Epitafio
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Ese texto elegíaco es uno de los mayores en la inmensa obra de Sartre. No demasiadas veces en el siglo se ha abordado tan cruelmente el dilema: la dura incompatibilidad entre amistad y política. Sartre y Merleau son los dos más grandes filósofos franceses del siglo XX. Son coetáneos que comparten igual historia y paralelas biografías: desde la Escuela Normal Superior hasta la resistencia y las ensoñaciones que la siguieron. Luego, en 1952, sus caminos se bifurcan con violencia. Con el estalinismo como catalizador. Merleau rompe su vínculo limpiamente; Sartre persevera en el desabrido papel de «compañero de viaje». El choque es frontal. Sólo la muerte del primero restablece lo esencial por encima de lo accesorio: la amistad por encima de la política. Pero ese restablecimiento no oculta la irrevocable tragedia: amistad y política se excluyen. Habita en la verdad la primera; la segunda en la mentira.
Es la historia trágica. Pasemos a la farsa. Con el inicio del siglo, una banda de coleguis sueña hacerse, en Madrid, con la batuta de aquella revolución que perdieron sus padres: nada se añora más que aquello que nunca se tuvo; peor aún, que aquello de lo cual no se conoce más que las leyendas absortas en las severas advocaciones familiares. El hijo quiere ser padre, el discípulo maestro, el siervo aspira a ser señor… Podemos, antes de ser Podemos, fue una, con seguridad encantadora, pandilla de jóvenes amigos que estudiaban juntos, viajaban juntos, se divertían juntos. Luego, la conjunción de determinaciones de un país desmoronándose en el desconcierto, hizo concebir a aquellos ya iniciales penenes la perspectiva de un destino histórico. Providencial. Chávez y los peronistas argentinos vieron en ellos un instrumento barato de presión dentro de España. La composición de intereses salió bien. No en los términos salvíficos de la toma del poder con que la banda de amigos fantaseaba. Sí, en el objetivo buscado por chavistas y peronistas: crear dificultades en un país al que juzgaban antipático.
Pero, sin toma del poder, la epopeya prometida se metamorfoseó en puestos de trabajo bien remunerados. Se colocó a amigos y parientes en empleos jugosos de la Administración. Se teorizó la necesidad de dejar a los dirigentes bien protegidos para cuando las elecciones se perdieran. Y empezaron los navajazos. Cuando no es el cielo lo que se está asaltando, sino la suma concreta que cada uno debe cobrar a fin de mes, la lucha de clases se convierte en cuchillada en la barriga. No a un «enemigo de clase» que se ha diluido en la niebla de los juegos políticos. Cuchillada en la barriga al viejo amigo que pretende quedarse con mi sueldo.
Epitafio: política y amistad se excluyen.