Aceptar
Son muchas las acepciones del verbo aceptar. Se le puede usar para concretar una obligación mercantil o incluso una de orden moral; también para recibir algo voluntariamente. Significa dar por bueno algo o asumir con resignación un sacrificio. Es, en síntesis, la acción de aprobar, sin oposición.
En la vida diaria y a través del paso del tiempo el ser humano se ve a menudo inmiscuido en muchas situaciones de índole variada. Desde que nacemos, recibimos bendiciones y regalos, ofrecidos por la naturaleza y por la herencia genética. Somos personas que iniciamos un camino desde cero y solo llevamos el bagaje que nuestros padres nos dieron al nacer. El resto, es fruto de las circunstancias y de las experiencias que a lo largo del camino experimentamos, para bien o para mal.
Es ahí donde se gana o se pierde, donde el ser humano crece o se achica; donde la lucha diaria por la supervivencia da frutos dulces o amargos, o a veces mezclados, pero nunca inmerecidos.
Todo se paga. Se sufre y se goza. Es la ley de la vida.
¿Pero cómo lograr que esas circunstancias que juegan a favor sean aprovechadas al máximo en beneficio nuestro y abonen a la felicidad que uno busca? Pero aún más importante, por ser más difícil lograrlo, ¿cómo lidiar con las situaciones adversas que nos molestan y nos incomodan y que pueden en muchos casos arruinar nuestra vida?
En mi opinión, lo que procede es intentar siempre asomarse a nuestro interior y lograr aceptar lo que la vida nos da en el presente y vivirlo con la certeza de que lo pasado pasado es y el futuro aún está por llegar.
Esa condición se logra con la reflexión o la meditación, que si es sincera y autocrítica será efectiva y permitirá trabajar a uno mismo en lo que significa la aceptación plena.
Vivir con la convicción del aquí y del ahora y alimentar nuestros sueños y tribulaciones como el alimento que hay que tomar a diario para merecer transitar por esta vida, que es la única que tenemos.
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