Pimenta se despide con Lope
Helena Pimenta (Salamanca, 1955) corre pero no se cansa. Y si lo hace, lo disimula muy bien. Eso sí, la tensión y las dudas, «a veces, salen en forma de lumbalgia», dice. Acaba de estar en Milán, donde «La dama duende» ha cumplido 100 representaciones, y en Venecia, y ahora, ya más metafóricos, va a por la Ferrara que está levantando y dirigiendo en la calle del Príncipe con «El castigo sin venganza», de Lope de Vega (Madrid, 1562-1635). Llega jadeante al encuentro, como si viniera a pie desde esa Italia en la que no ha parado de recibir elogios durante los últimos días: «Hace el teatro más contemporáneo entre los clásicos de Europa sin renunciar al compromiso ni al rigor», han comentado. Al llegar a Madrid, el enésimo piropo, esta vez del taxista que la lleva del aeropuerto a la puerta de la Comedia: «Ah, usted va a ese sitio donde cuentan unas cosas muy antiguas, pero muy bonitas», le reconoce el conductor.
Así encara Pimenta lo que, ya sí, son los coletazos finales de su obra al frente de la Compañía Nacional (CNTC). Y no se corta. Sabe que lo ha hecho bien y no calla. «Puedo presumir porque ya toca. Antes era humilde, pero debe ser que me estoy haciendo mayor...», ríe. «Llenar el Piccolo de Milán es de esas cosas simbólicas que te señalan lo que ha sido el recorrido en estos ocho años», reconoce una directora que, por ejemplo, ha triplicado el número de actuaciones de la compañía en este tiempo.
Un Sancho particular
A su lado estará, una vez más, su Sancho Panza particular, Álvaro Tato, que aprovecha la palabra «maestría» para rendirse ante «la capitana del barco» de la CNTC y, por supuesto, Lope. El de Ron Lalá vuelve a cubrir las espaldas de Pimenta con la autoría de una versión que «pretende mantener la esencia del original lopesco», defiende. Recortes y retoques a los pasajes del original para introducirse en «los vaivenes, espionajes, traiciones e hipocresías de una sociedad nobiliaria que supera la decadencia moral. El duque de Ferrara [Joaquín Notario] ostenta los privilegios e impunidad de un poder en frágil equilibrio entre la presión de la opinión ajena y las contradicciones de una razón política que, pretendiendo borrar las huellas de un pasado disoluto, lo arrastra al más cruel de los fingimientos y del asesinato encubierto, destruyendo por terceros sus esperanzas de sucesión, redención y felicidad», explica un Tato que no para: «El conde Federico [Rafa Castejón], hijo bastardo del duque, y Casandra [Beatriz Argüello], esposa valedora de una alianza con Mantua, vivirán una desesperada historia de amor, pasión y venganza hasta que la violencia secreta sobre la propia familia llega a las últimas y maquiavélicas consecuencias. Nadie se libra del cuestionamiento moral en esta corte de ambigüedades: el trío protagonista, Aurora [Nuria Gallardo], el marqués [Javier Collado]... y, por supuesto, Batín [Carlos Chamarro], un lúcido, lúdico, quimerista, desleal y agudo superviviente: otra vuelta de tuerca al personaje del gracioso. Todos ellos, seres tridimensionales nacidos del último, febril, insuperable Lope, que reinventa las claves de su propia escritura», termina el autor de «una versión comprimida para que el espectador siga gozando de Lope como en todos estos siglos».
Un dramaturgo que escribió «El castigo sin venganza» en 1631, ya con 69 años y en un contexto muy angustioso. «En la última etapa», puntualiza Pimenta, «donde recoge toda su experiencia como autor y como habitante de una época convulsa. Vemos a un hombre con una vida intensa y un éxito extraordinario que muere no mucho después atormentado por los nuevos dramaturgos». Especialmente Calderón, principal nombre de la generación que desbanca a Lope del favor de palacio. Pero «cuando Lope quiere, quiere», que subtituló un editor portugués. Así, en esta obra se encuentra un intento de demostrar que no está acabado. Quizá por ello apostó por una tragedia, nada frecuente en él. Para Tato: «La gran tragedia española. La tormenta perfecta del alma humana».
En el centro de ese huracán se encuentra el duque que encarna Notario, «un desalmado e hipócrita que utiliza lo religioso como coartada para satisfacer sus deseos sanguinarios, y cuya dimensión espiritual adolece de una descarnada furia de venganza más propia del contexto de la “omertá” mafiosa que de la piedad cristiana que dice profesar», cuenta Ignacio García, director del Festival de Almagro y, aquí, responsable de una adaptación musical con aromas a mafia italiana. Para el actor, es una obra cargada de «mucho amor, pero también de mucho dolor», el propio de Lope, «la tragedia que más le costó escribir desde el corazón». Por eso Notario traza un paralelismo entre la función, donde el duque rompe su futuro cargándose a su descendencia, y el dramaturgo, que carga figurativamente contra sus propios hijos o discípulos: «Intenta dar una lección para que nadie le rechiste. Es la soberbia en el peor y el mejor de los casos, porque le lleva a jugar con las métricas de una manera bestial. Si existe un muestrario estrófico del español tiene que ser el que Lope recoge en esta obra», añade el intérprete. Una lírica que Tato define como «oro batido» y que no es más que la traslación al papel y al escenario de una historia real, la de Nicolás II de Este, marqués de Ferrara. Verdugo de su hijo Hugo y su esposa, Parisina Malatesta. Un capítulo del «quattrocento» «espantoso y con uno de los finales más atroces desde el punto de vista ético», apunta Pimenta, «solo a la altura de las grandes tragedias clásicas».