
Y cada fin de semana siempre queda algo por descubrir que está a unos pocos kilómetros de distancia -en Canarias las distancias siempre son relativas-, de nuestra zona de confort. Y entre las maravillas que aún nos puede quedar por conocer, se encuentra la zona costera de Guía de Isora, en el Sur de Tenerife; pero este Sur es un lugar distinto y único porque no está masificado, porque todavía conserva sus raíces y sus costumbres casi inalterables, porque sigue viviendo un poco del mar y otro tanto de la agricultura y de la ganadería; porque sus plantaciones de frutas tropicales y sus plataneras – aunque desgraciadamente cada vez menos-, siguen pincelando de verde su orografía reseca y arañada de barrancos y de restos volcánicos. Es un lugar duro pero de gente amable que ha sabido sacar lo mejor de la tierra y de su mar.
En su costa, por la zona de Alcalá, un coqueto pueblecito pesquero, durante los últimos años se ha producido un cambio radical al apostar por un turismo de alta calidad, que ha proporcionado a dicho lugar una relevancia turística muy importante, y que ha repercutido positivamente de forma laboral y social en sus habitantes, además de al conjunto del municipio isorano. Todo comenzó, hará de esto casi diez años, cuando el presidente de la cadena hotelera Meliá Hotels International, Gabriel Escarrer Juliá, decidió instalar en primera línea de playa, «su joya de la corona», como al le gusta llamar al hotel Gran Meliá Palacio de Isora; convertido hoy en día en un referente internacional al ser uno de los más prestigiosos y premiados resorts del mundo; de aspecto señorial y diseño vanguardista, que aúnan pasión y lujo tradicional, incrustado entre un mar verde de plataneras y el inmenso azul de océano Atlántico, dirigido hoy en día por Saad Azzam, «un hombre de la casa» – de hecho, estuvo dirigiendo el afamado Gran Meliá Don Pepe de Marbella-, con un currículum nacional e internacional acreditado e impecable; y que ahora le ha tocado luchar cada día por mantener -que no es poco- y, a ser posible, acrecentar, el nivel de excelencia, calidad y lujo que prestigia a dicho hotel.
Y, por otra parte, tenemos a la administración municipal; dirigida de forma eficaz desde hace años por el socialista Pedro Martín Domínguez, que ha colaborado de forma intensa y persistente, para dotar a la zona trasera del hotel, de uno de los mejores, hermoso y más moderno paseo litoral de la costa sur de Tenerife; sobre todo para estar a la altura de la proyección internacional que le ha proporcionado al municipio la construcción del hotel Gran Meliá Palacio de Isora.
De hecho, a dicho paseo, le pusieron el nombre de Gabriel Escarrer; este proyecto, junto con el acondicionamiento de las piscinas naturales y la adaptación de varias calas ya existentes, convirtiéndolas en playas de arena negra natural -característica de la zona-, respetando siempre los aspectos medioambientales, ha costado un esfuerzo presupuestario de varios millones de euros; siéndole otorgado, a los pocos años de su inauguración, el premio Agustín de Betancourt, a la mejor obra; por haber recuperado con respeto, calidad, acierto y brillantez una parte del litoral de Alcalá para uso y agrado, tanto de sus habitantes, como de los clientes del hotel que tienen un acceso directo, como de los visitantes que se acerquen al municipio a disfrutar y descubrir tal maravilla, mezcla del acierto y compromiso entre la mano del hombre y lo que ofrece la propia naturaleza.