"El obispo no es el más importante, sino que debe ser el más servicial"
Es una postura a la que acostumbra. Arrodillado, como hizo la semana pasada ante los líderes de Sudán del Sur, se acercó de nuevo el Papa a quienes considera sus iguales. Y es uno de sus lugares predilectos. Por quinta vez en su séptimo año de pontificado, escogió una cárcel para celebrar el tradicional rito de Jueves Santo. Con sumo cuidado, Francisco fue vertiendo lentamente el agua sobre los pies de los reclusos. Una nueva inclinación, un beso en el pie descalzo y una mirada de respeto a los ojos de cada uno de los presentes. Fueron doce los presos que pasaron por sus manos, como doce eran los apóstoles a los que lavó Jesús. «Esto es la fraternidad, mostrarse siempre humilde y en vocación de servicio», había pronunciado Jorge Mario Bergoglio.
Agotadas ya todas las prisiones romanas para visitar, el Pontífice salió del Vaticano para trasladarse al penal de Veletri, una localidad a unos 40 kilómetros al sur de la capital italiana. Se trata de un recinto con una alta concentración de extranjeros y entre los elegidos para el lavatorio había un brasileño, un costamarfileño y un marroquí, además de nueve italianos. Los inmigrantes son protagonistas en esta Semana Santa vaticana, como quedará reflejado también hoy en la conmemoración del Vía Crucis.
Los internos de la prisión recibieron al Papa entre aplausos, a los que contestó con una sonrisa. Hay pocos lugares en los que se ve tan cómodo a Francisco como en una cárcel. Es la enésima a la que acude y es uno de los lugares idóneos para poner en práctica esa misericordia que predica. «Servíos los unos a los otros, sin importar quién es más fuerte», les dijo a los reclusos. Mientras que a sus subordinados les recordó que «el obispo no debe ser más importante que nadie, debe ser servidor». Entre una nueva ovación se despidió Francisco de Veletri a media tarde y emprendió el viaje de vuelta al Vaticano, donde ya había insistido en este mensaje durante la mañana.
En una misa dedicada a la labor de los sacerdotes, el Obispo de Roma les ilustró que cuando celebra el sacramento de la ordenación o confirmación le gusta «esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos». «Esto quiere decir: no somos repartidores de aceite en botella», alertó el Pontífice. También es habitual que el Papa argentino les recuerde en este día a los consagrados que deben estar cerca de la parroquia y olvidar los bienes superfluos. «Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega», concluyó el discurso.
Como es tradición, cada Jueves Santo, en esta misa Crismal se bendicen los óleos que los sacerdotes utilizarán para el bautizo, la confirmación y la ordenación. Y además se les pide que renueven sus promesas de pobreza, castidad y obediencia. Por eso, en una larga homilía volvió sobre uno de sus temas recurrentes: el clericalismo. O lo que es lo mismo, el exceso de poder que perciben algunos miembros de la Iglesia y que es fuente de buena parte de sus males, según el Papa. Leyendo el Evangelio de Lucas, Francisco recordó cómo las multitudes seguían a Jesucristo para escuchar su mensaje, mientras sus discípulos corrían para buscar algo que comer. «Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente», reflexionó el Pontífice. Sin apartarse de los textos bíblicos, Francisco insistió en que Jesús les pidió que les dieran de comer, que se hicieran cargo del pueblo. De nuevo la vocación de servicio, el olor del rebaño y la atención por los desfavorecidos. Así que Bergoglio enumeró quiénes deben recibir esa atención «preferencial» de la Iglesia: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos y los oprimidos. La lista está extraída literalmente de la Biblia, pero se aleja muy poco de los grupos hacia los que el Papa suele centrar su mirada.
En el caso de los pobres, puso el ejemplo de los mendigos que se inclinan para pedir, pero también de «la viuda que les entrega las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir». «Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el Evangelio a los pobres. El alegre anuncio de que sus acciones pesan en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo. Ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos de la puerta de al lado», añadió. También esta figura del santo cotidiano entra dentro de su propio diccionario «bergogliano».
En cuanto a los oprimidos, mencionó a esas «personas, familias y pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia». Lo que otras veces llama la «cultura del descarte». Un concepto en el que también se pueden incluir los prisioneros de guerra, hoy personificados en la figura de los refugiados y en las víctimas de la trata. «Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica», sentenció el Papa. Mientras que los ciegos representarían otro colectivo desfavorecido, para el que papa Francisco reclamó –como en el resto de ejemplos– el interés de la Iglesia.
«Queridos hermanos sacerdotes, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta ''gente'', esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica. Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir», pidió una vez más Bergoglio, en una basílica de San Pedro repleta de sacerdotes vestidos de blanco.
De aquí hasta el domingo, cuando se celebre la resurrección de Cristo, habrá nuevos mensajes en la misma dirección. «El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad», concluyó.