Diferencias
Un cielo gris que causaba sensación de tristeza, miedo e incertidumbre acompañaba a esta ciudad el día que, finalmente, pudimos visitar una Unidad Básica de Salud (UBS), o para quienes vivimos en la Isla caribeña: un policlínico. El tráfico estuvo a la orden del día; y no es para menos, en un lugar con más de 12 millones de habitantes, y seis o más de carros circulando a toda hora.
Uno nunca sabe qué se va a encontrar. Quizá por eso en el trayecto hasta divisar la UBS Doctor José de Barros Magaldi, en la calle Salvador Caldoso, fueron decenas las preguntas que dieron vueltas en mi cabeza. Y también, poco a poco, fui descubriendo un Sao Paulo moderno, lleno de tiendas y restaurantes por doquier, de ferias de artesanía, antigüedades, de bisuterías…
Mucho antes de las ocho de la mañana llegamos al lugar, no sin antes haber recorrido Italia, Suiza, Escocia, Venezuela, El Salvador… Sí, porque el camino que conduce hasta la UBS es una avenida inmensa que alberga a todas las marcas de carros del mundo y en la que, curiosamente, todas sus calles llevan nombres de países.
Luego de pasar un salón de espera, en la recepción preguntamos por el doctor Lucas Lima, un joven brasileño, graduado en la Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba, que trabajó con médicos antillanos. Mientras aguardábamos su llegada, los pacientes entraban y salían del recinto; pero para asombro nuestro no eran de clase media alta o alta, como pudiera pensarse por la ubicación del centro.
Justamente, esa fue la primera pregunta cuando Lucas, también integrante del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, nos recibió. Nos dijo que esta UBS específicamente se dedica a la atención de las empleadas domésticas de quienes viven en la céntrica zona. Ante esos vestigios de desigualdad, comprendí mejor porqué con quienes he conversado en estos días en Sao Paulo aseguran que «Cuba y sus médicos hacen una diferencia enorme».
Y mira si es así que en la Mayor de las Antillas resulta tan común que cada galeno brille con su bata blanca, y aquí profesionales como Lucas han de quitárselas para lograr una mejor interacción con el paciente o para que sus colegas de labor no los llamen locos. «Si me la pongo cuando llega la población y me ve con ella no habla todo lo que siente; es como si existiera una muralla entre los dos. Aquí ejercer la medicina es de élite y los médicos brasileños que trabajan en el servicio de salud gratuito siempre andan bravos y no miran a los ojos».
Pero por suerte él y muchos de los cubanos que llegaron hasta Brasil, en estos cinco años, como pudimos comprobar en su consulta, lograron cambiar la manera de recibir a los dolientes en las UBS. Ahí están las historias de médicos que se hicieron de una soguita y amarraron la silla del paciente a la pata de la mesa, a la derecha, para que no estuvieran sentados frente a ella, pues así es como dicta la costumbre de Brasil: «Como en una mesa de negocio, una consulta a distancia, sin tocarlos».
En las UBS igualmente sucede que cada doliente tiene un tiempo asignado para ser atendido, de diez o 15 minutos. Entonces, ¿cómo conocer, en tan poco tiempo, a quien llega desesperado a una consulta? ¿Cómo determinar su enfermedad? ¿Cómo poner el mejor tratamiento? ¿Cómo volverlo a examinar poco después? Admite preguntarse, además, si con los tropiezos descritos puede funcionar el llamado Sistema Único de Salud, que debe garantizar acceso integral, universal y gratuito para toda la población brasileña.
Así o peor era en las zonas más intrincadas del gigante sudamericano antes de que llegaran los cubanos; incluso había UBS que no tenían ni un médico y los brasileños por allí no se portaban, reitera Lucas. «A esa realidad podemos volver ahora y se va a sentir en todo el país. Por ejemplo, aquí en Sao Paulo, como te decía, yo atiendo a las domésticas y ellas van a tratar de traer a sus familias del campo para que las examinemos. Ello demuestra que existe el riesgo del surgimiento de las colas para recibir consulta médica».
Con esos sinsabores nos marchamos de la UBS Doctor José de Barros Magaldi. Allí tiene su consulta, la tres, el doctor Lucas Lima. Por suerte la mañana, invadida por la tristeza y la nostalgia, intentó tener otro final. Al salir de allí parecía que el argentino Fito Páez oyera nuestros lamentos y llegaba para susurrarnos: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Y es que una algarabía escuchada en los alrededores de la UBS me hizo sentir que estaba en Cuba. Era el bullicio, las travesuras y los cantos de los pequeños del CEI Santa Tereza de Jesús, a lo cubano, un círculo infantil. ¿Quién no se estremece con ellos? Fue un bálsamo fresco que llegó para suavizar el alma y «borrar» minutos de angustia, para pensar en esa disposición a la que nos convoca Fito: ofrecer nuestra ayuda sincera a los demás, nuestra sonrisa y palabras de aliento… Porque eso nos hace, sobre todo, mejores seres humanos.