Paul Naschy, no hay hombres lobo en España
Jacinto Molina (aún no era Paul Naschy) se sentó una semana entera, estilográfica en mano, en una mesa en casa de sus padres en la calle Islas Filipinas de Madrid, con el «Adagio» de Albinoni sonando en continuo, hasta colocar la palabra «fin» en un guión titulado «Licántropo». «Una novia que tenía entonces, Elena, me ayudó a mecanografiarlo y entre ambos lo encuadernamos», recordaba en el libro «Paul Naschy: Memorias de un hombre lobo» (Alberto Santos Editor). El guión era algo así como un capricho personal y una especie de apuesta con Enrique López Eguiluz, director para el que trabajaba como meritorio en «Agonizando en el crimen» (1967). Molina le había confesado su pasión por el género, que se retrotraía a los años 40, cuando vio en el cine «Frankenstein y el Hombre Lobo». López Eguiluz recelaba de la posibilidad de hacer cine fantástico y de terror en España. Nadie, de hecho, lo había intentado. Pero Molina pensó que, aunque solo fuera por darse el gusto, valía la pena escribir aquello. El cine era su verdadera pasión, aunque durante años había sido un levantador de peso profesional, campeón de España y sexto de Europa. Poco a poco había metido cabeza en la industria desde que trabajara como extra en «Rey de reyes» (Nicholas Ray, 1961), donde fue elegido por su robusta constitución como sirviente de Herodes. Y ahora estaba ahí, con Eguiluz delante, recién acabado el guión. ¿Por qué no intentarlo?, pensó el director. Y de la confluencia de estas dos personas surgió «La marca del hombre lobo» (1968), la película que inaugura oficialmente el fantaterror español y de la que se cumplen 50 años, motivo por el cual será homenajeada en la inauguración del VI Festival Nocturna.
Sergio Molina, director del festival e hijo de Paul Naschy, considera que el valor de aquella cinta es innegablemente histórico: «En una época muy difícil hizo un tipo de cine absolutamente delirante para lo que había en España, tuvo la fuerza y convicción de sacarlo adelante y muchos le siguieron. ''La marca del hombre lobo'' es el planteamiento incial de un movimiento que tuvo mucha importancia en los 70, quizás hasta el 77. Mi padre creía muy en serio en lo que hacía y luchó siempre por el cine fantástico». Pongámoslo en contexto: a finales de los 60, el fantástico no tenía cabida en la industria patria. Se nutría de la pasión de unos cuantos «frikis» que amaban aquellos monstruos de su infancia (años 30 y 40) de la Universal (Frankenstein, Drácula...) y atestaban las sesiones en los años 50 y 60 de los sucedáneos de la Hammer inglesa, aquellos míticos filmes de Terence Fisher y Christopher Lee. Pero aquello era cosa de extranjeros. Además, la Hammer estaba en decadencia, aunque, por otra parte, en la más cercana Italia estaba despuntando el «giallo».
La apuesta alemana
Sin embargo, una productora alemana decide apostar por el guión de Jacinto Molina. Aquel tipo de historias tienen salida hacia el exterior, donde no existen condicionantes políticos tan fuertes como en España. Para darle realce a la producción se piensa en el norteamericano Lon Chaney, emblemático licántropo de los años 40 en el cine, pero éste está muy mayor. Los alemanes deciden finalmente que el propio Molina sea el hombre lobo a pesar de que nunca, excepto en algún papel de extra, haya actuado. López Eguiluz se encarga de la dirección. Antes de empezar el proyecto sufre mutaciones fundamentales. La censura afea el borrador original, en el que el hombre lobo se llamaba José Huidobro y era asturiano. «Les dijeron que no era posible, que en España no había hombres lobo», señala el hijo de Naschy. Así pues el licántropo sería polaco y se llamaría Waldemar Daninsky, nombre que Jacinto Molina creó inspirándose en un amigo levantador de pesos, Waldemar Wachanovsky. «Además, los alemanes querían por motivos comerciales que mi padre se cambiara el nombre, por lo que media hora antes de que enviaran a la imprenta todo el material promocional, cogió un periódico, vio una noticia del papa Pablo VI y se puso el nombre de Paul. El apellido lo sacó de otro amigo levantador de pesos, éste húngaro, Nagy. Lo germanizó y lo convirtió en Naschy». La transformación de Jacinto Molina en Paul Naschy (como la de Waldemar en hombre lobo) se había obrado. Ya nada sería igual para el fantástico español.