Escribir serenamente el mundo
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es una de las grandes vocaciones poéticas de nuestro idioma. Y también una de las grandes vocaciones vitalistas en un siglo en el que su continente no ha dejado de estar sumido en guerras, revoluciones, democracias interinas, dictadores crepusculares… En ella los años, los 95 años, se pueden contar por pedir plazos a la vida para vivir un poco más, para estirar un poco más esa contemplación serena del mundo en la que siempre ha confiado.
Su biografía empieza en Montevideo en 1923, su bibliografía poética en 1949 con «La luz de esta memoria»: relacionar en ella su vida y sus libros no es una circunstancia, es señalar la esencia de alguien que ha creído en el valor en sí mismo de la palabra poética, valor en el sentido órfico, fonético, conceptual. De igual forma que pertenecer a la generación uruguaya del medio siglo ( la llamada del 45) le hizo vivir en una doble dimensión: la filoeuropeísta, la que defendía el modelo de la poesía y la cultura europeas, como ocurría en el vecino Buenos Aires de Borges, Victoria Ocampo o Bioy; y la de intentar crear una voz personal más allá de una época de urgencias reivindicativas y narrativismo. Por eso la poesía urgente de sus primeros libros, su conciencia social nunca está cercana a Benedetti, nunca adquiere del todo un carácter coloquial o popular.
Conoció a Juan Ramón y fue estrecha colaboradora de Octavio Paz y eso le cambió el rumbo. México para ella no fue solo un exilio sino una depuración, le ayudó a construir una poética que ha sido extensamente cultivada en toda Hispanoamérica, que fue bendecida por la revista «Vuelta» o por la neoyorquina «Escandalar». La poética del poema breve como un súbito relámpago de conocimiento, como una forma tensionada de lenguaje, como un vuelo de Ícaro hacia otras dimensiones que se sabe terminará convertido en ceniza. Es una poética neobarroca no lejana a Servero Sarduy, Eduardo Milán o Arturo Carrera pero que en Ida Vitale adquiere la dimensión de la poesía solar, optimista, confiada. En ella hay una confianza en el lenguaje aunque se acepte su crisis, una confianza en el mundo aunque se sepa su misterio. Vitale mira el misterio no como un acto mental sino vital, va a él para ponerle palabras, para darle la dimensión humana comprensible, la del lenguaje y su insuficiencia.
Qué duda cabe que en toda su poesía está esa sensibilidad femenina de la mujer que engendra realidades y lengua para darlas a luz, porque lo sorprendente en ella es que no ha parado de dar nacimiento a una de las obras que resumen muy bien el carácter de una época. Su viejo cuerpo de gran dama sigue procreando libros en los que el mundo nace en cada verso y la confianza en el mundo es una prueba moral. Tiene ya el cabello tan blanco que es casi transparente, pero el tiempo no ha llenado de arrugas su poesía. La ha vuelto más visible, más clara, más humana, más luminosa. Está empeñada, como Juan Ramón, en evitar la fealdad del mundo.