La cultura oficial prefiere olvidar a Cabrera Infante
LA HABANA, Cuba. – En este 2019 se cumplen dos aniversarios redondos de Guillermo Cabrera Infante: el 90 de su natalicio, en Gibara, el 22 de abril de 1929, y los 40 de la publicación en 1979, por la editorial española Seix Barral, de “La Habana para un infante difunto”, que es luego de “Tres tristes tigres”, el más famoso de sus libros.
En Cuba, la cultura oficial pretende pasar por alto a Cabrera Infante, a quien han tratado de minimizar, entre otros personeros, Alfredo Guevara, el exministro de Cultura Abel Prieto y Lisandro Otero, un escritor talentoso metido a comisario que, muerto de celos y envidia, nunca perdonó que en vez de su “Pasión de Urbino”, premiaran a “Tres tristes tigres”.
Al no poder robarse la obra de Cabrera Infante, como han hecho con la de otros exiliados, los mandamases de la cultura oficial prefieren olvidar a quien es sin duda uno de los más importantes escritores cubanos del siglo XX.
Solo un libro de Cabrera Infante, “Así en la paz como en la guerra”, fue publicado en Cuba, en 1960, por Ediciones R. Después que se exilió en 1965, sólo un cuento suyo ha sido publicado en Cuba, fue “En el gran ebbó”, que salió a la luz en el año 2009 como parte de la antología “La ínsula fabulante”.
Cabrera Infante, que nunca dejó de ser un fiero crítico del castrismo, se enorgullecía de estar prohibido en Cuba. Gozaba con el odio de sus enemigos, presumía de la rabia que le mostraban. Eso halagaba su vanidad de proscrito
Luego de su muerte en Londres, en febrero de 2005, su viuda, Miriam Gómez, se ha ocupado celosamente de que los comisarios culturales del régimen no consigan apropiarse de los libros de Cabrera Infante para manipular su figura y minimizar su oposición a la dictadura.
La ruptura de Cabrera Infante con el régimen fue un proceso traumático que se inició en 1961, a partir del cierre de Lunes de Revolución, el suplemento cultural que dirigía del periódico Revolución. Los comisarios, con Alfredo Guevara a la cabeza, como cuenta Cabrera Infante en “Delito por bailar el chachachá”, lo culparon de “querer cogerse la cultura revolucionaria para él solo”. A él, que quiso que Lunes de Revolución abarcara toda la cultura, y no solo ese esperpento que empezaban a crear y que llamaban “cultura revolucionaria”.
Para apartarlo, lo asignaron a la embajada cubana en Bélgica. Cuando volvió a Cuba en 1965 para el entierro de su madre, las autoridades lo retuvieron e investigaron durante varios meses con aviesos propósitos. Finalmente no tuvo otra opción que el exilio.
Cabrera Infante, por más que le pese a los mandamases, es una figura capital de la cultura cubana. Si solo hubiese escrito “Tres tristes tigres”, con eso sería suficiente. Con esa novela de 1967, en la que utilizó, según sus propias palabras, “los diferentes dialectos del español que se hablan en Cuba”, eternizó la magia de las noches habaneras: la magia de una ciudad que ya solo existe en sus novelas. Y quien lo consiguió fue precisamente él, que vino de Gibara, provinciano y pobre, en 1941 y solo vivió en La Habana poco más de veinte años, antes de partir al destierro.
En “La Habana para un infante difunto” continuó esa nostálgica y afanosa búsqueda de una ciudad perdida, en la que amó, fue feliz y sufrió.
La escritura de Cabrera Infante, caracterizada por los retruécanos, los juegos de palabras, el uso del hipérbaton, las traslaciones idiomáticas y un muy peculiar sentido del humor, es única, irrepetible, por mucho que lo hayan querido imitar.
Por la abundante intertextualidad, la presencia de lo paródico en sus escritos y su aprovechamiento de referentes de la música y el cine, sus dos grandes pasiones, se puede afirmar que Cabrera Infante fue un precursor del post-modernismo en la literatura cubana y de Latinoamérica.
Pese a la censura y los intentos de minimizarlo, Guillermo Cabrera Infante es probablemente el escritor que más ha influido en los autores cubanos de las últimas décadas.