El feudo de VOX: El Ejido, terreno abonado para el «Spain first»
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Fina nos advierte nada más poner un pie en El Ejido: «Aquí nadie reconocerá que vota a Vox, pero la verdad es que la mayoría está con ese partido, lo único que todavía da cierta vergüenza decirlo en público, por lo de que son de extrema derecha, pero son los que más tirón tienen ahora». En este pueblo almeriense de poco más de 80.000 habitantes, el partido de Santiago Abascal arrasó en las elecciones a la Junta de Andalucía, su primera prueba de fuego en el ruedo político, convirtiéndose en el partido más votado. Sumó 7.377 votos, seguido del Partido Popular, que se quedó con poco más de 6.000, lo que supone el primer «oro» para la formación que lleva la defensa de España por bandera. Y es que en este mar de plástico, como se conoce a El Ejido, se dan los ingredientes perfectos para la explosión ultra: una elevada presencia de inmigración, inseguridad, problemas de convivencia y una renta media baja que roza los 17.000 euros anuales. Adentrarse en este municipio de Almería es una absoluta experiencia cultural y visual. Los miles de invernaderos cubren prácticamente la totalidad del territorio, sólo se ven carpas de plástico que se unen en el horizonte con el Mediterráneo. Las imágenes aéreas de la NASA que se hicieron públicas el año pasado dan buena cuenta de ello.
Aquí, la agricultura es prácticamente la única forma de vida, pues el turismo es escaso (extraño tratándose del sur de España) y sus vecinos han experimentado cambios sociales brutales en las últimas décadas. Según datos del año pasado aportados por la Junta, en El Ejido hay censados 26.206 inmigrantes, la mayoría de ellos de Marruecos, y sobra decir que hay un número elevado que no figura en las estadísticas, lo que, en principio, supone un 29% de la población.
Así, los ejidenses han vivido en primera persona la reconversión del pueblo. «El bulevar ya no es lo que era, los inmigrantes se han hecho con él. Por allí paseábamos tranquilamente y ahora nos sentimos extraños en nuestro propio pueblo, en nuestra ciudad», lamenta Fina, que nos invita a su casa, un impresionante ático a la entrada del pueblo donde se aprecia la magnitud de las estructuras de plástico que asfixian el municipio. Ella es empresaria y, en cierto modo, echa la culpa a los de su gremio, los responsables de traer hasta la costa almeriense a las hordas de extranjeros. «Muchos han sacrificado su bienestar por el de sus hijos. Es decir, aquí los agricultores de toda la vida y los empresarios no querían que sus hijos tuvieran la misma vida que ellos. Les dieron estudios, se fueron a la universidad y aquí cada vez había menos jóvenes para trabajar en el campo. Así que fueron llegando los inmigrantes, los cuales, además, salían más baratos. Corrió la voz entre ellos, en sus países de origen, de que había trabajo en El Ejido y ahora estamos como estamos. Eso sí, aquí paro no hay, trabajo hay para dar y tomar», dice esta empresaria que ronda los 50 años y que asegura que en sus negocios no trabaja «ni un moro, sólo una rumana y una rusa». Al parecer tuvo alguna mala experiencia laboral con ellos. «Roban, no son de fiar», matiza.