Amante de las motos, los tatuajes y la música académica
El contrabajista de la Filarmónica 5 de Mayo de Puebla, José Luis García Fernández, es un gran aficionado de las motocicletas. Como buen amante de las jacas de acero ha sido propietario de tres Harley Davidson, entre otros modelos. La actual, “Roxanne”, es su fiel compañera de lunes a viernes, ya que contrario a los choppers, él emplea un automóvil los fines de semana, pues comparte ese tiempo con su hijo.
Ataviado con un pantalón vaquero, una camiseta a cuadros y un chaleco de piel en color negro con la leyenda en la parte posterior “Black Rebels”, así como muchos anillos con imágenes de calaveras en los dedos de ambas manos y una larga y gruesa cadena que recorre de la cintura a una de las bolsas de su pantalón, muestra algunos de sus siete tatuajes, otra de sus pasiones. “Varios de ellos me los rayaron artistas de otros países”.
Cuenta que en su época de estudiante le apasionó la historia, de ahí que por un momento consideró estudiar antropología o arqueología, pero por sus primos conoció las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, por lo que al querer aprender a tocar guitarra a los 15 años de edad se decantó por la música.
¿Ha sufrido algún accidente en la motocicleta?
“Muy leves. Alguna caída. Dice un dicho entre los motociclistas, ‘hay dos tipos de motociclistas, el que se va a caer y el que ya se cayó’. Por ello le tengo mucho respeto a la máquina, eso es súper importante para tratar de evitar accidentes, porque la mayoría se pueden evitar”.
¿Pertenece a algún club de motociclistas?
“Sí, a uno de harleros, los ‘Black Rebels’. Somos unos 40. Con ellos he cubierto muchos recorridos: Veracruz, León, Querétaro, Distrito Federal y los municipios de aquí, nos invitan mucho a los pueblos mágicos, tanto de Puebla como de Tlaxcala, los clubes hermanos cuando son sus aniversarios o las ferias”.
¿Tiene algún sobrenombre?
“Sí. Claro. A mí me dicen el ‘Capi’ y este viene desde que estaba en el Conservatorio. Desde ahí tengo el apodo”.
¿Cómo fue su inició en la música?
“Me fui a vivir al puerto de Veracruz para terminar de estudiar la secundaria. La mayoría de los familiares de mi mamá tocaban la guitarra líricamente, incluso mi abuela (...) uno de mis primos me dio clases, no me tuvo paciencia y aprendí solo, viendo. Posteriormente, mi primo que estudiaba corno francés en la Escuela Municipal de Bellas Artes me invitó a un ensayo y ahí elegí ingresar al conservatorio, donde decidí dejar la guitarra, y la que era entonces mi novia, que era chelista, me ofreció probar con ese instrumento, lo que tampoco me gustó. Fue entonces cuando toque por primera vez el contrabajo y tuve una conexión especial. Cuando tuve el instrumento en mis manos fue amor a primera nota prácticamente. Me acuerdo que cuando lo vi sí me gustó la forma del instrumento. Recuerdo que me dijeron siéntate en este banco, entonces el maestro corrió el arco sobre la cuerda de ‘la’ y entonces me vibró todo y desde ahí supe que ese instrumento era para mí”.
¿Qué otra cosa en la vida te ha hecho sentir esa vibración en “la”?
“Mucha gente dice, ‘la música es mi escape’, pero para mí la moto es mi escape. Es algo contradictorio porque tengo más de 20 años viviendo de la música, pero para mí, mi escape es subirme a la moto y recorrer sin rumbo. A mí no me importa el destino, sino el traslado (…) claro también me sentí así por algunas mujeres o cuando nació mi hijo”.
De toda la música que ha tocado, ¿cuál le llena más?
“Disfruto al máximo la música de concierto. Lejos de pensar que es mi trabajo, ese tipo de música es mi vida (…) soy más amante de la música académica, sinfónica”.
¿Qué piensa del reguetón?
“Para mí eso no es música, sólo son ritmos y recitaciones misóginas. No es música que tenga un valor, más que lo comercial (…) no aporta en nada a la historia de la música”.
¿Nunca le ha sucedido que al llegar a un auditorio por su imagen le impidan pasar?
“Sí. Para la gente que no me conoce sí se les hace muy curioso ver la facha que traigo. Tanto los directores como los músicos ya saben cómo soy. Llego en la moto, con mis cadenas y mis anillos, tatuado y realmente esa imagen no tiene nada que ver con mi trabajo, además la música académica no está peleada con la imagen. Hay bastantes artistas excéntricos en la música académica”.
¿Qué representan sus tatuajes?
“Diversas etapas de mi vida. El primero es la cabeza de mi instrumento y el diseño me lo regaló un amigo, es algo muy representativo para mí”.
Algunos músicos les ponen nombre a su instrumento, ¿los suyos tienen alguno?
“Los tienes que bautizar porque son parte de ti y entonces tú los vas a cuidar mejor (…) a mi primer contrabajo no le puse nombre y le paso de todo, me lo rompieron. Al siguiente le puse ‘Miroslava’, luego ‘Mariel’ y con el que trabajo se llama ‘Carlota’”.
Los nombres son femeninos, ¿no le han originado algún problema de celos con su pareja?
“Ah, sí. Me preguntan el por qué o me dicen que es seguramente por una de ellas. Pero no entienden que es sólo un nombre que me gusta y ya”.
ARP