Sánchez, la hora de la verdad
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El de Sánchez es un Gobierno sin principios que se mueve por criterios de propaganda populista, golpes de efecto y globos sonda, y solo rectifica cuando percibe que sus actos acarrean consecuencias añadidas contra su pésima imagen. La inicial decisión de la ministra de Justicia de no amparar al magistrado Pablo Llarena cuando fue acosado por el independentismo ante Bruselas, para después corregirse a sí misma, resultó demoledor. Lo mismo ocurre ahora con la purga del abogado del Estado que sí percibía rebelión, y no sedición, en la conducta penal de los golpistas catalanes. Pero gracias a la vicepresidenta, Carmen Calvo, todos los españoles ya conocen la razón: lo que antes era un delito de rebelión deja de serlo ahora porque antes Pedro Sánchez era solo un secretario general del PSOE sin escaño, y ahora es el presidente del Gobierno. Esta compleja disociación de personalidades es la que aqueja a un Gobierno capaz de provocar una confusión permanente y una alarmante incoherencia ética. Nadia Calviño es la última representante de esta dislocación moral porque, gracias también a ABC, ya se sabe que este Gobierno «bonito» tiene un pasado: es especialista en constituir sociedades con las que burlar al Fisco, en contradecir la ejemplaridad que predica con tanta demagogia como falsedad y, sobre todo, en mentir a los españoles con un inusitado desahogo. Ni una sola de las explicaciones públicas que ha dado Sánchez en torno a su tesis doctoral ha resultado convincente. Tampoco las dará en el Senado. Que nadie se engañe. Pero al menos quedará retratado en la peor práctica de la política, la de defender una cosa y hacer exactamente la contraria.