El dilema de México
El mundo en su conjunto crece económicamente a una tasa anual del 3%, tasa muy respetable pues los países adelantados crecen al 2% mientras los del tercer mundo crecen al 5%, pero México, que es uno de ellos, solo crece al 2, o un poquito menos.
La pregunta es ¿por qué? Existen muchos causas que explican el crecimiento mediocre de un país como el nuestro, que goza de un bono demográfico con una base poblacional de jóvenes en edad de producir, pero qué, además, tiene enormes recursos, litorales, selvas y bosques, agua, petróleo, gas, minería, y, por qué no decirlo, una herencia cultural inigualable.
Hay que decirlo, hemos privilegiado muchas prácticas que nos detienen, como la simulación que practicamos como una manera de ocultar nuestras carencias y defectos, desde presentarnos como un país de leyes, pero sin serlo cabalmente y en donde el propio gobierno las rompe constantemente; o territorio desigual, no porque alguna zona tenga menos recursos, sino porque en unos lugares se trabaja más que en otros y por eso unos crecen mucho y otros no.
Somos desiguales. El norte crece bien, el centro crece como los países asiáticos, fuerte y rápido, pero el sur-sureste decrece, pues arrastra una herencia negativa derivada de su pasado y se encuentra aislado, sin infraestructura que le de movilidad social pues los incentivos para trabajar son pocos, ya que hay recursos naturales fáciles de obtener sin mucho esfuerzo. En el resto del país se vive el paradigma del TLC que significa estar enganchado a una locomotora que se llama USA y que nos arrastra como su cabuz, creciendo con ellos, más por inercia que por méritos propios.
Hoy iniciamos una nueva era: no sabemos todavía si con el pie derecho o con el izquierdo, pero lo que sí es un hecho es que algo o mucho va a cambiar, para bien o para mal. No obstante, se empieza a advertir una tendencia a ver al pueblo bueno, sabio y justo como a alguien a quien hay que proteger con regulaciones y subsidios, en lugar de educarlo y empoderarlo para que pueda desarrollarse en un entorno de competencia y no anclarnos en el pasado, enredados en la telaraña de los dogmas populistas, mientras los países que nos rebasen nos cobrarán rentas por el uso de sus patentes.
¿Qué queremos, miopía política o economía del conocimiento y la innovación?
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