Por Fernando Larraz. Imaginemos a un visitante interesado por las letras que llegara a Madrid en verano de 1898, después de algunos años ajeno de los rumbos de la intelectualidad española. Es casi seguro que ese hipotético visitante tendría fresco aún el recuerdo de las grandes novelas del naturalismo español; no han podido pasar muchos años de su atenta lectura de
La Regenta (1884-1885),
Fortunata y Jacinta (1886-1887) o
La madre naturaleza (1887) y, probablemente, no podía imaginar que la influencia de estas excepcionales obras sobre los nuevos escritores pudiera ser efímera. [...]