Discordia en tiempos de Netflix
La división siempre ha existido entre los políticos. Es su naturaleza: explotar la supuesta defensa ideológica para mover masas que justifiquen decisiones de poder.
Los medios, siempre, han atendido esa confrontación de formas distintas. A veces como protagonistas y otras tantas como meros testigos. No obstante, conforme se da el avance tecnológico, el discurso muta para adecuarse a la nueva realidad mediática.
Con la aparición de la imprenta -y de los periódicos- los políticos cambiaron palabras y ademanes, incorporaron ideólogos y opinadores (columnistas o analistas, como quieran llamarle) y enfilaron palabras para seducir a una audiencia que los leía.
Con la Radio el orador ganaba. El discurso del Rey dio certidumbre pero el de Churchill pasión para enfrentar a los nazis. Sin un orador tan elocuente y convincente, Hitler la hubiera tenido más fácil. Los pueblos no se derrotan solo por las acciones, sino por el valor del discurso hacia las mismas. Churchill, luego de Dunkerque, tenía perdido todo, pero el discurso revirtió la tendencia.
La televisión no solo le dio valor a la palabra sino a la apariencia. Nixon perdió ante Kennedy en parte por lo anticuado de sus ideas pero, en mayor medida, por la percepción creada a través de la pantalla que JFK era moderno, rápido, listo para llevar al hombre a la luna.
Las redes sociales impulsaron una comunicación tan directa que quien supo aprovecharla transformó la política, Trump y su equipo y Podemos están como ejemplo de ello.
La rapidez hace cambios asombrosos. Los nuevos tiempos han hechos que los mensajes se pierdan, se diluyan entre el bosque de notas y acciones. La capacidad de atención de la audiencia es tan corta como el éxito de una serie de Netflix: una semana o menos.
Por eso, los políticos actuales deben de vivir de escándalos constantes donde, de manera forzosa, ganen la conversación.
Día a día, un nuevo conflicto. Hora con hora, un debate que mantenga la atención del respetable.
El problema es cuando se pierde el control de la dinámica.
El fin de semana -y tras la tragedia de Minatitlán-, el equipo digital de López Obrador perdió la brújula. Entre el mensaje del presidente en redes y las reacciones múltiples de críticos y opositores, la tendencia se revirtió para el primer mandatario. Por primera vez en años una tendencia nacional negativa le ganó a los simpatizantes y granjas -llenas de bots- que defendían a AMLO.
Por algo los encargados de la comunicación digital del presidente fueron despedidos.
En política se vale la discordia. Lo que no se perdona es perder la discusión... virtual o real.
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