Errar o acertar
La falla del penalty por parte de Furch en Puebla el pasado viernes fue significativa para el resultado final. Acertar o errar forma parte de nuestra vida, y todavía más en cualquier deporte.
Salvador Reyes no cobró la pena máxima, sin embargo existe la tentación de asignarle a él una culpa que algunos pretenden que cargue. Julio ha obsequiado al Club Santos tantos aciertos que nos tiene muy bien acostumbrados al éxito.
Es por eso que el error se siente hondo pero la escapatoria, para señalar a alguien responsable de no haberse traído los tres puntos, es al entrenador.
No se necesitan avisos especiales de las alturas para hacer un acto de introspección.
Cada quien debe estar perfectamente enterado de lo que ha hecho; en qué ha acertado y en qué ha fallado. Es factible afirmar, ya desde ahora, que la contratación de Correa es un gran acierto, no así la de Preciado.
Caer en esta ecuación es un riesgo y algo normal porque el primero ya se significó sensiblemente; al segundo lo seguiremos esperando.
Haber contratado a Martino abre la esperanza de verla como acierto. Pero él ya empezó a fallar al haberle propuesto al argentino Marcone la posibilidad de llevarlo al Tricolor.
El error radica en que todavía no hace contacto con los jugadores mexicanos posibles seleccionados, y ya empezó con travesuras que a nada bueno ni diferente nos han llevado. Su misión es única y clara. Llegar en un mundial a donde nadie ha llegado.
De no darse eso, necesariamente existirá la falla, el error por haberlo contratado. Las llaves del reino y el reino mismo, lo han obsequiado a quien ningún acierto ha aportado. Esto es delicado.
Pachuca ya se desesperó, y muy pronto. Su acierto no fue haber traído, otra vez al país, a Don Paco. Su error radica en que no se habían dado cuenta desde hace año y medio, qué alcances tenían con él como responsable supremo.
El uniforme del América usado precisamente contra Pachuca, se puede entender por los anales de la empresa, no por rescatar el buen gusto o por marcar un sensible marco multicolor. Esto, en apariencia no importa. Lo que trasciende es el descontrol: los aficionados en su estadio, de amarillo.
Los jugadores a quienes apoyan, de naranja.